Ocho páginas en papel bond, full color, tamaño tabloide, sin directorio y sin una sola firma o seudónimo que indiquen autoría, todos esos rasgos hacen de El Ciudadano (Torreón, Coahuila, Año 1, Número 1) un acabado ejemplo de libelo, oséase de publicación que con el más anónimo y terrorista de los periodismos quiere aniquilar de un misilazo a sus enemigos políticos. Lo conseguí, obviamente gratis, en un Oxxo, y puede ver que lo repartieron en puntos comerciales de similar giro. Es un modelo de odio y redacción pedestres (dos rasgos, por otro lado, casi inherentes al libelismo clásico). Parece de fácil atribución, pero dada su falta de nombres propios y dado que no se ve una coyuntura política importante en la cercanía es mejor andarse con tiento antes de achacarle a alguien la comisión del bazucazo.
Dos son las víctimas centrales, aunque una más que otra, de El Ciudadano. El “reportaje” principal ataca apachemente al senador Anaya; lo hace mediante el recordatorio del supuesto desfalco a Simas. Con menos violencia, de gratis, el diputado Zermeño también es aporreado. No juzgo ciertas ni falsas las imputaciones de El Ciudadano, pues para ello se requeriría una investigación que hasta la fecha no se ha emprendido (ni se emprenderá), sólo describo el contenido del libelo, pongo en consideración sus intenciones y conjeturo su autoría. Sobre esto último, atrevo tres posibilidades:
1) Como ya es del dominio público que el senador Anaya aspira a la gubernatura —y, dada la actual tómbola, tiene todas las condiciones para alcanzarla, incluido un estrecho vínculo personal con Calderón— no es remota la posibilidad de que sus rivales del partido en el poder estatal ya hayan comenzado a vapulearlo con el tema insepulto de Simas. En este caso, el uso de los colores azul y naranja en la portada son inmejorables distractores.
2) Los colores predominantes del libelo son el azul y el naranja, los mismos que caracterizan al icono de la actual administración torreonense encabezada, nadie lo ignora, por enemigos políticos de Anaya. Parece demasiado obvio, y esto se puede interpretar de dos maneras: a) es un descuido de los diseñadores vencidos por su subconciente y b) con maña se quiere hacer evidente la “autoría” al usar esos colores institucionales.
3) La posibilidad descabellada lleva a pensar que se trata de fuego amigo. Basta ver el peso que se le da a cada víctima (y los temas desempolvados) para intuir esa posibilidad.
Sea lo que sea y de quien sea, es claro que se trata de un madruguete; estamos a cuatro años de que se definan las candidaturas y ya comenzó la guerra de lodo.