Me he dejado vencer muchas veces como padre pasalón. Hace un año se presentó en el Teatro Alvarado una compañía amateur de jóvenes actores que, con las uñas, con mucha ingenuidad y hartos deseos de agradar, pusieron en escena el musical Vaselina que en mi prehistoria adolescente y ñeteril alcanzó fama mundial gracias a la dupla conformada por Olivia Newton-John (¡arroz!, decía don Mauricio Garcés) y John Travolta. Los jóvenes laguneros dieron como media docena de funciones gratuitas, todas celebradas en tardes de domingo. Como esos días no hay nada qué hacer en el planeta y mucho menos en La Laguna, mi esposa y yo llevamos a las niñas en cuatro ocasiones. No miento si digo que nos divertíamos, pues el espectáculo, aunque rústico, dejaba asomar a pequeñas dosis la magia del arte teatral. Mis hijas, por su parte, casi aprendieron las canciones de la obra y el siguiente paso consistió en comprarles el maldito CD con los temas originales y el DVD de la película.
Varios meses después, los cinco tuvimos la suerte de ver una versión profesional de Vaselina, la que se presentó recién, el martes 6, en el Teatro Nazas. El programa de mano consignaba que era un espectáculo de Julissa y de Quiroz Producciones (¿?). La ex cantante y actriz se encargó de la “Traducción, adaptación y letra” de esa obra escrita por Jim Jacobs y Warren Cassey, que en esta puesta tiene como estelaristas a Alex Ibarra, Sherlyn, Alex Sirvent, Daniela Luján y un montón de wannabes que fungen como extras.
Un teatro espléndido, una producción de buen billete, dos entradas que casi llegan al lleno y un audio poderoso no fueron sin embargo suficientes para maquillar lo absurdo, lo grotesco de la trama armada por la ex estrella ruckanrolera. Sé que una obra musical de esa índole no es exactamente lo que Brecht entendía por teatro, sé que Vaselina busca a niños o a jóvenes que pasan por la edad de la inocencia, pero no hay que excederse: un poco de lógica, un mínimo hilo conductor que ate la historia nunca le viene mal a ningún espectáculo que en principio quiera contar algo, en este caso los avatares del amorío entre Dany y Sandy. No hubo tal mínima lógica, y a cambio esta versión 2007 de Grease, una chilangada con todo el sello facilista de Televisa, exhibió las previsibles canciones pegadas con saliva a parlamentos dignos de teatro preparatoriano, el arte al que nos quiere condenar el show business alentado desde los media adormecedores.
No lejos, más bien en consonancia con esas simplonerías rayanas en el delirio, está la guácara llamada Rebelde (aunque se enoje Carlos Mota, analista de cifras, no de contenidos) y ese fenómeno ya mundial llamado Bety la fea, que un ingenioso productor rebautizó en la versión náhuatl con un oxímoron nacido vía cesárea: La fea más bella. Qué cosa más ojéis, venerable señor Huitzilopochtli. Con tal bodriazo colombiano (que por cierto ha hecho más daño a la humanidad que los cárteles de Cali y Medellín juntos) el melodrama ha alcanzado en Latinoamérica los más altos rangos de bajeza artística. Hoy sé que también anda en EUA (donde ha rebasado los seis millones de telespectadores), en Inglaterra y en no sé cuántos países más. La cursilería, pues, adueñándose del mundo espiritual, e impunemente. Yo reculo, y no necesito más, con ver unos segundos la sobreactuación (en un tono de comedia noña que recuerda a Capulina) de los protagonistas, oséase el archimamonsísimo galanazo criollo Jaime Camil y la mostachona y fridakahlesca Angeliquita Vale (casi en el papel de ella misma). Vaselina 2007, Rebelde, La fea más bella… parafraseo a Spengler: la flatulencia de Occidente, el triunfo de la estupidez. Y por goliza.