Si algo caracteriza a las fiestas que estamos a punto de terminar, es la comida. Digo más: es la tragazón, pues tragazón y no comida es esto de atizarle con tanta fe a los tamales, los buñuelos, el ponche y a todo lo que se deje ingerir con el ánimo de celebrar que sobrevivimos otro año pese a los pronósticos y, con mayor razón, pese al gobierno que no ha dejado de maltratarnos desde que tengo memoria. Llegamos a diciembre, ya estamos en enero, comimos con histérico exceso y sólo falta la rosca para volver a la realidad. Entre ese mucho papear y papear me di tiempo para leer sobre papear y papear, es decir, me receté otro libro sobre comida. Hace poco hice lo propio con El aroma de la nostalgia II, libro afín de la maestra María Rosa Fiscal.
El que me acabo de despachar es Porque siempre importa. De comida y cultura (UACD, 2009), de Claudia Hernández de Valle-Arizpe. Si no fuera por la FIL, insisto, sería casi imposible que un lagunero tuviera a merced, por ejemplo, títulos publicados por instituciones como la UACD, sigla que desatada significa Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Pues bien, andábamos Édgar Salinas y este servidor por los pasillos de la FIL cuando topamos con el pabellón de la UACD. Nos detuvimos y Édgar descubrió, entre otros, el libro que muestra en la portada a un tipo encorbatado y sorprendido en el gesto de morder un pan (se trata de un cuadro de René Magritte). El subtítulo, llamó su atención, y me hizo verlo. Cuando leí el nombre de la autora de inmediato acudió a mi cabeza el dato aun legible: Claudia Hernández, le comenté a Édgar, publicó durante algunos años una columna titulada “La divina comida”, eso en el suplemento cultural sábado del periódico unomásuno, aquel espacio coordinado por Huberto Bátiz, un tabloide donde había de todo, incluidos los inolvidables desolladeros donde algunos escritores mexicanos se pegaban hasta con mentadas de madre y donde alguna vez Fadanelli arremetió contra toda la literatura mexicana (“a la que estamos condenados”).
Recuerdo de sábado las columnas de Sandro Cohen, de Rocío Barrionuevo, de Nacho Padilla y las suculentas monas dibujadas por Eko, entre otros. Junto a esos espacios fijos estaba el de Claudia Hernández, que yo leía con deleite. Este recuerdo fue suficiente para convencerme de que debía tener su libro, y Édgar también se hizo de él. Al leerlo me entero que muchos de los textos son los que la autora publicó con Bátiz, más otros preparados ex profeso para este libro. Me da gusto saber que es así, que en las estampas gastronómicas de Claudia Hernández hallaré lo que leí hace poco menos de veinte años: apuntes divertidos e informados sobre “la divina comida”.
Porque siempre importa (título que por cierto no me parece muy afortunado, por vago) contiene una introducción y cuatro secciones divididas a su vez en piezas cortas. En total son 38 apuntes, todos escritos en clave divulgativa, documentada y todo, pero no seca. Mantienen, para bien, la frescura del texto que desea pasar un buen rato, casi como dulce charla de sobre mesa mientras devoramos fresa tras fresa y abajo ronca el consabido perro Bob. La primera sección, “De comida, escritores y libros”, cumple lo que promete y nos regala con notículas sobre comida y hombres de letras como Pessoa, Kafka, Onetti, Grass, Tournier y otros; aquí hay pasajes verdaderamente interesantes, como este referido al escuálido y chorejón autor de La metamorfosis: “Se sabe que Franz Kafka fue flaco desde niño y que también desde muy joven desarrolló una peculiar admiración por los gordos porque los consideraba seres más felices. Sin embargo, nunca fue un comensal de buen apetito ni se propuso vencer su flacura. La comida le interesó mucho, pero como enemiga. Por largos periodos fue vegetariano y rechazó la carne tanto como el sexo y la vida en pareja. Según Canetti, los alimentos se inscribieron para él en la lista de ‘amenazas para el cuerpo, venenos que penetran en él’ junto con los medicamentos y el aire impuro, según dejó constancia en sus cartas”.
“México. Historia y presente” es la segunda estancia. La autora aquí recorre algunos sitios de la geografía culinaria nacional, tema que presentimos rico en variantes y sabores. Campean en esta sección las referencias a los cronistas de Indias o a viajeros, sobre todo europeos, que lentamente fueron descubriendo el mundo de la cocina nuestra. Por ejemplo, en éste sobre el chile, los frijoles refritos y la tortilla, esas tres humildes delicias que nomás de mencionarlas ya se me antojaron (y ahorita que termine de escribir esto voy a buscar en la cocina): “El azoro de los extranjeros frente al picante es tema de casi todos los relatos. Algunos afirman que, con el chile, es cuestión de acostumbrarse; otros manifiestan su abierto rechazo por esos ‘platillos de fuego’ a los que no les encuentran ni gracia ni sentido. Un picante que es incendio y que —según el viajero francés Bernard Villaret— ‘no se extingue sino con un remedio único: los frijoles refritos, es decir, ese puré de judías negras que parece inventado ex profeso para tal fin’. Otra causa de asombro, siempre, es la tortilla, según consta en estas crónicas culinarias. Maravilla no tanto por su sabor o su aspecto como por su elaboración y por la frecuencia con que se consume, sin distingo de clases sociales”. En esta sección sobre cocina mexicana pasamos asimismo por los dulces, el pan, los insectos, el chocolate y otras preciosuras de la gastronomía que nos cupo en suerte.
La tercera y cuarta partes del libro son más pequeñas. Respectivamente llevan como título “Otros mapas” y “China y Japón”. Claudia Hernández prosigue aquí con su lista de textos breves y amenos, sazonados con datos que están para chuparse los dedos. Ojalá que los tragones (de comida y de libros) hayan sentido el antojo de leer Porque siempre importa. No veo otra forma de acceder a él sino por medio de la web de la UACM. Por allí está su nutrido catálogo de ediciones. Y su dan con el libro de Claudia Hernández, buen provecho.
El que me acabo de despachar es Porque siempre importa. De comida y cultura (UACD, 2009), de Claudia Hernández de Valle-Arizpe. Si no fuera por la FIL, insisto, sería casi imposible que un lagunero tuviera a merced, por ejemplo, títulos publicados por instituciones como la UACD, sigla que desatada significa Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Pues bien, andábamos Édgar Salinas y este servidor por los pasillos de la FIL cuando topamos con el pabellón de la UACD. Nos detuvimos y Édgar descubrió, entre otros, el libro que muestra en la portada a un tipo encorbatado y sorprendido en el gesto de morder un pan (se trata de un cuadro de René Magritte). El subtítulo, llamó su atención, y me hizo verlo. Cuando leí el nombre de la autora de inmediato acudió a mi cabeza el dato aun legible: Claudia Hernández, le comenté a Édgar, publicó durante algunos años una columna titulada “La divina comida”, eso en el suplemento cultural sábado del periódico unomásuno, aquel espacio coordinado por Huberto Bátiz, un tabloide donde había de todo, incluidos los inolvidables desolladeros donde algunos escritores mexicanos se pegaban hasta con mentadas de madre y donde alguna vez Fadanelli arremetió contra toda la literatura mexicana (“a la que estamos condenados”).
Recuerdo de sábado las columnas de Sandro Cohen, de Rocío Barrionuevo, de Nacho Padilla y las suculentas monas dibujadas por Eko, entre otros. Junto a esos espacios fijos estaba el de Claudia Hernández, que yo leía con deleite. Este recuerdo fue suficiente para convencerme de que debía tener su libro, y Édgar también se hizo de él. Al leerlo me entero que muchos de los textos son los que la autora publicó con Bátiz, más otros preparados ex profeso para este libro. Me da gusto saber que es así, que en las estampas gastronómicas de Claudia Hernández hallaré lo que leí hace poco menos de veinte años: apuntes divertidos e informados sobre “la divina comida”.
Porque siempre importa (título que por cierto no me parece muy afortunado, por vago) contiene una introducción y cuatro secciones divididas a su vez en piezas cortas. En total son 38 apuntes, todos escritos en clave divulgativa, documentada y todo, pero no seca. Mantienen, para bien, la frescura del texto que desea pasar un buen rato, casi como dulce charla de sobre mesa mientras devoramos fresa tras fresa y abajo ronca el consabido perro Bob. La primera sección, “De comida, escritores y libros”, cumple lo que promete y nos regala con notículas sobre comida y hombres de letras como Pessoa, Kafka, Onetti, Grass, Tournier y otros; aquí hay pasajes verdaderamente interesantes, como este referido al escuálido y chorejón autor de La metamorfosis: “Se sabe que Franz Kafka fue flaco desde niño y que también desde muy joven desarrolló una peculiar admiración por los gordos porque los consideraba seres más felices. Sin embargo, nunca fue un comensal de buen apetito ni se propuso vencer su flacura. La comida le interesó mucho, pero como enemiga. Por largos periodos fue vegetariano y rechazó la carne tanto como el sexo y la vida en pareja. Según Canetti, los alimentos se inscribieron para él en la lista de ‘amenazas para el cuerpo, venenos que penetran en él’ junto con los medicamentos y el aire impuro, según dejó constancia en sus cartas”.
“México. Historia y presente” es la segunda estancia. La autora aquí recorre algunos sitios de la geografía culinaria nacional, tema que presentimos rico en variantes y sabores. Campean en esta sección las referencias a los cronistas de Indias o a viajeros, sobre todo europeos, que lentamente fueron descubriendo el mundo de la cocina nuestra. Por ejemplo, en éste sobre el chile, los frijoles refritos y la tortilla, esas tres humildes delicias que nomás de mencionarlas ya se me antojaron (y ahorita que termine de escribir esto voy a buscar en la cocina): “El azoro de los extranjeros frente al picante es tema de casi todos los relatos. Algunos afirman que, con el chile, es cuestión de acostumbrarse; otros manifiestan su abierto rechazo por esos ‘platillos de fuego’ a los que no les encuentran ni gracia ni sentido. Un picante que es incendio y que —según el viajero francés Bernard Villaret— ‘no se extingue sino con un remedio único: los frijoles refritos, es decir, ese puré de judías negras que parece inventado ex profeso para tal fin’. Otra causa de asombro, siempre, es la tortilla, según consta en estas crónicas culinarias. Maravilla no tanto por su sabor o su aspecto como por su elaboración y por la frecuencia con que se consume, sin distingo de clases sociales”. En esta sección sobre cocina mexicana pasamos asimismo por los dulces, el pan, los insectos, el chocolate y otras preciosuras de la gastronomía que nos cupo en suerte.
La tercera y cuarta partes del libro son más pequeñas. Respectivamente llevan como título “Otros mapas” y “China y Japón”. Claudia Hernández prosigue aquí con su lista de textos breves y amenos, sazonados con datos que están para chuparse los dedos. Ojalá que los tragones (de comida y de libros) hayan sentido el antojo de leer Porque siempre importa. No veo otra forma de acceder a él sino por medio de la web de la UACM. Por allí está su nutrido catálogo de ediciones. Y su dan con el libro de Claudia Hernández, buen provecho.