Pude caminar el Zócalo otra vez. Era necesario sentir de cerca ese ambiente, la manifestación pacífica más radical contra las evidencias de fraude nacidas antes y después del 2 de julio. Los campamentos de todo el país, asentados en la plancha de esta gran plaza, no dejan lugar a dudas de que el movimiento es ya, desde ahora se puede afirmar esto, uno de los más importantes, o el más, a que a dado lugar la vida política de la nación. Lo digo no sólo por el número de personas que convergen allí y son cobijadas por decenas de tendajones, sino, principalmente, por la cantidad altísima de personas que se han reunido y se reúnen todavía para sus asambleas. Es una lucha descomunal, entusiasta, rica en inventiva y en cuyo rostro lo menos que ahora se dibuja es el cansancio.
Delimitado con cercos de tubo, el gigantesco asentamiento del Zócalo es apenas el remate, la desembocadura de un río insólito: es Madero, es Reforma, son los campamentos que, alineados uno tras otro, forman una larga fila de espacios donde la protesta se expresa de todas las formas, empezando por el asentamiento en sí, por la toma de la vía pública. En cada techumbre hay militantes de organizaciones políticas provenientes de todo México; lo mismo están allí campesinos de Puebla que cooperativistas de Michoacán, choferes del Estado de México que estudiantes de Guadalajara. Es una lucha donde prevalece el amarillo, donde todo puede escasear, menos la imaginación para encarar con entusiasmo una estancia que amenaza con dilatarse.
Si sus opositores le apuestan al cansancio o a la desmoralización, sentí que por ese camino difícilmente van a tener resultados positivos. La gente es otra: en paz, sin ceder a ningún tipo de provocación, ejerce su derecho a protestar por el único derrotero que ha quedado. La ruta institucional, que hubiera sido la mejor, está severamente cuestionada por el propio actuar, sobre todo, del presidente de la república que no estuvo nunca a la altura de las generosas expectativas que motivó al inició de su gestión. Al contrario, es Fox el principal objetivo del reclamo en el Zócalo; le siguen el IFE y Calderón, luego quizá Salinas. Ellos son, si la vista no me engaña, los más caricaturizados, los asiduos destinatarios de la invectiva. Con mensajes elaborados en manta, en vinil y a veces en cartón del más barato, suena fuerte aquí la protesta contra ellos.
Por supuesto no será oída, ya que a Fox le desagrada mucho la idea de ver a un presidente entrante con el cual nunca se identificó. Todo lo que veo alrededor me hace notar que poco a poco llegamos al impasse. Ignoro qué seguirá después de eso.