El viernes pasado presenté en el Salón Azul, de Lerdo, el libro Tomar la palabra, colección de artículos del profesor Gabriel Castillo. Al terminar el acto regresé a Torreón con mi cuate Raymundo Tuda. Ninguno de los dos imaginaba que al llegar a la altura de La Pulga nos íbamos a encontrar con una enorme cola de automóviles que buscaba pasar de Gómez a Torreón. Lenta, desesperantemente, la ristra de vehículos avanzaba cinco metros y se detenía, cinco metros más y otro alto, y así hasta llegar frente a los oficiales que, con patrullas, torretas y uniformes, detenían coches de manera aleatoria.
A nosotros nos tocó báscula, dada nuestra innegable facha de rufianes. Nos orillamos, bajamos del coche. Tranquilos, educados, tres agentes de la preventiva torreonense husmearon todos los rincones del auto. Fue una labor difícil, pues en su mueble Tuda carga lo inimaginable. Anotador compulsivo de papelitos y libretas (allí asienta, además de apuntes de trabajo, poemas y aforismos), mi amigo vio cómo un policía se tomó incluso la libertad de hojear y leer, a vuelaojo, papeles ajenos.
Al no hallar, obvio, nada que nos comprometiera, los oficiales dieron con amabilidad las gracias y nos otorgaron el paso. No fue la gran pérdida de tiempo, por supuesto, pero irrita el solo hecho de pensar que esa inversión de recursos y esa molestia al ciudadano dejará diminutos resultados. La razón es elemental: al narco sólo se le puede combatir con éxito mediante la inteligencia y el factor sorpresa, y eso en espacios como narcotúneles, casas de seguridad, pistas clandestinas, brechas en el monte. En la ciudad, a la vista de cualquiera, los únicos que operan, en todo caso, son los dealers de baja estofa, los puchadores que en general se las arreglan con la autoridad para distribuir su mercancía en la calle, a domicilio o en madrigueras para el baile y la bebida. Eso significa que un retén, a lo mucho, tomará por sorpresa a un mocoso que se inaugura en el mundo de las grapas, nunca a los verdaderos tigres, ni siquiera a un narcomenudista de barriada.
Todo vehículo enfilado de Gómez a Torreón el viernes a las nueve de la noche tuvo no una, sino diez oportunidades de evitar el retén. Si alguno llevaba ladrillos de mota o bolsas de soda, con la tranquilidad de un ajedrecista pudo salir del camino, reingresar a Gómez, guardar la mercancía y pasar de nuevo con un rostro más inocente que el de doña Sara García. El resultado, entonces, de los operativos, es éste: la ciudadanía ya sabe que el gobierno de facto tiene-de-su-lado a los cuerpos de seguridad; los narcos, mientras tanto, ríen a carcajadas.