El domingo pasado presenté Pancho Villa, una biografía narrativa, el más reciente libro de Paco Ignacio Taibo II. Lo sorpresivo para mí no fue la generosa felicitación que hizo Taibo a mi trabajo, sino la pasmosa cantidad de alentadoras palabras que recibí al concluir la maratónica presentación. Había entre la gente, claro, dos o tres insignes detestadores de todo lo que jieda (con jota) a izquierda y a 2 de octubre y a Lopejobradó, pero la composición del público, digámoslo así, era mayoritariamente progre. Por esa razón, lo pensé luego, era previsible que uno que otro se acercara a felicitar mi posición ante el conflicto pre y poselectoral, lo que agradecí con total sinceridad, aunque sin poder explicar que, con o sin la gentil aprobación de algunos lectores, mi obligación es defender sin tapujos una postura en la que creo desde hace tanto tiempo y más ahora ante la, para mí, evidente tomadura de pelo nacional que es la presidencia de Felipe Usurpador.
Tan efusivas eran las palabras de aliento como lo han sido las no muy numerosas réplicas que he encarado por andar defendiendo “locos”. Tengo la dicha de no hacer vidita social, pero en una de esas pocas ocasiones en las que salí de la madriguera me aventé dos rounds de sobremesa; noté entonces que el agua del diálogo político estaba envenenada y echar un buche resultaba tan incómodo como riesgoso; así, para no perder amigos, decidí no polemizar con nadie sobre el tema y opté sólo por la escritura, territorio un poco más civilizado y, sobre todo, donde uno pude argumentar con la cabeza menos afiebrada. Ni ahí, sin embargo, escapa uno de la crispación. Varias cartas de molestia y muchas discrepancias callejeras he ganado, aunque todavía ninguna, creo, como las recibidas por los chipocludos del periodismo mexicano. Dos de ellos, Marín y Arreola, han dado a conocer sobre el asunto dos cartas que transpiran mierda. Ambos mails amenazan con estilo vándalo a sus destinatarios y nos evidencian el grado de ojeriza al que hemos descendido. A Marín le vomitan hasta lo que no tragaron; a Arreola igual: “Sigues enfermo apoyando a AMLO, te voy a cazar y te voy a poner una santa puta chinga hasta que quedes como los perros atropellados en la calle”; los dos paradójicos adjetivos para “chinga” (“santa” y “puta”), sumados a la cruel y destripada metáfora canina, nos dan una idea clara sobre el odio caníbal en el que se revuelca el país. Lo peor de todo es que nadie parece recordar a los pacíficos que atizaron el fogón de la barbarie. Su principal usufructuario, Feliponcio Pilatos, anda ahora de rebane por el mundo gastándose mi lana. Suertudote.