Me cae muy bien el chileno Sepúlveda. Va mi más reciente colaboración para la revista Nomádica:
Los mundos de Luis Sepúlveda
No es fácil hallar en el amplio espectro de la narrativa escrita en nuestra lengua a narradores preocupados por el medio ambiente. Me refiero, claro, a escritores que —más allá del apoyo político a las causas del ambientalismo y firma de manifiestos o más allá también de las ocasionales declaraciones en contra de la barbarie industrial— hayan dado muestras de ese interés en alguna de sus obras. No abundan, creo, y entre los pocos que destacan abiertamente se encuentra sin duda el chileno Luis Sepúlveda (Ovalle, 1941). Autor de una obra amplia y ya bastante reconocida, Sepúlveda ha escrito tres o cuatro historias (Diario de un killer sentimental, Un viejo que leía novelas de amor, Yacaré) que sin duda configuran un corpus suficiente como para considerarlo el mejor escritor ambientalista de la lengua castellana.
Viajero irredento, Sepúlveda emprendió desde muy joven una travesía vivencial que lo llevó a cientos de lugares en el mundo. Eso fue, quizá, lo que afinó su sensibilidad sobre el valor del planeta y de las especies que en él habitamos, valor que la modernidad —el progreso que más bien parece o es retroceso— ha depredado inmisericordemente y sin reparar siquiera un momento en la actual inmediatez del los desastres, como ocurre en el caso del calentamiento global o la tala criminal de los bosques.
Con su obra, Sepúlveda parece decirnos que la preocupación ambientalista no es sólo asunto de científicos y de luchadores sociales. En el mundo de hoy, mundo avasallado por un desarrollismo inmoral y omnipresente, todos tenemos menor o mayor grado de responsabilidad ante el desastre y, por ello, todos estamos comprometidos a trepar en el barco de la preocupación ecológica. El narrador, el inventor de historias, desde su pequeña estatura de artista puede hacer algo más que ver el paisaje desolado de nuestros campos y de nuestras ciudades. Así sea de vez en cuando puede escribir ficciones en las que atraviesen temáticas cercanas a la hostilidad mostrada por el hombre contra la naturaleza. Hay muchas historias ambientales sin narrador, tantas que basta salir a la calle para advertir cuán múltiple es la catástrofe y cuán escasa es la oposición del arte literario ante la numerosa destrucción.
El narrador chileno es vivo ejemplo de que la preocupación del ficcionista por no incurrir en el panfletarismo se puede salvar si hay inteligencia. La malicia de Sepúlveda es tal que sin renunciar a su vocación de contador de historias acomoda con destreza la denuncia del cataclismo. Eso ocurre en las novelas que mencioné, pero si queremos ver otro ejemplo cabal de lo que digo podemos remitirnos a Mundo del fin del mundo, hermosa noveleta donde queda expuesto el trotamundismo de Sepúlveda, su callo narrativo y una vocación de ambientalista denunciante que no le cabe en el cuerpo.
Ganadora del premio de novela corta Juan Chabás, en Alicante, España, Mundo del fin del mundo cuenta, supongo que demasiado autobiográficamente, el arrasamiento de los mares ocasionado por la caza comercial e indiscriminada de especies como la ballena. Antes de llegar a ese tema específico, el personaje narrador, un periodista independiente y chileno que trabaja en Hamburgo y hace reportajes sobre el medio ambiente, recuerda un primer viaje de veraneo emprendido de Santiago de Chile hacia los mares del estrecho magallánico. Adolescente, inquieto, aquel pasado asienta en el personaje un respeto por la naturaleza que se verá traducido años después, llegada la vida adulta, en trabajos periodísticos de terca investigación.
Construida con pespuntes que llevan al lector de la superdesarrollada ciudad de Hamburgo a la todavía semisalvaje realidad de los océanos patagónicos, la historia nos conduce a un viaje de regreso, el que emprende luego de muchos años el narrador personaje a su país para cubrir allí mismo una denuncia por caza ilegal de ballenas. El autor de la masacre es el japonés Toshiro Tanifuji, capitán del buque factoría Nashin Maru que, pese a tener vadada la pesca de esa especie se mueve en mares chilenos con estratagemas ilegales y bajo la ruin protección del gobierno pinochetista.
Mundo del fin del mundo no es, como se pudiera pensar, una reportaje con barniz de novela; es una novela desde donde quiera vérsele, aunque las referencias al contexto de la lucha ambiental (Greenpeace, la Comisión Ballenera Internacional, etcétera) le dan el aspecto nada disimulado de reportaje. En virtud de tal estrategia, Sepúlveda, o el personaje narrador en el que se enmascara Sepúlveda, pude decir, a propósito de la humilde agencia donde trabaja, “De esa charla nació la idea de crear una agencia de noticias alternativa, preocupada fundamentalmente por los problemas que aquejan al entorno ecológico, y por responder a las mentiras que emplean las naciones ricas para justificar el saqueo de los países pobres. Saqueo no sólo de materias primas, sino de su futuro. Tal vez sea difícil entender esto último, pero, veamos: cuando una nación rica instala un vertedero de desechos químicos o nucleares en un país pobre, está saqueando el futuro de esa comunidad humana, pues, si los desechos son, como dicen, ‘inofensivos’, ¿por qué no instalan los vertederos en sus propios territorios?”
Un narrador preocupado con el entorno, una novela espléndida, eso son Luis Sepúlveda y Mundo del fin del mundo. El lector que tenga los pies bien asentados en el planeta que estamos destruyendo será otro al final de esta breve pero, estoy seguro, aleccionadora experiencia literaria.