El periodismo suele tener también sus tics. Junto a la información de lo imprevisible, de lo eventual, aparece todos los días la nota de la temporada, el hecho sólo actualizado al año que corre. En estos días, por ejemplo, no faltará la información referente al regreso a clases, y pronto vendrá lo que sigue del calendario: 16 de septiembre, 2 y 20 de noviembre, 12 y 24 de diciembre, 1 de enero... Como el periodismo informativo, el de opinión puede seguir una ruta similar, todo depende de los intereses de quien escribe y de sus obsesiones recurrentes.
Los míos, por cierto, nada se relacionan con la nota roja, pero ya hace poco escribí algo titulado “La era de los júniors”. Hoy, a propósito del desaguisado ocurrido en la cantina Sanquintín, recaigo en el comentario sobre hechos violentos que, como ordenan los cánones de la retórica policial, se dieron al calor de las copas. El borlote fue el mismo: decenas de niños fresa con aspiración de hombres se envalentonan estúpidamente y a propósito de cualquier provocación arremeten a putadazo limpio contra quien se atraviese.
Eso pasó el fin de semana en Sanquintín. Ni modo, si los hijos de papá quieren poner en práctica su pericia pugilística (hoy es nice entrenar box), allá ellos, pero que le quieran hacer al vivo intentando madrear a camarógrafos y reporteros me parece la más ruin manifestación a la que ha podido llegar nuestra ya de por sí baja clase alta. Vi las escenas en el noticiero de Televisa Laguna, y esas criaturitas de dios son verdaderamente lindas cuando se engallan: con sus voces de mando, las mismas que usarán al encargarse del negocio familiar, injuriaban a los comunicadores y no faltó el rancherry que tiró mandobles y patines a la más pura usanza de Hulk Hogan. Lo pasmoso del caso es que allí andaba la autoridad, cuicos que nomás guachaban a la horda pirrurris y que no se atrevían a entrar en acción. Una vez más, por si faltaban ocasiones para demostrarlo, queda en evidencia que ante la ley no es lo mismo un cholo de la San Joaquín que un Ricky Ricón de Sanquintín. ¿Qué pasaría si las patrullas, en vez de acudir a un llamado en esa cantina, fueran solicitadas en la Terraza Riviera? Fácil. A la pelusa, palo; a la fresada, ni con el pétalo de un esposamiento.
De esto no tiene la culpa, claro, la gendarmería llana, sino la autoridad que nunca ha hecho de nuestra policía una institución digna de respeto. Ni con José Ángel Pérez ni con Alfredo Castellanos ni con nadie Torreón ha brillado por su seguridad pública. Mucho menos cuando hacen de las suyas, con deliciosa impunidad, los chicos de nuestro Beberly Hills 90210.