Es fácil tener arriba la moral cuando las realidades y los signos son harto favorables. Lo difícil es mantener la moral en alto cuando las circunstancias se empeñan en mostrarnos que la salida del túnel, si la hay, todavía está muy lejos, más allá de lo que habíamos previsto. No por otra razón el Che hacía severas reprensiones a los militantes que, en vez de evidenciar “optimismo revolucionario”, se dedicaban abiertamente o en secreto a propalar la idea de que ya todo estaba perdido, de que más vale bajar los brazos y emprender la retirada, el blandengue sálvese quien pueda.
Me da la impresión de que las porquerías que hemos vivido tienen en la lona moral a muchos ciudadanos que apoyaron la causa de la izquierda (o de lo que queda de ella), o sea que les enjaretaron un mandatario espurio y de pasada les bajaron las pilas. Quizá en algo les asiste la razón; fue tan procaz la intromisión de elementos turbios en el desarrollo del proceso electoral y es tanta la impunidad, tanto el cinismo, que casi no queda espacio en el alma para estacionar allí ni un mendrugo de optimismo. Están en su derecho quienes han dado la espalda a lo que tanto apoyaron antes y poco después del 2 de julio, pero también creo que tienen derecho a seguir en la lucha quienes se sienten ofendidos por la truculencia de la sucesión.
Por mi parte, no me voy a sumar a quienes apedrearon con todo su furor a AMLO y ahora, embusteramente desconcertados, se preguntan por qué no cuajó el pejismo en las elecciones de Tabasco. Tampoco soy de los que, ingenuamente victoriosos, levantan la mano de AMLO y lo declaran irrefutable ganador. Para mí, el proceso electoral fue un cochinero tan inmundo, tan pisoteado por la bota texana oficial, que ante el estrecho resultado no tengo otra salida más que ésta: México no tendrá presidente de la República. El Estado ensució adrede las elecciones y pese a eso quiere que el país acepte a un presidente que en términos reales será mandatario sólo porque los poderes fácticos así lo han determinado, no porque goce de real legitimidad.
Con un sujeto que estará en Los Pinos como falaz Ejecutivo, a cualquier ente progresista del país no le queda más que vivir en resistencia ideológica y, al alimón, construyendo algo, lo que sea, para cargar el futuro, pues si algo enseñaron Martí, Sandino, el Che, es a no perder el ánimo. Hablo de mi caso: siento que una vez más me impusieron un presidente, pero la moral sigue en alto. No hay que darles el gusto de parecer derrotados, pues no hubo tal derrota. Hay que decir lo que dijo Gabriel Peri frente al pelotón de fusilamiento: “El día viene, hermoso”.