Cierto día de 2004 recibí una llamada suya; no recuerdo si ya nos habían presentado, pero él me trató con agradecible confianza y me invitó a presentar su segundo volumen individual de cuentos (Sueños prestados). Acepté, cómo no, y nos vimos frente al público una noche en las instalaciones del Icocult Torreón. Mi memoria es traicionera, así que no sé en este momento si publiqué luego la reseña sobre su libro; allí dije esto:
“Sueños prestados en papel
En su famoso prólogo a El reino de este mundo, Alejo Carpentier pone en la mesa de disección el tema de la fantasía y del realismo como vertientes caras al ejercicio narrativo. A propósito del libro que reseño, no recuerdo otras palabras más precisas ni más calificadoras sobre el papel que debe guardar el ejercicio de la literatura fantástica en nuestra América. Mientras en Europa, afirma el cubano, los escritores se empeñan en articular una literatura fantástica basada en el efectismo y en la burocratización de lo sobrenatural —cuyo máximo exponente, por cierto, fue plenariamente el surrealismo—, en América Latina la fantasía anda por la calle, habita los mitos de la gente, vive en las leyendas de cada barrio, es ubicuo al grado de parecer real, real-maravilloso, es decir, tan real como fantástico y cotidiano.
Sin temor a errar creo que, a más de medio siglo de distancia, la postura de Carpentier respecto de la literatura fantástica europea es la misma que pueden seguir asumiendo quienes por acá, de este lado del charco, se dedican a escribir obras de índole sobrenatural. Basados en los mitos y en las propias experiencias de la ilogicidad y de la incertidumbre, los escritores de lo fantástico latinoamericano pueden hacer uso de lo cotidiano para insertar allí, en la vida diaria, acciones y personajes que escapan a las leyes de la racionalidad sin incurrir en el disparate, en la caricatura, en el 'alucine', para decirlo con el caló ahora en uso. En otras palabras, la latinoamericana no me parece ser una realidad propicia para establecer aquí monstruos de veinte cabezas, dragones tremebundos o gnomos saltarines, seres anómalos que, si no horrorizan, al menos causan risa de solo imaginarlos. Al contrario, la fantasía en América Latina puede explotar y explorar lo inmediato, nuestra circunstancia más próxima, el pliegue de la vida diaria que revela la presencia de lo extraño, de lo extraordinario o lo mágico. Borges y Cortázar me parecen lo más acabado de esa estirpe de escritores que en un contexto inmediato —cualquier arrabal de Argentina, por ejemplo— sabían encontrar tesoros de lo imaginario, de lo absurdo, de lo fantástico sin visos transgresivos, pero enormemente arraigados en una literatura donde lo sobrenatural asoma como si fuera parte de lo ordinario. Dos casos: 'Funes el memorioso' y 'Axolotl', dos cuentos donde la fantasía se despliega inteligente, ajena al griterío de los grandes fabuladores europeos.
El caso de Sergio Ríos Zapata concuerda visiblemente con lo esa manera nuestra de asumir la fantasía. Aquí, en cada uno de los 24 cuentos que edifican este libro, el autor regiomontano-lagunero, miembro del privilegiado grupo de escritores que han tenido la suerte de convivir con el maestro Guillermo Samperio, entrega historias donde se anudan lo real y lo fantástico de manara armónica, sin aspavientos, sin electrochoques abusivos para el indefenso lector. Con notable sincronía, Ríos Zapata incorpora el ingrediente sobrenatural en mundos donde la realidad parece tan concreta y ordinaria que casi la sentimos propia. La sorpresa siempre es añadida con habilidad de cuentista que sabe los tucos del género, es decir, luego de insinuar, apenas sutilmente, la presencia de lo extraordinario.
Voy a dar un ejemplo sintético para ilustrar todo lo que llevo afirmado. Usaré para el caso 'El monstruo del clóset', una pieza que, no me tiembla el teclado al afirmarlo, bien merecería habitar las páginas de alguna futura antología del microrrelato fantástico lagunero. El texto íntegro es éste:
Se admite que el monstruo del clóset es un ser sobrenatural dedicado a asustar a los niños durante la noche; así lo declaran los cuentos infantiles famosos y otros textos. Pero este monstruo no figura en ningún catálogo de criaturas sobrenaturales; como no es fácil encontrarlo, no se presta a una clasificación. No es como el hombre lobo o el vampiro, o la momia. Puedo estar frente al monstruo y no sabría con seguridad que lo fuera. Del vampiro sé que tiene colmillos y que la momia está cubierta de vendajes. Pero de mí, nadie sabe.
Enumero los valores de este textito que, insisto, son los valores predominantes en todo Sueños prestados.
1. La presencia de lo fantástico en lo cotidiano: el monstruo no habita un pantano o un castillo medieval; al contrario, para nuestro mayor disfrute, vive en un clóset, un clóset idéntico al que todos o casi todos tenemos en casa para guardar nuestras mugres.
2. Este monstruo no tiene prestigio internacional, no es el adefesio europeo de Stoker o norteamericano de Lovecraft, sino un pobre monstruo sin clasificación en los manuales de teratología. Es, pues, un monstruo vernáculo.
3. La narración es convencional, ordinaria. Está planteada como la confesión de un personaje que parece conducirnos hacia lo extraordinario hasta que en el último golpe de dados se revela como historia fantástica.
Todos los relatos de Sergio Ríos Zapata participan, en mayor o menor grado, de esta fórmula, lo cual me parece muy saludable en una comarca donde el cuento fantástico no ha tenido demasiados cultores. Luego entonces, los usuarios potenciales de este libro pueden estar seguros de que el epígrafe elegido por el autor de Sueños prestados es justo y necesario: 'Quien no llena su mundo de fantasmas, se queda solo', ha dicho el aforista argentino Antonio Porchia citado por el regiomontano-lagunero. En suma, Ríos Zapata ha poblado un libro con fantasmas queribles, fantasmas que tienen la virtud no de asustar, sino de hermanarse con el lector en el mutuo y gozoso ejercicio de la fantasía plasmada en el papel.
Recomiendo su lectura, felicito al autor y celebro esta nueva tanda de ficciones fabricada bajo la pupila atenta de Guillermo Samperio.
Comarca lagunera, 3, noviembre y 2004
Esa fue mi reseña. Pasaron los meses y lo vi nuevamente, de lejos, en sus matutinas caminatas de ejercicio en torno al bosque Venustiano Carranza. La semana pasada supe por La Opinión que lo sorprendió el silencio. Lo lamenté, lo lamento, sobre todo porque se fue joven y sé que lo amaba su familia. Dejó un buen ejemplo para muchos; para mí, la certeza de que la literatura es una hermosa enfermedad, tan incurable y pegadiza que puede luchar, a machete desenvainado, por abrirse brecha incluso en la selva ingenieril, incluso en donde sea. Vaya un abrazo a la memoria del amigo Sergio Ríos Zapata.