Nuestro espacio ha dado cancha a jugadores de variopintas camisetas. No es extraño entonces que a lo largo de los meses hayan aparecido aquí defensores perrunos de cualquier pelaje y filiación. De todo hay en la viña de Milenio, y eso lejos de ser un rasgo despreciable representa, estoy seguro, una de las características más estimulantes del medio que nos abraza. Por aprecio a tal pluralidad, poco o nada he opinado sobre las reflexiones de muchos colaboradores, ya que, me parece, casi todo debate debe encaminarse principalmente a desmenuzar, exhibir, analizar el comportamiento del poder político viciado de nuestro país, no tanto a jalar el greñero de colegas que en todo caso lo único que hacen es defender una postura personal, se supone, con la mayor independencia y honestidad posibles (a menos que pueda demostrarse lo contrario).
Gómez Leyva, Marín y Revueltas han recibido, lamentablemente, mucho lodo por sus posiciones críticas contra el lopezobradorismo. Lo mismo le ha ocurrido, pero al revés, a Arreola. El rechazo de los lectores, proporcional quizá al afecto de muchos otros, se debe a la claridad de sus posturas: para unos no hubo fraude; para otro, el robo se dio fehacientemente. Sobre ese tema, Revueltas preguntó en su columna de ayer: “¿en qué terreno se van a mover para seguir figurando en la lista de los bendecidos?” (se refiere a los periodistas que no han caído de la gracia pejista). No soy naides, como dice la milonga, para responder, pero lo hago con absoluta serenidad: en el mismo, es decir, en el de los que creen que las elecciones del 2 de julio fueron una patraña Innombrable.
Tal postura no es una defensa ciega a AMLO ni a lo que personifica. De hecho, cuando me preguntan sobre él digo algo parecido a lo que con gran cultura nacionalista expresó ayer Jorge Zermeño, presidente de la mesa directiva de la cámara de diputados: “¡A la chingada, a mí me vale madres!” Y es cierto: el Peje no me importa ni me ha importado. Lo que sí me importa, y esto lo repetiré durante todo el impostor sexenio, es que antes, durante y después de la jornada electoral se dieron suficientes evidencias, para mí, de un megaplan para descarrilar al candidato de la Coalición, no a la Coalición. Ese deseo protervo, que vimos todos y que han puesto de relieve hasta Marín y Gómez Leyva, es razón suficiente para que yo no crea en el resultado. En Francia, país civilizado como el que más, el ultraderechista Jean Marie Le Pen fue tranquilo candidato a la presidencia. Aquí el mañoso Estado quiso aniquilar ojetemente al aspirante de la populista y defectuosa izquierda; esa es razón suficiente para no aceptar nunca a Felipe Usurpador.