Antes de las elecciones no escasearon los señalamientos en el sentido de que sólo era uno el modelo de país al que aspiraban las fuerzas políticas encabezadas por AMLO y por Calderón. Se llegó a decir incluso que, dado el componente exsalinista de algún perredismo cupular, pasara lo que pasara el régimen iba a transitar de un sexenio a otro sin solución de continuidad en materia de modelo económico, como ha ocurrido prácticamente desde 1982. La pregunta a todos esos lenguaraces era simple: si en cualquier circunstancia iba a ser lo mismo, ¿por qué los empresarios, el clero y los medios de comunicación más poderosos cerraron filas con uno solo de los partidos contendientes?
La especie del modelo único se venía abajo con esa simple mirada coyuntural. Ver y oír los mensajes del Consejo Coordinador Empresarial daba pauta a pensar que había allí abultados intereses que de ninguna manera debían ponerse en riesgo. Esto no significa, por supuesto, que la izquierda mexicana fuera la de hace treinta o cuarenta años. Como en todo el mundo, el discurso y los modos de la izquierda dejaron de ser radicales para deslizarse hacia una moderación que no excluye todos los tics de la economía de mercado, aunque siempre, se supone, con una visión que toma en cuenta, prioritariamente, los intereses del conjunto social a los de un puñado de particulares, cualquiera que éste sea.
Por ello, no está de más recordar que el olvido de los medios es a veces demasiado selectivo. No olvidan la rebeldía de AMLO en Tabasco (reciclar ahora esas imágenes en muy conveniente), pero no se acuerdan de que una y otra vez, hace algunos días, le achacaron aspiraciones similares, en términos de modelo económico, al de sus rivales. Si eso fuera así, insisto, ¿no daría lo mismo que se recontaran los votos para que ganara el que tuviera que ganar? Claramente, la resistencia de los grupos económicos dominantes obedece a que no quieren arriesgarse a la eventualidad de que se rompa la inercia en la que se han movido desde la puesta en marcha del modelo del que han sido usufructuarios. La articulación de planes sociales paternalistas (Solidaridad, Oportunidades) no fue más que la creación de escudos que le servían al poder para dos cosas: para contener a los hambrientos que iba deyectando el modelo y para hacerlos clientes seguros en temporada de votos.
La lucha poselectoral, que parece sólo un asunto de conteo, pura aritmética simple, es infinitamente más que eso: es la manifestación objetiva de la pugna que libran dos modelos. El neoliberal, bienquisto por el CCE, y el social, de rostro más humano, dígase lo que se diga.