Vicente Alfonso (Rodríguez Aguirre según su acta) viene cada que puede a su terruño otrora paradisiaco y hoy, por desgracia, invadido por el desagradable olor a pólvora y zozobra. Nuestra costumbre es que un poco antes de sus viajes desde el DF a Torreón acordemos vía mail algún encuentro para concelebrar el rito de la conversación frente a unas sacrosantas gordas y café. Ayer nos dimos ese lujo y por fin pude obtener la información que a cuentagotas me acercó hace como dos meses: que en 2009 se echó a la faltriquera otro premio nacional y que ese premio coincidió con un galardón gemelo de su gemelo Antonio. Explico esto que parece trabalenguas. Más bien, dejo que él lo explique.
“Recibí el Premio Nacional de Narrativa María Luisa Puga 2009 por el libro Señas particulares, una colección de cuentos que se fue escribiendo sola: lo mismo hay historias que se desarrollan en el México de 1810, azotado por la violencia que generaba la lucha de Independencia, que anécdotas protagonizadas por un lagunero de paso por Sudamérica o las leyendas que se cuentan los marinos de un barco que se niega a atracar en un puerto que suponen azotado por la peste. Hay incluso un par de anécdotas que tomé de mi trabajo como periodista, pero que emigraron sin que me diera cuenta a los territorios de la ficción.
El premio es convocado por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y además del estímulo en efectivo, contempla la publicación del libro ganador dentro de su programa editorial. En estos momentos estoy corrigiendo el libro, incluso reescribiendo un par de cuentos que no acababan de convencerme como estaban, pero calculo que estará en circulación a mediados de este año.
Mi primer libro de cuentos, titulado El síndrome de Esquilo, fue un libro de aprendizaje que abarcó desde los primeros cuentos hasta los que escribí en la Fundación para las Letras Mexicanas entre 2005 y 2007. Traté de jugar mucho con las estructuras, con los puntos de vista, con los distintos significados que puede tener cada palabra. En resumen, quise familiarizarme con las herramientas necesarias para escribir.
Señas particulares, en cambio, es un libro en el que intento que sean las propias historias las que me dictan la forma en que deben ser contadas para conmover, en un sentido positivo, a los lectores. No se trata de hacer alardes técnicos, sino de contar con efectividad una historia que merezca ser contada. Ni siquiera intenté darle forma a un libro como tal, sino transmitir anécdotas con la sencillez y el tono cotidiano que tiene una conversación de sobremesa. A todos nos pasa: vamos en camino a una reunión de amigos y en el trayecto nos sucede algo extraño… a partir de ese momento, por alguna razón, nos carcome la urgencia de contarlo, y esa necesidad sólo queda satisfecha cuando hemos transmitido la historia a alguien más. Cuando se explora con esa brújula, las estructuras llegan con naturalidad.
En ese proceso volví a un libro que leía mucho de pequeño, por supuesto en una adaptación para niños: Las mil y una noches. Y me di cuenta de que muchas de las historias incluidas allí son universales precisamente porque trascienden el contexto inmediato y son capaces de tocarnos aunque vivamos en un tiempo y un espacio muy distintos.
Esta intención de escribir para comunicar es algo que se está convirtiendo en un factor común de la generación a la que pertenezco: lo advierto en la poesía de Mijaíl Lamas, que hace muy poco estuvo como invitado en la Feria del Libro de Colombia y cuya obra ha sido señalada por autores de la talla de José Emilio Pacheco, por ejemplo; lo advierto también en los cuentos de Geney Beltrán Félix, que propone nuevos caminos para la narrativa con su libro Habla de lo que sabes; lo encuentro también en las historias de Nadia Villafuerte, narradora sinaloense que tiene una prosa demoledora y que ha sido invitada a leer en España, Cuba y Sudamérica. O en narradores de generaciones anteriores que están dando un excelente momento a la narrativa mexicana como Mónica Lavín, Eduardo Antonio Parra y David Toscana”.
Hasta aquí las palabras de Vicente sobre su libro y su premio. Debo recordar la ficha biográfica, día tras día más abultada, de este escritor y periodista lagunero. Nació en Torreón, en 1977. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2005-2006 y 2006-2007 y del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Coahuila en 2002-2003. Con Partitura para mujer muerta (Literatura Mondadori, 2008) obtuvo el Premio Nacional de Novela Policiaca. Otros de sus títulos son El síndrome de Esquilo (Ficticia, 2007) y La Laguna de tinta (UdeC, 2006). Su labor como reportero y articulista le ha valido premios como el Armando Fuentes en 2003 y Estatal de Periodismo Coahuila 2007. Sus trabajos han sido publicados por revistas como La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Este país, Tierra Adentro y Proceso. La ficha no lo dice, pero es necesario agregar que Partitura para mujer muerta ya está en su tercera impresión y amenaza con ser volcada al inglés y publicada en el Reino Unido (hacemos changuitos para que eso cuaje). Vicente es además, en estos días, editor de una revista institucional en el DF y no para de estar presente aquí y allá en medios periodísticos con columnas, artículos y reseñas.
Su gemelo Antonio, mejor conocido como Frino, anda por las mismas. Músico de vocación, maestro de talleres literarios y dramaturgo, yo lo considero el último (y acaso el primero) de los decimeros irritillas y también un consumado sonetista. Mientras todos los jóvenes poetas miran hacia el verso libre, Frino se ha clavado, con chispa, malicia y atrevidas rimas, en el verso medido, en la estrofa ceñida a corsés que desafían de otra manera a los poetas. Como decimos los laguneros: Frino no le ha sacado al parche y allí está, dándole y dándole al verso con metro y obteniendo de él las refulgencias que sí tiene esa poesía cuando hay imaginación y ganas de atrever rimas osadas. Pues bien, este huapanguero amigo se agenció, también, otro premio nacional de teatro. Hace un par de años ganó el de teatro infantil convocado por el INBA y ahora el de teatro convocado por el Gobierno de la Ciudad de México y el Museo de Artes Populares. Lo obtuvo con la obra El bufón está de luto, pieza que mezcla con habilidad el imaginario de los cuentos para niños con la tradición de hacer alebrijes y la expresividad de la poesía.
Vicente y Frino, gemelos laguneros, lo son también en el talento literario. Una felicitación para ellos y para sus padres. Por cierto: que don Antonio y doña Rocío pasen la receta.
“Recibí el Premio Nacional de Narrativa María Luisa Puga 2009 por el libro Señas particulares, una colección de cuentos que se fue escribiendo sola: lo mismo hay historias que se desarrollan en el México de 1810, azotado por la violencia que generaba la lucha de Independencia, que anécdotas protagonizadas por un lagunero de paso por Sudamérica o las leyendas que se cuentan los marinos de un barco que se niega a atracar en un puerto que suponen azotado por la peste. Hay incluso un par de anécdotas que tomé de mi trabajo como periodista, pero que emigraron sin que me diera cuenta a los territorios de la ficción.
El premio es convocado por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y además del estímulo en efectivo, contempla la publicación del libro ganador dentro de su programa editorial. En estos momentos estoy corrigiendo el libro, incluso reescribiendo un par de cuentos que no acababan de convencerme como estaban, pero calculo que estará en circulación a mediados de este año.
Mi primer libro de cuentos, titulado El síndrome de Esquilo, fue un libro de aprendizaje que abarcó desde los primeros cuentos hasta los que escribí en la Fundación para las Letras Mexicanas entre 2005 y 2007. Traté de jugar mucho con las estructuras, con los puntos de vista, con los distintos significados que puede tener cada palabra. En resumen, quise familiarizarme con las herramientas necesarias para escribir.
Señas particulares, en cambio, es un libro en el que intento que sean las propias historias las que me dictan la forma en que deben ser contadas para conmover, en un sentido positivo, a los lectores. No se trata de hacer alardes técnicos, sino de contar con efectividad una historia que merezca ser contada. Ni siquiera intenté darle forma a un libro como tal, sino transmitir anécdotas con la sencillez y el tono cotidiano que tiene una conversación de sobremesa. A todos nos pasa: vamos en camino a una reunión de amigos y en el trayecto nos sucede algo extraño… a partir de ese momento, por alguna razón, nos carcome la urgencia de contarlo, y esa necesidad sólo queda satisfecha cuando hemos transmitido la historia a alguien más. Cuando se explora con esa brújula, las estructuras llegan con naturalidad.
En ese proceso volví a un libro que leía mucho de pequeño, por supuesto en una adaptación para niños: Las mil y una noches. Y me di cuenta de que muchas de las historias incluidas allí son universales precisamente porque trascienden el contexto inmediato y son capaces de tocarnos aunque vivamos en un tiempo y un espacio muy distintos.
Esta intención de escribir para comunicar es algo que se está convirtiendo en un factor común de la generación a la que pertenezco: lo advierto en la poesía de Mijaíl Lamas, que hace muy poco estuvo como invitado en la Feria del Libro de Colombia y cuya obra ha sido señalada por autores de la talla de José Emilio Pacheco, por ejemplo; lo advierto también en los cuentos de Geney Beltrán Félix, que propone nuevos caminos para la narrativa con su libro Habla de lo que sabes; lo encuentro también en las historias de Nadia Villafuerte, narradora sinaloense que tiene una prosa demoledora y que ha sido invitada a leer en España, Cuba y Sudamérica. O en narradores de generaciones anteriores que están dando un excelente momento a la narrativa mexicana como Mónica Lavín, Eduardo Antonio Parra y David Toscana”.
Hasta aquí las palabras de Vicente sobre su libro y su premio. Debo recordar la ficha biográfica, día tras día más abultada, de este escritor y periodista lagunero. Nació en Torreón, en 1977. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2005-2006 y 2006-2007 y del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Coahuila en 2002-2003. Con Partitura para mujer muerta (Literatura Mondadori, 2008) obtuvo el Premio Nacional de Novela Policiaca. Otros de sus títulos son El síndrome de Esquilo (Ficticia, 2007) y La Laguna de tinta (UdeC, 2006). Su labor como reportero y articulista le ha valido premios como el Armando Fuentes en 2003 y Estatal de Periodismo Coahuila 2007. Sus trabajos han sido publicados por revistas como La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Este país, Tierra Adentro y Proceso. La ficha no lo dice, pero es necesario agregar que Partitura para mujer muerta ya está en su tercera impresión y amenaza con ser volcada al inglés y publicada en el Reino Unido (hacemos changuitos para que eso cuaje). Vicente es además, en estos días, editor de una revista institucional en el DF y no para de estar presente aquí y allá en medios periodísticos con columnas, artículos y reseñas.
Su gemelo Antonio, mejor conocido como Frino, anda por las mismas. Músico de vocación, maestro de talleres literarios y dramaturgo, yo lo considero el último (y acaso el primero) de los decimeros irritillas y también un consumado sonetista. Mientras todos los jóvenes poetas miran hacia el verso libre, Frino se ha clavado, con chispa, malicia y atrevidas rimas, en el verso medido, en la estrofa ceñida a corsés que desafían de otra manera a los poetas. Como decimos los laguneros: Frino no le ha sacado al parche y allí está, dándole y dándole al verso con metro y obteniendo de él las refulgencias que sí tiene esa poesía cuando hay imaginación y ganas de atrever rimas osadas. Pues bien, este huapanguero amigo se agenció, también, otro premio nacional de teatro. Hace un par de años ganó el de teatro infantil convocado por el INBA y ahora el de teatro convocado por el Gobierno de la Ciudad de México y el Museo de Artes Populares. Lo obtuvo con la obra El bufón está de luto, pieza que mezcla con habilidad el imaginario de los cuentos para niños con la tradición de hacer alebrijes y la expresividad de la poesía.
Vicente y Frino, gemelos laguneros, lo son también en el talento literario. Una felicitación para ellos y para sus padres. Por cierto: que don Antonio y doña Rocío pasen la receta.