La anciana viste toda de amarillo. Para reforzar su identificación con la causa porta un prendedor y un pegotito con el sol azteca. Camina y habla mientras exhibe, detenida con ambas manos, una copia fotostática con frases sobre las elecciones. Recargado en el muro-barandal exterior de la catedral, su “público” la mira, no dice nada, y ella afirma: “Hubo fraude, señores, fraude, ¿y saben por qué? Por el dinero, por el maldito dinero”. Sola, apasionada en su lucha, la anciana avanza, busca a otro público, intenta persuadir a los ya persuadidos.
Esta es una mínima instantánea de las miles que para protestar se ven en el centro histórico de la capital. El ingenio desborda cualquier aspiración de crónica, y aunque ya nadie sepa bien a bien (Lorenzo Meyer dixit) cómo va el enredijo de las cuentas, muchos están convencidos de que hubo chanchullo. Pero es domingo, hay asamblea, hay fiesta. Pasadas las doce del mediodía, con más de una hora de retraso, llaga la plana mayor de la coalición; habla primero Horacio Duarte, da cifras, la gente oye. Luego viene el Peje; propone, explica, señala; miles oyen, el aire se pinta de silencio, la atención se clava en escuchar las nuevas estrategias.
El acto termina y comienza la desbandada. El hormiguero humano es tan amplio como pacífico y alegre. Ni un pleito, ni una insolencia. Los ríos de gente desahogan el Zócalo, pero otros llegan, así que el lugar nunca deja de parecer un enjambre. En Madero, en Juárez, en Reforma, los campamentos ofrecen, todos, algo para distraer y/o convencer a la gente. Los shows son gratuitos y sólo a veces se pide una cooperación voluntaria.
Los payasos, los roqueros, los cantantes vernáculos, los bailarines, los músicos de cámara que se presentan son machacones antes y después de cada acto. “¿Y cuál es nuestra lucha?”, preguntan. El público, de inmediato, responde: “¡Voto por voto, casilla por casilla!”. Las bromas, las ofensas lúdicas que los payasos, por ejemplo, dirigen al público, se refieren al enemigo: “Los que no aplaudan son cuñados de Calderón”, “los que no cooperen son panistas”.
El día entero se va y las actividades del domingo no cesan luego de dos semanas de plantón. En todo momento hay algo qué ver, como si el ingenio se hubiera potenciado en éste que ya es, para muchos, el récord Guiness de los plantones.
Puede ser o no cierto, pero, en efecto, la ciudad de México, o su centro, ha sido tomada por una causa que ha hecho de la inventiva y la paciencia sus mejores instrumentos. Viene la parte más dura, cierto. La realidad es ya un embrollo. Y todo, como afirmó sabiamente la viejita, todo por el maldito dinero.