jueves, mayo 14, 2009

La crema de la crema



No todos los días pasa que un ex presidente declare contra otro ex presidente. Menos, que el de la voz (uso la jerga pertinente para tratar asuntos de la delincuencia) hable contra quien fuera su sucesor. Y menos aún, que los comentarios surjan de Miguel de la Madrid y vayan dirigidos contra Carlos Salinas. Estamos pues ante la presencia de un hecho inédito en el México del pripanismo: aunque muy a destiempo, De la Madrid rompe una de las reglas más respetadas del sistema, el silencio total en torno a la figura de su sucesor. Algo grande debe estar moviéndose en las más altas viscosidades del poder para que de repente se dé una exhibición de trapos al sol como la que ya estamos viendo.
Las declaraciones de Miguel de la Madrid se dieron ayer en el programa de radio de Carmen Aristegui. Allí, la envejecida voz de quien nos gobernó de 1982 a 1988 suelta la sopa sobre el hijo predilecto de Agualeguas. Para De la Madrid, Salinas terminó “muy mal” su sexenio y fomentó entre su familia una “gran corrupción”. Además, dijo que Raúl, el hermano eternamente incómodo, entabló nexos con el narcotráfico. Añadió que “en aquel entonces no tenía elementos de juicio sobre la moralidad de los Salinas, que de eso se dio “cuenta después”, y que se equivocó al designarlo como sucesor. En conclusión, el también ex director del Fondo de Cultura Económica manifestó que se sentía decepcionado de Salinas sobre todo en el punto de su “inmoralidad” para manejar dinero.
Más de veinte años tardó De la Madrid para abrir el pico y referirse así a Salinas. El argumento de que no tenía elementos de juicio es, por supuesto, un decir, dado que tales elementos fueron un secreto a voces durante todo el salinismo y rayaron en el escándalo cuando aquel sexenio concluyó. La demora obedece, más bien, al silencio que se impone como obligación a los ex presidentes, ese mismo silencio que guarda Calderón sobre Fox y que en general han observado todos sobre todos, hasta ayer. Lo importante aquí, más que la evaluación de aquellos dos sexenios perdidos, es lo que significan en el presente, el oscuro flujo y reflujo de fuerzas políticas que avanzan, retroceden, atacan y se repliegan en la turbulencia de procesos electorales cada vez más contaminados por componentes perversos.
La presencia de Salinas en el poder es innegable desde 1985 u 86, si no es que desde antes. La niegan sólo quienes no desean verla, pues es un hecho que Salinas ha actuado de mil formas en el zedillato, el foxato y ahora en el calderonato. Lo más evidente es, claro, el peso que ha tenido en la ubicación de cuadros de su establo dentro de posiciones estratégicas. Luis Téllez, por ejemplo, era/es uno de tantos hombres al servicio de Salinas, de ahí que cayera como bulto luego de sus telefónicas patadas al pesebre. Por eso muchos (me incluyo) pensamos todavía que el personaje más nocivo para el país en el último cuarto de siglo es el padrino de baja estatura, calvo y de maneras sobrias y calculadas, esa eminencia gris del maquiavelismo elevado al cubo.
Hoy, con los dichos de De la Madrid sobre el tapete, no queda sino confirmar, por si hiciera alguna falta, que hemos sido gobernados por verdaderos capos, que detrás de todo ha estado nada más ni nada menos que la mano que mece la patria, ese hombre asombroso en más de un sentido, pues ha sido capaz de atravesar sexenios y sexenios en silencio o con fugaces apariciones públicas. Por eso ahora es fascinante saber de sus trotes gracias a un ex colega suyo. Pregunta Aristegui: “¿Cómo un presidente puede robarse la partida secreta?”. Contesta De la Madrid: “Porque es secreta”. Imaginemos todo lo que es secreto en la vida de un presidente. Eso y muchísimo más es lo que ultraja al país, lo que nos tiene donde estamos. La crema de la crema en materia de corrupción e impunidad ha comenzado, en suma, a derramar el tepache. Conviene que nos preparemos para lo peor.