Quizá ningún movimiento político en la historia reciente de México ha sufrido tantas bajas físicas como el perredismo. Se podrá decir lo que sea acerca de su laya revoltosa, insurreccional y “cavernícola” (como escribe frecuentemente un tarolas que debería usar gorrito de colores con rehilete), pero la verdad es que ninguna otra organización política activa del país puede presumir la friolera de, nada más en los sexenios de Salinas y de Zedillo, 600 muertos en acciones violentas. Esos simpatizantes de la “república patito” son, buenos o malos, galanes o feísimos como el cabrón Tíbiri Tábara que bien le puede pegar un susto al pánico, herederos de un movimiento que por alguna razón ha visto morir, como soldaditos de plomo, a muchos militantes dedicados a edificar, en ocasiones con las puras uñas, un organismo político golpeado, deforme, leproso, infiltrado pero todavía asombrosamente vivo. Pese a sus caídos, pese a que en sus concentraciones públicas recientes no pellizcaron ni una deliciosa nalguichuela de señorita, los malos del largometraje, los mejores representantes del México pelatunas son y seguirán siendo, para la tv, los militantes de la izquierda que queda en el país.
Hoy podemos ver esa imposición de la fantasía a la realidad, o al menos yo no hallo otra explicación sobre la morosidad del gobierno federal para atender el expediente Oaxaca. Si en política todo significa, no podría ser la excepción el tortuguismo de Fox y del corripioahumado que funge como arzobispo de Gobernación. Tengo para mí dos teorías: a) el problema de Oaxaca recrudeció porque al gobierno federal no le convenía tener dos ollas en la lumbre, o sea el lío poselectoral y la bronca en el sur y b) la gradual desactivación de la bomba poselectoral se vería acelerada, llegado el momento, con el oaxaqueño escenario de violencia, es decir, los appos y los profes de por allá servirían para evidenciar al pueblo de México los grados de salvajismo a los que son capaces de llegar las turbas insubordinadas contra la autoridad, lo que a su vez tranquilamente podría ser vinculado con cualquier otro grupo que en recientes fechas electorales haya sido tildado de “violento”. Hay muchos otros componentes en el conflicto, por supuesto, como el ancestral putamadrismo de los gobiernos de Oaxaca y como la no menos atávica jodidencia extrema de la zona, pero en términos cronológicos creo que la atención a Oaxaca se ha dilatado (hermoso verbo ranchero) para cuadrar lo más que se pueda aquel escenario dentro de los depravados intereses federales. Llegó la hora de Oaxaca; ayer hubo un muertito. El Estado quiere otro buen ejemplo de cerrilidad.