Ayer Ciro cabeceó así su columna: “No hay que olvidar que son campeones nacionales”; la leí un par de veces y la relación explícita entre ese título y lo afirmado en el texto es ésta: como se anticipa que habrá pleito poselectoral, no es inoportuno olvidar que Tabasco para eso se las gasta solo; sus antecedentes indican que en 88, 91, 94, 95 y 2000 las elecciones allí degeneraron en pandemonio. Ciro señala a la entidad como incubadora casi natural de turbulencias poselectrales, pero en realidad lo que ha querido decir, ubicada tal afirmación en el contexto de su apunte, es que son los perredistas los generadores casi naturales de dichas turbulencias.
Para adivinar que Tabasco puede ser otra vez un polvorín el domingo 15, el periodista examina las intranquilas palabras de Andrés Granier, candidato del PRI a la gubernatura de aquella entidad. Según Ciro, Granier, pese a su delantera en los sondeos, teme que sus enemigos suelten a los pingos para descarrilar la elección mediante un ultraje al 20 por ciento de las casillas.
Por supuesto, ni Oaxaca ni Tabasco están ahora al margen de lo ocurrido el 2 de julio. Más: ambos casos son derivaciones de la lucha poselectoral nacional, y ahí radica su importancia para todos los actores en escena. Hay que plantear entonces algunas preguntas para meter en su justa dimensión las nada inocentes previsiones de Granier. ¿A quién le sirve que Tabasco truene? ¿En qué medida es Tabasco la vara para medir a los locos que todavía siguen a AMLO? Ojo pues: Tabasco es una carta que al foxismo y sus adláteres les interesa echar para que caiga un clavo más en el odiado ataúd. La piensan fácil: si gana el PRI, demuestran que AMLO está a la baja, tal como han venido canturreando desde 2003. Si hay disturbios, justifican el violentismo de la izquierda malhecha que acaudilla el hijo predilecto de Macuspana.
La mejor aproximación a la verdad en historia sólo se establece con documentos, no con conjeturas; así, ignoraremos siempre quién ganó en 88; suponemos que fue Cárdenas, pero la evidencia fue borrada del planeta gracias a patriotas como Diego Fernández de Gortari. Tampoco sabemos con certeza que ganó Calderón, y lo mismo hay que decir de AMLO; la única forma de saber qué pasó es esculcando los paquetes electorales aún vivos. ¿Cuánto más subsistirá la esperanza de saber con toda certeza quién ganó? Quizá ya es demasiado tarde, pues a la Gran Mentira sólo le bastan medias verdades, intenso bombardeo en televisión y bien manejados sucesos intermedios (como Tabasco) para liquidar al auténtico oponente que no es César Raúl Ojeda, sino el Peje, el mugroso Peje otra vez.