sábado, abril 28, 2007

Massera y Videla




















Ayer leímos aquí, en La Opinión, una nota sobre Eduardo Massera y Jorge Rafael Videla, gorilas supremos de la dictadura que vapuleó a la Argentina del 76 al 83. Además de eso, pudimos leer la estupenda columna internacional de Roberto Bardini, experto analista de las atrocidades perpetradas por el régimen militar más carnicero que haya habido jamás en el país austral. México, Torreón está lejos de aquel salvajismo y del indulto que Menem les otorgó a los genocidas en 1990, pero a éste que les escribe no dejó de aflorarle una sonrisa de satisfacción al leer que los crímenes de Videla y de Massera son, según un nuevo fallo de la justicia, imperdonables y ambos efectivos castrenses deberán purgar, a sus avanzadas edades, una reclusión perpetua que además los bañe de la ignominia que bien merecen.
Bardini tituló su artículo con la famosa sentencia “No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague” para dejar patente que la barbarie de esos torturadores fue, al fin, aunque sea un poco tarde, castigada por la historia. No es un pequeño triunfo para la legalidad internacional, dado que entre ese par de patanes y sus achichincles sumaron, por supuesto que con absoluta y cínica crueldad, allanamientos, secuestros y asesinatos de todo tipo, como dice Bardini, que en su artículo cita a Rodolfo Walsh, de quien hice una nota necrológica el 27 de marzo a propósito del 30 aniversario de su muerte. En aquella ocasión no pude citar, por falta de espacio, el documento cumbre de Walsh, la “Carta abierta a la Junta Militar”, también mencionada por Bardini, texto que escribió para enumerar los estropicios causados por aquellos criminales a un año de la asonada, en 1977. Cito ahora alguna parte de esa carta inmortal: “Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio. (…) La falta de límite en el tiempo ha sido complementada con la falta de límite en los métodos, retrocediendo a épocas en que se operó directamente sobre las articulaciones y las vísceras de las víctimas, ahora con auxiliares quirúrgicos y farmacológicos de que no dispusieron los antiguos verdugos. El potro, el torno, el despellejamiento en vida, la sierra de los inquisidores medievales reaparecen en los testimonios junto con la picana y el ‘submarino’, el soplete de las actualizaciones contemporáneas”.