El carrete avanza dramáticamente, pero la producción de los Estudios Churrubusco no sorprenden con un final de veras inédito: Felipe Calderón será declarado presidente y todos lo sabemos como sabíamos aquel 6 de julio que luego de ir abajo en el cómputo distrital el ídolo de Michoacán se repondría para, como Santo contra las mujeres vampiro, remontar el marcador a las cuatro de la mañana, peliculescamente.
A cada nuevo escollo, los neosinarquistas responden con soluciones que en el tedio poselectoral ya pocos ciudadanos atienden en serio, salvo los que se sienten agraviados. El coro de la prensa antipejista es perfecto en su coordinación: la coalición se desinfla, el Peje ha enloquecido, que ya se acabe esto y que todo vuelva a la normalidad. Es más importante despejar unas calles que despejar todas las dudas sobre unas elecciones que, de quedar así, nunca terminarán por ser claras y se convertirán en la versión II, ahora con modernos efectos especiales, del 88.
La semana pasada reciclé la idea que al menos a mí me deja sospechar el fraude mayúsculo del que somos testigos. ¿Por qué tenían que ser limpias las elecciones y su evaluación si el proceso para llegar a ellas fue el más cerdo que recuerde la historia del país? Traje incluso palabras de López Dóriga, comunicador estrella de la empresa que le cuida las espaldas al poder económico de México: “Fox (…) se empecinó en impedir, vía desafuero, que Andrés Manuel López Obrador lo sucediera, vamos, que ni siquiera compitiese electoralmente, lo que se convirtió en una obsesión”. No lo cito por terquedad, sino porque eso es indudable y lo expone hasta López Dóriga: si el presidente deseaba que AMLO “ni siquiera compitiese electoralmente”, ¿cómo creer ahora en los hechos que demasiado fílmicamente se han ido acumulando?
No se trata de estar a ciegas con el Peje y menos con el PRD, partido que se ha llenado de oportunistas que le darán la espalda al llamado del primer arreglo en lo oscurito. Se trata de buscar la certidumbre y la irrebatibilidad que dice la Constitución, lo que gracias a Fox y los ultros que lo acompañan estamos muy lejos de haber logrado en este feo proceso de 2006. Es tan evidente que se trata de una imposición, de un descarado asalto a la nación, de un golpe de Estado por la vía electoral, que pese a las peticiones de serenidad y mesura el mandatario continúa en campaña, deslenguado: hay que frenar “a quienes están fuera de la realidad”, a quienes se mueven con “amenazas y chantajes”.
No olvidemos nunca los antecedentes penales del 2 de julio: la intromisión descarada de Fox, la obsesión destructiva que ya subrayó hasta López Dóriga.