Publicado por Lectorum en 2008, El humor de Borges, libro de Roberto Alifano, recoge a flashazos una amplia tanda de ocurrencias amonedada por el escritor más importante de América Latina. Es un título que merece reseña aparte, pues si algo caracterizó a Borges fue una capacidad demoledora para hacer bromas con la materia prima de la inteligencia, lo que se ve más que claro en todo en este libro. Prometo, pues, un comentario amplio; por ahora, en tiempos de liguilla, me detengo sólo en el apartadito “De gambetas y en orsai” (eso de orsai es, creo, la pronunciación rioplatense de off side).
Allí, Alifano el compilador recuerda que alguna vez le hizo esta pregunta al protagonista de su libro: “¿Fue alguna vez a ver un partido de fútbol, Borges?”. La respuesta es la siguiente: “Sí, fui una vez y fue suficiente, me bastó para siempre. Fuimos con Enrique Amorim. Jugaban Uruguay contra Argentina. Bueno, entramos a la cancha, Amorim tampoco se interesaba por el fútbol y como yo tampoco tenía la menor idea, nos sentamos; empezó el partido y nosotros hablamos de otra cosa, seguramente de literatura. Luego pensamos que se había terminado, nos levantamos y nos fuimos. Cuando estábamos saliendo, alguien nos dijo que no, que no había terminado todo el partido, sino el primer tiempo, pero nosotros igual nos fuimos. Ya en la calle, yo le dije a Amorim: ‘Bueno, yo le voy a hacer una confidencia. Yo esperaba que ganara Uruguay —Amorim era uruguayo— para quedar bien con usted, para que usted se sintiera feliz’. Y Amorim me dijo: ‘Bueno, yo esperaba que ganara Argentina para quedar, también, bien con usted’. De manera que nunca nos enteramos del resultado de aquello, y los dos nos revelamos como excelentes caballeros. La amistad y el respeto que ambos nos profesábamos estaba por encima de esa pobre circunstancia que era un partido de fútbol”.
Esa anécdota se anuda al comentario nacido de la pregunta “¿Así que nunca le atrajo el fútbol?”. Quizá haya sido Borges el anómalo argentino que más ha odiado ese deporte, como se puede notar en la siguiente respuesta: “No, nunca. Yo no entiendo cómo se hizo tan popular el fútbol. Un deporte innoble, agresivo, desagradable y meramente comercial, que interesa menos como deporte que como generador de fanatismo. Lo único que interesa es el resultado final: yo creo que nadie disfruta con el juego en sí, que también es estéticamente horrible, horrible y zonzo. Son creo que once jugadores que corren detrás de una pelota para tratar de meterla en un arco. Algo absurdo, pueril, y esa calamidad, esa estupidez, apasiona a la gente. A mí me parece ridículo”. Alifano apostilla: “Sin embargo, es el deporte más popular”, pero Borges no se inmuta y sigue con su denostación: “Y, sí, porque la estupidez es una cosa popular. Y eso lleva a la gente al insulto, a la calumnia, a la humillación. Porque siempre los que ganan se burlan de los que pierden”.
Más adelante, la entrevista trata sobre el origen del futbol; comenta Alifano: “Ahora, qué curioso que sea un deporte inventado por los ingleses”. Y Borges: “Es muy raro, sí. Y también es muy raro que siendo Inglaterra un país tan odiado —tan injustamente odiado— nadie le haya echado en cara el haberle metido al mundo ese juego tan estúpido. Yo creo que el haber impuesto el fútbol en el mundo es el peor crimen, el mayor crimen cometido por Inglaterra”.
Las opiniones de Borges sobre el arte pambolero no fueron, en suma, nada favorables. Extrañamente, siento una simpatía oscilante por sus pareceres. Estoy de acuerdo, sí, en mucho, pero hay algo en la estupidez del soccer que luego de ejercerla en la niñez uno se ata a ella de por vida. Me pasa siempre: voy, es un ejemplo, por la banqueta y disparo penales y tiros libres en el área de mi imaginación. Tal vez a Borges le faltó pisar alguna cancha, patear un balón. Pero es cierto, lo acepto: es un juego retacado de simplonerías.
Allí, Alifano el compilador recuerda que alguna vez le hizo esta pregunta al protagonista de su libro: “¿Fue alguna vez a ver un partido de fútbol, Borges?”. La respuesta es la siguiente: “Sí, fui una vez y fue suficiente, me bastó para siempre. Fuimos con Enrique Amorim. Jugaban Uruguay contra Argentina. Bueno, entramos a la cancha, Amorim tampoco se interesaba por el fútbol y como yo tampoco tenía la menor idea, nos sentamos; empezó el partido y nosotros hablamos de otra cosa, seguramente de literatura. Luego pensamos que se había terminado, nos levantamos y nos fuimos. Cuando estábamos saliendo, alguien nos dijo que no, que no había terminado todo el partido, sino el primer tiempo, pero nosotros igual nos fuimos. Ya en la calle, yo le dije a Amorim: ‘Bueno, yo le voy a hacer una confidencia. Yo esperaba que ganara Uruguay —Amorim era uruguayo— para quedar bien con usted, para que usted se sintiera feliz’. Y Amorim me dijo: ‘Bueno, yo esperaba que ganara Argentina para quedar, también, bien con usted’. De manera que nunca nos enteramos del resultado de aquello, y los dos nos revelamos como excelentes caballeros. La amistad y el respeto que ambos nos profesábamos estaba por encima de esa pobre circunstancia que era un partido de fútbol”.
Esa anécdota se anuda al comentario nacido de la pregunta “¿Así que nunca le atrajo el fútbol?”. Quizá haya sido Borges el anómalo argentino que más ha odiado ese deporte, como se puede notar en la siguiente respuesta: “No, nunca. Yo no entiendo cómo se hizo tan popular el fútbol. Un deporte innoble, agresivo, desagradable y meramente comercial, que interesa menos como deporte que como generador de fanatismo. Lo único que interesa es el resultado final: yo creo que nadie disfruta con el juego en sí, que también es estéticamente horrible, horrible y zonzo. Son creo que once jugadores que corren detrás de una pelota para tratar de meterla en un arco. Algo absurdo, pueril, y esa calamidad, esa estupidez, apasiona a la gente. A mí me parece ridículo”. Alifano apostilla: “Sin embargo, es el deporte más popular”, pero Borges no se inmuta y sigue con su denostación: “Y, sí, porque la estupidez es una cosa popular. Y eso lleva a la gente al insulto, a la calumnia, a la humillación. Porque siempre los que ganan se burlan de los que pierden”.
Más adelante, la entrevista trata sobre el origen del futbol; comenta Alifano: “Ahora, qué curioso que sea un deporte inventado por los ingleses”. Y Borges: “Es muy raro, sí. Y también es muy raro que siendo Inglaterra un país tan odiado —tan injustamente odiado— nadie le haya echado en cara el haberle metido al mundo ese juego tan estúpido. Yo creo que el haber impuesto el fútbol en el mundo es el peor crimen, el mayor crimen cometido por Inglaterra”.
Las opiniones de Borges sobre el arte pambolero no fueron, en suma, nada favorables. Extrañamente, siento una simpatía oscilante por sus pareceres. Estoy de acuerdo, sí, en mucho, pero hay algo en la estupidez del soccer que luego de ejercerla en la niñez uno se ata a ella de por vida. Me pasa siempre: voy, es un ejemplo, por la banqueta y disparo penales y tiros libres en el área de mi imaginación. Tal vez a Borges le faltó pisar alguna cancha, patear un balón. Pero es cierto, lo acepto: es un juego retacado de simplonerías.