Tengo por Haití un extraño recuerdo. Extraño porque es sólo literario. Me refiero a que no conozco su historia ni me he preocupado (nadie se ha preocupado) por conocer a fondo detalles sobre sus terribles y congénitas enfermedades económicas y políticas, pero es un país que tengo muy presente y al que de alguna forma sigo en las noticias. Hace unos días, casi como un mal augurio, compré el libro Secretos, mentiras y democracia, entrevistas realizadas por David Barsamian a Noam Chomsky (Siglo XXI-Gandhi, 2007). En uno de sus breves apartados, el crítico norteamericano habla sobre el sufrido pueblo haitiano: “Haití es un país extremadamente pobre, en condiciones desastrosas”. Chomsky comenta los vaivenes, siempre desfavorables para la población, de la política interior y exterior haitiana, de las luchas intestinas, de la pobreza que arrastra décadas de ignorancia, subalimentación y demás lastres.
El también lingüista de origen judío repasa la coyuntura por la que atravesaba Haití a principios de los noventa, en las épocas de Jean-Bertrand Aristide. Como ahora, el apaleado pueblo haitiano era víctima de interesadas intromisiones norteamericanas en función de la posición estratégica que tiene ese país, sobre todo por su cercanía con Cuba. En fin, gracias a Chomsky me asomé retrospectivamente a la antigua colonia francesa y mi conclusión fue la misma: pobre Haití, que triste su maldición.
Pero mi recuerdo, el literario, se remonta a uno de los diez libros más importantes de mi vida: la novela El reino de este mundo, de Alejo Carpentier. Publicada en 1949 (tengo la primera edición), esa historia me acompaña desde 1986, año en el que la leí por primera vez. No exagero si confieso que su trama, y sobre todo su estilo, me enceguecieron y en su momento fueron combustible para que yo siguiera escribiendo. Mi primer libro, El augurio de la lumbre, lleva de hecho un solo epígrafe, y fue tomado de aquella novela.
El reino de este mundo es un libro valioso en el contexto latinoamericano (Vargas Llosa, al reflexionar sobre la importancia del estilo en la creación narrativa, lo ha puesto de ejemplo en sus Cartas a un joven novelista) por varias razones: la primera, porque es allí donde Carpentier aloja su noción de lo real-maravilloso, que casi es otra forma de nombrar a lo que habitualmente hemos denominado realismo mágico; porque es un antecedente de la llamada novela histórica y porque sin duda es cimiento de lo que vendría poco después: el boom, si es que aceptamos que hubo tal boom.
La historia de esa novela, sus motivaciones originales, se relacionan con un viaje de Carpentier a Haití. El escritor cubano recorre ese país, lo investiga a fondo y halla que su historia es una mezcla de hechos reales y fantásticos. Para entonces, su idea de lo sobrenatural, lo mágico, lo fantástico, lo maravilloso en arte estaba fuertemente vinculada a la que abrevó en Europa: la del surrealismo. El prólogo del autor, apéndice raro en una novela, es más bien una especie de nueva profesión de fe y una serena diatriba contra la burocracia de la fantasía que profesaban los surrealistas en Europa: gracias al embrujo de Haití, Carpentier descubre América Latina, su timbre íntimo, la mezcla de magia y realidad que ha servido como argamasa para levantar nuestras historias comunes.
El tema eje de El reino de este mundo es pues la independencia mágica de Haití, su lucha contra los colonizadores franceses; a la postre fue, luego de los Estados Unidos, el segundo país americano en lograr su independencia, para después caer, lamentablemente, en una lucha visceral por el poder que es parte de lo que narra la obra carpenteriana. Abruptamente, Haití pasó de ser un dominio francés a convertirse en el de una serie inagotable de dictadorcillos que tuvo a la feroz dinastía de los Duvalier como principal representante.
Tras la catástrofe todavía fresca en ese país fatigado por el desastre, no pude no pensar en la novela y en el pasado de aquel pobre país invadido de llagas. Si los países son como personas, Haití es un vagabundo que en vez de piedad recibe más y más maltratos. Ayer de agentes externos, hoy de internos, mañana del feo azar de la naturaleza que con frecuencia lo golpea por medio de ciclones y ahora con un sismo cuyo saldo de víctimas asciende, según estimaciones todavía conservadoras, a algo así como la quinta parte de la población de Torreón. Imaginemos eso. Imposible: es inimaginable.
El también lingüista de origen judío repasa la coyuntura por la que atravesaba Haití a principios de los noventa, en las épocas de Jean-Bertrand Aristide. Como ahora, el apaleado pueblo haitiano era víctima de interesadas intromisiones norteamericanas en función de la posición estratégica que tiene ese país, sobre todo por su cercanía con Cuba. En fin, gracias a Chomsky me asomé retrospectivamente a la antigua colonia francesa y mi conclusión fue la misma: pobre Haití, que triste su maldición.
Pero mi recuerdo, el literario, se remonta a uno de los diez libros más importantes de mi vida: la novela El reino de este mundo, de Alejo Carpentier. Publicada en 1949 (tengo la primera edición), esa historia me acompaña desde 1986, año en el que la leí por primera vez. No exagero si confieso que su trama, y sobre todo su estilo, me enceguecieron y en su momento fueron combustible para que yo siguiera escribiendo. Mi primer libro, El augurio de la lumbre, lleva de hecho un solo epígrafe, y fue tomado de aquella novela.
El reino de este mundo es un libro valioso en el contexto latinoamericano (Vargas Llosa, al reflexionar sobre la importancia del estilo en la creación narrativa, lo ha puesto de ejemplo en sus Cartas a un joven novelista) por varias razones: la primera, porque es allí donde Carpentier aloja su noción de lo real-maravilloso, que casi es otra forma de nombrar a lo que habitualmente hemos denominado realismo mágico; porque es un antecedente de la llamada novela histórica y porque sin duda es cimiento de lo que vendría poco después: el boom, si es que aceptamos que hubo tal boom.
La historia de esa novela, sus motivaciones originales, se relacionan con un viaje de Carpentier a Haití. El escritor cubano recorre ese país, lo investiga a fondo y halla que su historia es una mezcla de hechos reales y fantásticos. Para entonces, su idea de lo sobrenatural, lo mágico, lo fantástico, lo maravilloso en arte estaba fuertemente vinculada a la que abrevó en Europa: la del surrealismo. El prólogo del autor, apéndice raro en una novela, es más bien una especie de nueva profesión de fe y una serena diatriba contra la burocracia de la fantasía que profesaban los surrealistas en Europa: gracias al embrujo de Haití, Carpentier descubre América Latina, su timbre íntimo, la mezcla de magia y realidad que ha servido como argamasa para levantar nuestras historias comunes.
El tema eje de El reino de este mundo es pues la independencia mágica de Haití, su lucha contra los colonizadores franceses; a la postre fue, luego de los Estados Unidos, el segundo país americano en lograr su independencia, para después caer, lamentablemente, en una lucha visceral por el poder que es parte de lo que narra la obra carpenteriana. Abruptamente, Haití pasó de ser un dominio francés a convertirse en el de una serie inagotable de dictadorcillos que tuvo a la feroz dinastía de los Duvalier como principal representante.
Tras la catástrofe todavía fresca en ese país fatigado por el desastre, no pude no pensar en la novela y en el pasado de aquel pobre país invadido de llagas. Si los países son como personas, Haití es un vagabundo que en vez de piedad recibe más y más maltratos. Ayer de agentes externos, hoy de internos, mañana del feo azar de la naturaleza que con frecuencia lo golpea por medio de ciclones y ahora con un sismo cuyo saldo de víctimas asciende, según estimaciones todavía conservadoras, a algo así como la quinta parte de la población de Torreón. Imaginemos eso. Imposible: es inimaginable.