Ceñida al atavismo sexenal de tirarle al negrito que ya se fue, mucha crítica periodística mexicana fija sólo su atención en la figura de Fox y, sin titubear, lo culpa de los peores males que hoy vivimos. Es un personaje distractor, el monigote aprovechable para el vapuleo que ya no compromete. Hacer trizas a Fox se justifica por muchas razones: por su pésimo gobierno, por abrir de par en par el sésamo a la delincuencia, por dejarse mangonear por una ruca oportunista, por enriquecerse con escándalo, por no haber dado una sola vez la cara en San Juan de Sabinas, por querer manipular al gobernador Moreira, por lo que sea, pero no deja de ser el negrito ausente al que es posible ridiculizar como a Salinas con las máscaras callejeras del 94, ya cuando se había ido, ya cuando era imposible hacerle nada o casi nada.
Esa crítica demoledora al ex presidente, que siento justa, olvida sin embargo un detallito: centímetros más, centímetros menos, Vicente Fox es Felipe Calderón. Parece una poquedad, pero en esencia ese es, o debería ser, el punto a discutir. Fox dinamitó muchas zonas, como es el caso de la seguridad nacional hoy ultrajada por el narco omnipotente, y por ello merecería cárcel perpetua. Pero no es la única maligna herencia que dejó. Atenidos a las pruebas sobre el enviciamiento del proceso electoral, atenidos a la desvergüenza confesa de su desquite personal y su intromisión en los comicios, otro de los legados de Fox es el actual presidente de la república. Nada menos que eso: ¡el actual presidente de la república! Por tal razón no deja de resultar extraño que, metidos en la dinámica acostumbrada de señalar con dedo furibundo (hasta en Televisa) los errores del saliente, se pasa por alto que uno de los errores del susodicho saliente es el entrante, es decir, que el daño principal que Fox le hizo a México fue imponer con descaro a un sucesor que, ventajas de la inmediata desmemoria, es llamado “presidente” sin empacho, sin vincularlo al pasado cercano, como si entre Fox y Calderón no mediara lo que media: un monstruoso fraude electoral.
Podrá parecer ligero, pero todo lo que le restriegan a Fox en la televisión (reitero que es el mejor termómetro para saber hacia dónde se desea desviar la atención del ciudadano) me parece menor comparado con la manipulación electoral. La razón es sencilla: al favorecer como lo hizo a Calderón, aseguró en la presidencia más que a un hombre a un proyecto económico y social depravado, garante de seis años más de inmundicia. Por eso, sólo por eso, Rulfo fue sabio: “Ya mataron a la perra, pero quedan los perritos”.