sábado, mayo 09, 2009

Derecho de vómito



Sin el libro a la mano, con las puras referencias y fragmentos de los periódicos, me he dado ya una idea, como tantos en el país, de lo que contiene Derecho de réplica, el libro de Carlos Ahumada que esta semana ha levantado ampolla y amenaza con durar unos días más en la cresta informativa, casi como si fuera influenza porcina, pero sin influenza (aunque sí, y mucho, con el factor porcino en medio). Cualquier lector sabe que cualquier columnista bien nacido se acostumbra a no hacerle gestos a la putrefacción, pues ella abunda y es, de hecho, el pan noticioso de cada día. Sin embargo, hasta en materia de vómitos hay niveles. He leído, como digo, algunos fragmentos del engendro ahumado y, considerada para su eliminación la dosis de mentira que esa cosa pueda contener, lo que queda es un muestrario de asquerosidades inimaginable hasta en los trochiles más inmundos.
El relato pormenorizado de quien en su momento disfrutó el mote de “gran corruptor” no les despeinará un solo pelo a quienes, pasados los años, se convirtieron en sus enemigos al menos por haberlo dejado solo cuando cayó en desgracia. Son sujetos demasiado poderosos como para pensar que con un libro, por nauseabundo que sea, van a sufrir alguna consecuencia. Pero allí está el desfile de nombres y de hechos, la viscosa miermelada de giña que difícilmente aguantan los estómagos poco habituados al trato con la escatología política de nuestra patria.
En la mixtura de nombres, dichos y hechos uno tiene derecho a dudar, pues detrás de cada afirmación habita un hombre estragado por el odio y la urgencia de venganza. La objetividad, pues, cede lugar a la ojetividad, así que todo es posible. Pese a ello, insisto que algo queda (y conste que me baso en la información y en los extractos difundidos por la prensa), en este caso la sensación/confirmación de que un plan repugnantemente sucio fue orquestado para hacer de las elecciones de 2006 una adefesio, la puñalada que el panismo-priísmo, en contubernio con las televisoras y los grupos empresariales, asestó al corazón de la tierna democracia mexicana.
Sabíamos desde entonces que el tiempo se iba a encargar no de cicatrizar las heridas, sino de ahondarlas, pues más temprano que tarde saldrían a la luz las relaciones tejidas en aquel momento de nuestra historia. Nunca será del todo claro lo que pasó, pero en el reborujo de ataques y contraataques, y ante las menciones explícitas y las confesiones inevitables, emerge algo de claridad en el sentido de que el complot (otrora motivo de guasa) en realidad fue más que eso: una verdadera sinfonía de hienas que por todos los medios a su alcance buscaron descarrilar al candidato mejor perfilado hacia la presidencia de la república.
Como en otras ocasiones, rehidrato aquí la idea de que poco importa que AMLO sea peor. En mi caso particular, algunos me echaron en cara una supuesta simpatía con el ex candidato del PRD. Más de una vez dije, y lo reitero aquí, que ése no era el punto de la discusión, sino la evidente falta de escrúpulos de quienes urdieron una telaraña de maniobras para impedir, desde el desafuero hasta el 2 de julio, que el aspirante non grato llegara de bajadita a Los Pinos. Amafiados, todos con intereses peculiares pero a fin de cuentas convergentes y nucleados en su necesidad de conservar poder y privilegios de toda índole, los Salinas, los Fernández de Cevallos, los Peñas Nietos, los Fox, los Calderones, los Molinar Horcasitas y demás, apoyados por una siniestra maraña de secuaces, lograron a pujidos imponer la patraña de un triunfo apenitas, de 0.56% puntos de diferencia. Ingenuos seríamos si pensamos que la historia termina con el libro de Ahumada. Con los años irá saliendo más podre, cuando los compinches de antaño disputen posiciones en el mapa del poder. Ante tales escenarios, viva la influenza.