No sé a qué grado de estulticia política se puede llegar para afirmar campante que Oaxaca se arregla en (otros) quince minutos y que dejará al país convertido en la Arcadia del mundo. Lo cierto es que, a un mes de tumbarse la banda presidencial, la impericia y la desfachatez de Fox tienen a México, para que no olvidemos el final del sexenio salinista, en un estado de descomposición que nunca antes fue acompañado por un discurso tan rosa.
Como si hubiera amanecido nuevamente el 2 de enero del 94, otra vez el sur del país se manifiesta ante la putrefacta autoridad y nos revela el verdadero rostro de México. Por una parte, un gobernante impúdico, bestial, incapaz de hacer política y sólo competente para aplastar; por otro, un pueblo agraviado, bronco, anónimo, que se defiende y ataca con las uñas, acorralado, sin más opciones de diálogo que no sean sus propios puños.
¿En qué terminará esta mugre? Es obvio que caerá el gobernador, pues su estancia en el poder es garantía de crisis. Lo único que no sabemos es el precio que pedirá el PRI para mover la pieza. Todo este lío de Oaxaca se resolverá pues en Los Pinos y en Gobernación; en el negocio está de por medio la tranquilidad del “presidente” electo.
Oaxaca no importa, en suma; lo fundamental es el costo que el conflicto alcanzará en las acciones del PRI y del PAN con miras al intercambio de poderes. La gente pisoteada por el autoritarismo de Ulises Ruiz, insisto, no importa.