El informe de Brodie, penúltimo libro de cuentos de Borges, cumple cuarenta años. Sólo hay uno ulterior, El libro de arena, del 75. Supongo que no sé puede afirmar algo nuevo sobre esa obra multiabordada, pero qué importa. Esto es una reseña/recordatorio y no aspira a deslumbrar con novedades porque de antemano sabe que no pude hallarlas. Repetiré sólo algunas ideas sobre el famoso prólogo del que se desprenden once historias que arman un conjunto armónico, redondo, escrito con la prosa mayúscula de un genio setentón en aquel momento, un hombre que entonces ya era dueño cabal de una expresión compleja pese a su aparente sencillez, inconfundible, tupida de inteligencias y por ello siempre pasmosa.
En los cuentos de El informe de Brodie encontramos lo que su autor advierte en el prólogo: “He renunciado a las sorpresas de un estilo barroco; también a las que quiere deparar un final imprevisto. He preferido, en suma, la preparación de una expectativa a la de un asombro. Durante muchos años creí que me sería dado alcanzar una buena página mediante variaciones y novedades; ahora, cumplidos los setenta, creo haber encontrado mi voz”. Dos afirmaciones saltan en la anterior declaración: la primera, que no aspira en esta nueva serie de cuentos al deslumbramiento que antaño buscó en el cierre de sus cuentos; la segunda, que por fin ha encontrado “su voz”.
No deja de apantallar que un hombre que ya ha escrito la mayor parte de sus poderosas páginas diga en 1970 que apenas ha encontrado su voz. Pero es verdad: si comparamos esta prosa de Borges con sus libros anteriores, todos espléndidos, en aquellos hallamos todavía una cierta complejidad en la expresión que no es ya muy visible en El informe de Brodie. Aquí, en los cuentos de este libro precioso, Borges ha llegado a la serenidad y narra con una sencillez que raya en lo perfecto, si es que eso es posible en literatura. Pues sí, parece posible: en los relatos de este libro se combinan las destrezas de un estilo despojado de arabescos, pulcro y eficaz, y diestro para comunicar historias de un pasado enriquecido por la imaginación.
He sostenido desde hace muchos años mi predilección por los cuentos realistas sobre los fantásticos. Lo digo no sólo por Borges, pero principalmente por él. Cierto que me embrujan, como a cualquiera, sus juegos con el infinito, donde “El Aleph” sería el máximo ejemplo, pero hay algo que me atrae mucho más en los cuentos sobre compadritos, orilleros, cuchilleros, milongueros y gente de baja monta metida en conflictos ordinarios. He allí la razón, o parte de la razón, que agranda mi querencia por El informe de Brodie. Cuando Borges se mete a escritor realista le sale el lado humano que muchos no ven brillar en sus ejercicios intelectuales, y por eso tal flanco de su narrativa es más llamativo para quienes queremos ver vida en los relatos, no tanto desafíos o juguetes filosóficos.
No se crea, sin embargo, que el Borges de las conjeturas insuperables desaparece en los cuentos que trabajan sobre los telares del realismo. Allí también, a borbotones, surgen pequeños chispazos de, llamémosles tentativamente así, ensayista, de suerte que a cada paso sus relatos se ven interrumpidos por la opinión del narrador. Esto que es un disparate en muchos narradores, en Borges se siente natural y hasta necesario, como si sus apostillas editoriales sobre la vida, el tiempo, la divinidad, el ser y todo eso fueran un adobo imprescindible en “el tono” Borges. Doy un par de ejemplos. En el cuento “La señora mayor”, mientras narra la vida de esa mujer centenaria hace una pausa y expone, no con estilo narrativo, sino propio de quien espiga una teoría: “Dormir, según se sabe, es el más secreto de nuestros actos. Le dedicamos una tercera parte de nuestra vida y no lo comprendemos. Para algunos no es otra cosa que un eclipse de la vigilia; para otros, un estado más complejo, que abarca a un tiempo el ayer, el hoy y el mañana; para otros, una no interrumpida serie de sueños”. Inmediatamente después de eso, la continuación del relato: “Decir que la señora de Jáuregui pasó diez años en un caos tranquilo es acaso un error…”. Otro. En “El indigno”, mientras cuenta la historia del susodicho indigno en relación con el malevo Ferrari, acota: “La amistad no es menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras faces de esta confusión que es la vida. He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola. El hecho es que Francisco Ferrari, el osado, el fuerte, sintió amistad por mí, el despreciable”. Allí, en ese par de ejemplos, podemos apreciar que Borges y sus opiniones no desaparecen del todo mientras narra. Si no fuera por la belleza de las apostillas, reitero, sería una especie de disparate, pero aquí, en los cuentos sobre matones y traidores, contrapuntea y equilibra el conjunto.
Son, como dije, once relatos. Aquí están “La intrusa”, que es mi favorito de favoritos junto con “El sur”. También están “El encuentro” (otro de los muchos sobre los que hay video disponible en YouTube), “Historia de Rosendo Juárez” (que es como una posdata a “Hombre de la esquina rosada”), “El evangelio según Marcos” (que fascina a Gilberto Prado) y “El informe de Brodie”, entre otros. Sobre el cuento que da título al libro, es tal vez uno de los más divertidos jamás escritos por un autor, Borges, que disfrutaba como pocos los relatos sobre civilizaciones remotas. Brodie, un misionero escosés, se adentra en al cogollo de África y a la selva brasileña. Entre otros datos, uno de sus informes consigna lo siguiente: “La tribu está regida por un rey, cuyo poder es absoluto, pero sospecho que los que verdaderamente gobiernan son los cuatro hechiceros que lo asisten y que lo han elegido. Cada niño que nace está sujeto a un detenido examen; si presenta ciertos estigmas, que no me han sido revelados, es elevado a rey de los Yahoos. Acto continuo lo mutilan (hi is gelded), le queman los ojos y le cortan las manos y los pies, para que el mundo no lo distraiga de la sabiduría…”.
El informe de Brodie apareció en agosto de 1970 (Emecé, Buenos Aires); del mismo mes y del mismo año es la segunda impresión. En ese dato podemos ver que Borges era ya un escritor asediado por los lectores. He releído este libro por tercera vez y creo que sigue intacto, como si sus cuentos fueran nuevos. Es fácil hallarlo (lo distribuye Alianza con la portada que encabeza este post). Son once relatos y un prólogo de un ciego genial e inacabable, un libro ideal para empezar el año.
En los cuentos de El informe de Brodie encontramos lo que su autor advierte en el prólogo: “He renunciado a las sorpresas de un estilo barroco; también a las que quiere deparar un final imprevisto. He preferido, en suma, la preparación de una expectativa a la de un asombro. Durante muchos años creí que me sería dado alcanzar una buena página mediante variaciones y novedades; ahora, cumplidos los setenta, creo haber encontrado mi voz”. Dos afirmaciones saltan en la anterior declaración: la primera, que no aspira en esta nueva serie de cuentos al deslumbramiento que antaño buscó en el cierre de sus cuentos; la segunda, que por fin ha encontrado “su voz”.
No deja de apantallar que un hombre que ya ha escrito la mayor parte de sus poderosas páginas diga en 1970 que apenas ha encontrado su voz. Pero es verdad: si comparamos esta prosa de Borges con sus libros anteriores, todos espléndidos, en aquellos hallamos todavía una cierta complejidad en la expresión que no es ya muy visible en El informe de Brodie. Aquí, en los cuentos de este libro precioso, Borges ha llegado a la serenidad y narra con una sencillez que raya en lo perfecto, si es que eso es posible en literatura. Pues sí, parece posible: en los relatos de este libro se combinan las destrezas de un estilo despojado de arabescos, pulcro y eficaz, y diestro para comunicar historias de un pasado enriquecido por la imaginación.
He sostenido desde hace muchos años mi predilección por los cuentos realistas sobre los fantásticos. Lo digo no sólo por Borges, pero principalmente por él. Cierto que me embrujan, como a cualquiera, sus juegos con el infinito, donde “El Aleph” sería el máximo ejemplo, pero hay algo que me atrae mucho más en los cuentos sobre compadritos, orilleros, cuchilleros, milongueros y gente de baja monta metida en conflictos ordinarios. He allí la razón, o parte de la razón, que agranda mi querencia por El informe de Brodie. Cuando Borges se mete a escritor realista le sale el lado humano que muchos no ven brillar en sus ejercicios intelectuales, y por eso tal flanco de su narrativa es más llamativo para quienes queremos ver vida en los relatos, no tanto desafíos o juguetes filosóficos.
No se crea, sin embargo, que el Borges de las conjeturas insuperables desaparece en los cuentos que trabajan sobre los telares del realismo. Allí también, a borbotones, surgen pequeños chispazos de, llamémosles tentativamente así, ensayista, de suerte que a cada paso sus relatos se ven interrumpidos por la opinión del narrador. Esto que es un disparate en muchos narradores, en Borges se siente natural y hasta necesario, como si sus apostillas editoriales sobre la vida, el tiempo, la divinidad, el ser y todo eso fueran un adobo imprescindible en “el tono” Borges. Doy un par de ejemplos. En el cuento “La señora mayor”, mientras narra la vida de esa mujer centenaria hace una pausa y expone, no con estilo narrativo, sino propio de quien espiga una teoría: “Dormir, según se sabe, es el más secreto de nuestros actos. Le dedicamos una tercera parte de nuestra vida y no lo comprendemos. Para algunos no es otra cosa que un eclipse de la vigilia; para otros, un estado más complejo, que abarca a un tiempo el ayer, el hoy y el mañana; para otros, una no interrumpida serie de sueños”. Inmediatamente después de eso, la continuación del relato: “Decir que la señora de Jáuregui pasó diez años en un caos tranquilo es acaso un error…”. Otro. En “El indigno”, mientras cuenta la historia del susodicho indigno en relación con el malevo Ferrari, acota: “La amistad no es menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras faces de esta confusión que es la vida. He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola. El hecho es que Francisco Ferrari, el osado, el fuerte, sintió amistad por mí, el despreciable”. Allí, en ese par de ejemplos, podemos apreciar que Borges y sus opiniones no desaparecen del todo mientras narra. Si no fuera por la belleza de las apostillas, reitero, sería una especie de disparate, pero aquí, en los cuentos sobre matones y traidores, contrapuntea y equilibra el conjunto.
Son, como dije, once relatos. Aquí están “La intrusa”, que es mi favorito de favoritos junto con “El sur”. También están “El encuentro” (otro de los muchos sobre los que hay video disponible en YouTube), “Historia de Rosendo Juárez” (que es como una posdata a “Hombre de la esquina rosada”), “El evangelio según Marcos” (que fascina a Gilberto Prado) y “El informe de Brodie”, entre otros. Sobre el cuento que da título al libro, es tal vez uno de los más divertidos jamás escritos por un autor, Borges, que disfrutaba como pocos los relatos sobre civilizaciones remotas. Brodie, un misionero escosés, se adentra en al cogollo de África y a la selva brasileña. Entre otros datos, uno de sus informes consigna lo siguiente: “La tribu está regida por un rey, cuyo poder es absoluto, pero sospecho que los que verdaderamente gobiernan son los cuatro hechiceros que lo asisten y que lo han elegido. Cada niño que nace está sujeto a un detenido examen; si presenta ciertos estigmas, que no me han sido revelados, es elevado a rey de los Yahoos. Acto continuo lo mutilan (hi is gelded), le queman los ojos y le cortan las manos y los pies, para que el mundo no lo distraiga de la sabiduría…”.
El informe de Brodie apareció en agosto de 1970 (Emecé, Buenos Aires); del mismo mes y del mismo año es la segunda impresión. En ese dato podemos ver que Borges era ya un escritor asediado por los lectores. He releído este libro por tercera vez y creo que sigue intacto, como si sus cuentos fueran nuevos. Es fácil hallarlo (lo distribuye Alianza con la portada que encabeza este post). Son once relatos y un prólogo de un ciego genial e inacabable, un libro ideal para empezar el año.