La perrada del barrio, que es sabia sobre todo cuando se inspira con cervezas, etiqueta con profundo y gracioso escepticismo a quienes desempeñan simuladamente un oficio: es puro pájaro nalgón, dicen. Tal rótulo les ajusta de maravilla a los políticos que, por anhelar un nuevo cargo, nunca terminan por colocar bien sus posaderas de pájaros nalgones en la silla que ya tienen. Así, el gran escaparate de la polaca mexicana nos ofrece un espectáculo lamentable de diputados que apenas lo son y ya quieren ser senadores, de senadores que apenas lo son y ya quieren ser gobernadores, de secretarios que siempre desean ser presidentes, de alcaldes que sueñan a toda hora con alcanzar un cargo mayor. Es un vicio indescriptible, una patología, al parecer, sin cura.
Esta escalada de apetencias trae como consecuencia, entre otros, dos vicios que acompañan como rémoras al quehacer político mexicano: el madruguete y el saltimbanquismo. Son, como si dijéramos, uña y mugre, y de hecho nunca están, como los dos arbolitos de la canción, separados uno del otro. El madruguete deriva en saltimbanquismo, y el saltimbanquismo deviene madruguete, y así alternativamente. Los casos son innumerables, y los tenemos tan cerca que nomás con echar un vistazo a la localidad podemos ver el elenco de madrugadores y saltimbanquis.
El secretario de gobierno Pimentel tenía apenas un año en ese cargo y ya estaba madrugando para, desde allí, hacerse de la gubernatura. El alcalde de Torreón acaba casi de leer su primer informe y ya comenzó a mover alfiles para llegar a ser góber de Coahuila. El senador Anaya todavía no calienta la curul en Xicoténcatl y ya se le cuecen las habas por alcanzar otro tanto. El diputado federal Zermeño tiene quince minutos instalado en San Lázaro y anda en las mismas. O sea, todos con la mira puesta en el futuro, y por ese propósito se adelantan. Tan madrugadores son, se sabe, que algunos le hacen una lectura peculiar a la reciente boda de Zermeño: como todavía tiene sueños pendientes en Coahuila, aprovechó la coyuntura de su casorio para empatar a Anaya en materia de cercanía con Calderón, pues en teoría ser compadre vale casi lo mismo que ser testigo de boda.
Se permite de todo en esa feroz y soterrada carrera parejera. El caso es descansar la mirada en el futuro, nunca en el presente. Nuestros políticos tienen, pues, un nivel de pragmatismo aterrador: lo ya conseguido, conseguido está. Lo importante está siempre en el porvenir, de ahí que los cargos sean desempeñados al ahi se va, sólo como taburetes de saltimbanqui. Mañana seguiré con esto; se están madrugando a placer delante del respetable público.