A veces las hipérboles (figura literaria que consiste en la exageración fuera de toda medida para ponderar algo) son alcanzadas por la realidad. Haber dicho “muertos por toneladas” hubiera sido una vistosa hipérbole en 1997, pero enunciar hoy eso mismo no es más que una mera pincelada descriptiva de lo que pasa con la violencia incubada a grados inauditos por Fox y ahora incontenida por la errabunda gerencia felipista.
Un cálculo que va más allá del ejercicio numérico indica que, si el año continuara en el mismo tenor de los primeros cuatro meses, al final de 2007 tendremos más de dos mil ejecutados. Pura aritmética: van 700 en cuatro meses; se sumarán otros 700 de mayo a agosto y una cifra similar de septiembre a diciembre. En total, 2100 muertos si el fenómeno fuera fijo, pero va escalando y Carlos Bazdresch, del CIDE, calcula que llegará a cuatro mil. Ahora bien, aceptemos 2100 y pensemos que cada víctima pesa en promedio 85 kilos; eso nos arroja un total de 178 toneladas y media de carne humana. ¿Podríamos imaginar lo que veríamos si apilamos esos cuerpos? Es imposible alcanzar una mínima vislumbre de tan macabra imagen, aunque ciertas fotos del holocausto nos den idea de lo que es la muerte amontonada y anónima. Aquí el problema es que, aunque toda ejecución es pavorosa, las guerras políticas no dejan de encerrar cierto ideal, por torcido y discriminatorio e inhumano que sea, mientras que la guerra del narco es librada totalmente bajo el estúpido imperio del dinero.
Ese poder enmugrecido por el dinero con olor a muerte es precisamente el que envenenó al foxato, el mismo que ha trasminado a las instituciones dizque encargadas de procurar seguridad en nuestro país y el mismo que ahora libra una lucha histórica por conservar sus temibles fueros. Gran parte de la espiral violenta toca al actual gobierno. No sólo porque es heredero directo del anterior, del gobierno foxista, sino también por su inoperancia, su hipocresía y su fatal nacencia espuria. Lejos de haber obtenido así sea un triunfo parcial y momentáneo contra el crimen, el gobierno de Calderón ve, como espectador nomás, las masacres generalizadas en toda la república. Jornadas de veinte muertos nunca se habían admirado en el país, y todavía el político de Michoacán emite lánguidos discursos donde afirma que la situación avanza por el camino correcto.
Ya sería hora, más bien, de cambiar estrategias, antes de que sea imposible (tal vez ya lo sea) enderezar el rumbo. Lo primero sería llamar a Fox, cuya lasitud dejó crecer el mal a grados infernales. No lo hará. Ni eso ni nada que en verdad remedie nada. Los cadáveres elevarán una montaña.