viernes, enero 15, 2010

Finísimas personas



Tengo un librote titulado Asesinos seriales. Las crónicas del horror (Círculo Latino, Barcelona, 2003) de Andrea B. Pesce. Aunque es una edición de lujo, la imagen de su portada es fallida, pues hace un juego visual con una calavera como de grupo de rock, como de película de terror, lo que solemos asociar poco con la mentalidad enferma del asesino en serie. Su contenido no es deslumbrante, pues la información que podemos encontrar en cada apartado es fácil de localizar también en internet; su virtud está en que ha sabido reunir en un puñado de páginas a los principales asesinos seriales de la historia.
El libro comienza con una amplia sección dedicada a explorar, desde el punto de vista clínico, la mentalidad de este tipo de criminales (estos segmentos son ilustrados con imágenes de películas famosas relacionadas con el tema, la mayoría hollywoodense).
En la página 35, por ejemplo, nos ofrece un cuadro donde aparecen, explicados en dos columnas, los “Motivos de un asesino serial”. Aparecen allí los asesinos visionarios, misioneros, hedonistas, lujuriosos, emocionales, lucrativos y buscadores de poder. Los misioneros, por ejemplo, “piensan que es su responsabilidad matar para librar a la sociedad de elementos no deseados”; los buscadores de poder matan por “el deseo de tener control sobre la vida y muerte de otros”. Y así los demás, cada cual según sus motivaciones.
Luego de esa sección exploratoria, los lectores pasamos a la galería donde han sido expuestas las biografías de muchos famosos asesinos. Comienza con uno que se llevó las palmas del más siniestro público: Gilles de Rais. Nacido en 1404, este francés de nombre Gilles de Laval-Montmorency fue una verdadera bestia. “Confesó sus aberraciones delante de la iglesia de Nantes el 22 de octubre de 1440 frente a una muchedumbre, dio detalles y relató: ‘Por mi ardor y mi deleite sexual he tomado y hecho tomar tantos niños que no sabría precisar el número’”. Apodado Barba Azul, le achacaron 300 muertes, pero él confesó que fueron nomás 140 (George Bataille, el gran explorador del Mal, tiene un ensayito sobre esta finísima persona; lo publicó Tusquets y lleva un prólogo de Vargas Llosa; lo leí hace mil años, pero no lo tengo ahora a la vista).
Luego de Barba Azul, los asesinos de este libro se muestran un tanto poquiteros: Henri D. Landrú (El asesino de señoras), Albert Fish (El maníaco de la luna, llamado así por haber revelado su deseo de comer carne cruda en las noches de luna llena), Fiedrich Haarman (El carnicero de Hannover, cuya última voluntad, por cierto no concedida, fue que su epitafio dijera: “Aquí yace El Exterminador”), Peter Kürten (El vampiro de Düsseldorf, quien declaró luego de su sentencia a la pena capital: “Después de que me decapiten, podré oír por un momento el sonido de mi propia sangre al correr por mi cuello… Ese será el placer para terminar con todos los placeres”), Jack The Ripper (el infaltable y todavía anónimo Destripador), Ed Gein (El carnicero de Plainfield), Albert DeSalvo (El estrangulador de Boston), Charles Willis Manson (otro emblemático del oficio), Andrei Romanovich Chikatilo (El carnicero de Rostov, cuya imagen encabeza este post), John Wayne Gacy (El payaso asesino), Theodore Robert Bundy (Lady killer), Harold Shipman (El doctor muerte), Richard Trenton Chase (El vampiro de Sacramento), Jeffrey Dahmer (El descuartizador de Milwaukee), Thierry Paulin (El monstruo de Montmartre), entre otros.
En el prólogo de Asesinos seriales, Eugenio Juan Zapietro señala lo siguiente: “Una vez lanzado a su tarea destructiva, el asesino podrá ser estudiado por sus vicios, aparentes modus operandi u obsesiones fijas, pero todavía no es posible prevenir lo que un vecino cualquiera puede realizar cuando algo hiere su razón y emerge la bestia o el Mr Hyde que llevamos dentro”. O sea, todos somos potenciales finísimas personas.
Insisto que no es una maravilla de documento, pero deja ver panorámicamente los resortes interiores y los casos más famosos del asesinato en serie. Además permite, y es aquí a lo quería llegar, vislumbrar si algunos detenidos vinculados en México al crimen organizado no son en el fondo, también, algo parecido a un serial killer. Digo, los 600 muertos que le cuelgan al Teo, sumado al método casi culinario que usaba para disolver a las víctimas, nos habla de algo más que un asesino común o “lucrativo”. Por otras rutas, tal vez hemos llegado a la producción autóctona y en serie de asesinos en ídem. Como siempre, en lo sórdido somos muy buenos para progresar.