¿He contado alguna vez que casi de regalo conseguí tres libros firmados por Alfonso Reyes en el colofón? Los tengo todavía, y a su valor documental se suma el hecho insólito de contar con ese insigne garabato, un par de palabras, “Alfonso” y “Reyes”, que equivalen a saber abrumador. En general, abomino del fetichismo, de la manía coleccionadora de chácharas sobrenaturales. Ni amuletos, ni pósters, ni baratijas que encierren jetaturas infalibles. Pero a lo largo de una vida entregada al libro he desarrollado un afecto especial, una pasión rayana en el totemismo, por ciertas obras ora por su antigüedad, ora por su diseño, ora por su edición, ora por cualquier otro detalle peculiar.
En 1990, tal vez 91 o 92, ya no puedo saberlo, se instaló una librería en un pequeño cubículo del anexo del Teatro Martínez. La idea fue, hasta donde llega mi recuerdo, de Felipe Garrido, quien bautizó al reciento como Unicornio. El proyecto fue un oasis, pero duró poco. Había en ese limitado recinto un poco de estantería, y sobre ella una apreciable cantidad de títulos editados, la mayoría, por el FCE. Muchos de esos libros eran nuevos, pero de edición no reciente, lo que permitía encontrarlos a precios de ganga. Me hice, o sus clientes nos hicimos, no sé de cuántos buenos títulos, tantos que en otro momento jamás he vuelto a comprar una cantidad siquiera próxima de libros del Fondo.
Lo mejor ocurrió aquel sábado inolvidable. Al concluir el taller literario que impartía en la UAdeC, me di una vuelta de rutina a la Unicornio. Y se hizo la luz: alineados, en edición intonsa (sin refine), figuraban en un estante varios tomotes blancos de las Obras completas de Reyes. Su precio era ridículo, casi como encontrarlos hoy a diez pesos por unidad. Faltaban los volúmenes I y II, y llegaba hasta el XIX. Revisé y vi que había, pues, dos juegos de los tomos III al XIX, así que compré uno de inmediato. Al llegar a casa no bajé los ejemplares del coche, pues lo primero que hice fue llamar por teléfono a mi cuate Gerardo García, a la sazón perito encontrador/comprador de libros. Le narré el desaguisado y me urgió a que pasara por él para ir por el otro juego de tomos antes de que se esfumara. Volé. Llegamos a la Unicornio y él hizo su compra. Para celebrar el hallazgo fuimos el café Los Globos, ya extinto, y bajamos cada quien dos o tres tomos, sólo para revisar. En una de esas, Gerardo descubrió un colofón, y al final hallamos, con estas palabras, tres cada uno: “La edición estuvo al cuidado de Alí Chumacero y consta de 104 ejemplares en formato mayor, numerados del I al CIV y firmados por el autor”. Tengo tres firmas de esas. Casi nada.