Leo por estos días una compilación de artículos de Osvaldo Bayer. La llevo a la mitad, pero por la franqueza de su tono, la calidad de su información y la trasparencia de su gesto ético me atrevo desde ya a decir que tal será uno de los libros más importantes que leeré en 2009. Su título es En camino al paraíso (Javier Vergara Editor, 1999) y lo compré en una de las dos librerías de viejo que tenemos en Torreón. ¿Cómo llegó acá? No lo sé. Cuando pasa eso, que un libro bueno, económico y raro llegue a mis manos en esta comarca industrial y remota, pienso que la providencia bibliográfica es demasiado generosa.
Sólo tenía noticias laterales sobre Bayer. Sabía, por ejemplo, que fue amigo del Gordo Soriano, con quien trabó abundante correspondencia mientras ambos pasaban sus respectivos exilios en Europa: Bayer en Alemania y Soriano en Bélgica. La lectura de algunas de sus cartas me dejó una frase de Soriano que luego usé como epígrafe para Ojos en la sombra. Eso me llevó a buscar, sin prisas, pero sí con cierta obstinación, textos de Bayer en internet. Encontré varios, la mayoría en Rebelión (http://www.rebelion.org/), y entendí a las claras por qué debió huir de la Argentina durante la nigérrima noche del Proceso que hizo del exterminio un deporte nacional.
Ahora escribo sobre él, sobre Bayer, para recomendar su obra a quienes quieran asomarse a la visión de un hombre honesto hasta el ardor. Porque cala, y cala en serio, leer a un crítico como Bayer, quien no se anda por las ramas cuando llama ladrones a los ladrones, criminales a los criminales, depredadores a los depredadores. Bayer es una máquina de denunciar, un claro ejemplo de que la palabra es arma poderosa contra las innumerables atrocidades que mancillan el planeta. Es, para presentarlo de inmediato a quienes aquí no lo conocen, una especie de Galeano argentino, tal como Galeano sería un Bayer uruguayo.
Al ir leyendo En camino al paraíso pensé, obvio, en escribir sobre su autor, y eso es lo que aquí hago. Por una de esas casualidades que tiene la cacería de temas, iba en el coche y sintonicé al azar una difusora cultural, no sé si Radio Torreón o Radio UAL. Muy extraño me pareció escuchar un acento argentino que hablaba sobre la Patagonia, sobre crímenes denunciados en sus libros, sobre el valor estratégico de aquellas tierras que ahora son vendidas a particulares norteamericanos y europeos. El entrevistador, también argentino, nunca dijo el nombre de su interlocutor, pero ambos mencionaron un par de veces el libro La Patagonia rebelde, por lo que supe que era Bayer quien, sin saberlo, deambulaba en las ondas hertzianas laguneras. Concluí: leo por primera vez un libro de Bayer, y por primera vez, en la misma semana, lo oigo, todo esto en Torreón; por tanto, debo escribir alguito sobre él, sin duda.
Una ficha biográfica abreviada anota que nació en Santa Fe, Argentina, en 1927. Pasó su niñez en Tucumán y luego en Bernal, Provincia de Buenos Aires, y en Belgrano, Capital Federal. Realizó estudios de medicina y filosofía en la UBA, para luego estudiar Historia en la Universidad de Hamburgo, Alemania. Es historiador, escritor, periodista, guionista cinematográfico, traductor y fue profesor honorario, titular de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Trabajó como redactor en la revista Continente, en el diario Noticias Gráficas; fue jefe de redacción del diario Esquel, secretario de redacción del diario Clarín y director de la revista Imagen. Actualmente escribe notas para el diario Página 12. Fue traductor del alemán de Franz Kafka, Bertolt Brecht, Karl Jaspers, Thomas Mann y otros. Ha publicado La Patagonia rebelde (cuatro tomos); Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia; Los anarquistas expropiadores; Exilio (en colaboración con Juan Gelman); Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?; La masacre de Jacinto Aráuz; La Rosales, una tragedia argentina; Rebeldía y esperanza; Los cantos de la sed, entre muchos otros. En Alemania formó parte de diversos organismos de Derechos Humanos y en más de cien actos en Europa denunció los métodos de la dictadura militar. En 1997 recibió el premio “Veinte años de Madres de Plaza de Mayo”, el reconocimiento que más valora. Bayer fue declarado doctor honoris causa por las universidades patagónicas del Comahue y de la Patagonia Austral.
En camino al paraíso contiene un prólogo de Osvaldo Soriano; sospecho que fue el último o uno de los últimos textos que sobre Bayer escribió el autor de Triste, solitario y final, quien murió en 1997. Tal vez mejor que nadie, Soriano dibuja el contorno intelectual y moral de su prologado. No escasean los elogios, cierto, pero uno siente de inmediato que no son gratuitos, que Soriano opina sobre Bayer con cercanía y respeto, con la admiración de un argentino que probó la crítica y la amistad de un intelectual sin dobleces, de una sola pieza, como se dice de quienes no eluden poner el índice en las llagas. Dice: “Es verdad: Bayer es un hueso duro de roer. Sin él sería más fácil olvidar. Hacerse una historia a medida y cambiar de canal”. Luego, cita unas palabras que obtuvo al entrevistarlo: “Me he propuesto no tener piedad con los despiadados. Mi falta de piedad con los asesinos, con los verdugos que actúan desde el poder se reduce a descubrirlos, dejarlos desnudos ante la historia y la sociedad y reivindicar de alguna manera a los de abajo, a los humillados y ofendidos, a los que en todas las épocas salieron a la calle a dar sus gritos de protesta y fueron masacrados, tratados como delincuentes, torturados, robados, tirados en alguna fosa común”.
Los artículos de Bayer no contradicen las palabras grabadas por Soriano. Al contrario, son la prueba contundente de que en Argentina, en Alemania, en el mundo todo, la abominable sombra de la desigualdad y la injusticia es lo más común y exige permanentes críticos. Permanentes, sí, permanentes porque el mundo está metido y cada vez se mete más en el círculo de una imbecilidad asesina, la “imbecilidad” (así la llama Bayer una y otra veces) del consumo, del armamentismo, del coloniaje cultural, de tanto y tanto más. Bayer pelea, critica con furia indetenible, y en alguno de sus artículos nos recuerda que, en el actual estado de ignominia mundial, “La única norma es la ética”.
Sólo tenía noticias laterales sobre Bayer. Sabía, por ejemplo, que fue amigo del Gordo Soriano, con quien trabó abundante correspondencia mientras ambos pasaban sus respectivos exilios en Europa: Bayer en Alemania y Soriano en Bélgica. La lectura de algunas de sus cartas me dejó una frase de Soriano que luego usé como epígrafe para Ojos en la sombra. Eso me llevó a buscar, sin prisas, pero sí con cierta obstinación, textos de Bayer en internet. Encontré varios, la mayoría en Rebelión (http://www.rebelion.org/), y entendí a las claras por qué debió huir de la Argentina durante la nigérrima noche del Proceso que hizo del exterminio un deporte nacional.
Ahora escribo sobre él, sobre Bayer, para recomendar su obra a quienes quieran asomarse a la visión de un hombre honesto hasta el ardor. Porque cala, y cala en serio, leer a un crítico como Bayer, quien no se anda por las ramas cuando llama ladrones a los ladrones, criminales a los criminales, depredadores a los depredadores. Bayer es una máquina de denunciar, un claro ejemplo de que la palabra es arma poderosa contra las innumerables atrocidades que mancillan el planeta. Es, para presentarlo de inmediato a quienes aquí no lo conocen, una especie de Galeano argentino, tal como Galeano sería un Bayer uruguayo.
Al ir leyendo En camino al paraíso pensé, obvio, en escribir sobre su autor, y eso es lo que aquí hago. Por una de esas casualidades que tiene la cacería de temas, iba en el coche y sintonicé al azar una difusora cultural, no sé si Radio Torreón o Radio UAL. Muy extraño me pareció escuchar un acento argentino que hablaba sobre la Patagonia, sobre crímenes denunciados en sus libros, sobre el valor estratégico de aquellas tierras que ahora son vendidas a particulares norteamericanos y europeos. El entrevistador, también argentino, nunca dijo el nombre de su interlocutor, pero ambos mencionaron un par de veces el libro La Patagonia rebelde, por lo que supe que era Bayer quien, sin saberlo, deambulaba en las ondas hertzianas laguneras. Concluí: leo por primera vez un libro de Bayer, y por primera vez, en la misma semana, lo oigo, todo esto en Torreón; por tanto, debo escribir alguito sobre él, sin duda.
Una ficha biográfica abreviada anota que nació en Santa Fe, Argentina, en 1927. Pasó su niñez en Tucumán y luego en Bernal, Provincia de Buenos Aires, y en Belgrano, Capital Federal. Realizó estudios de medicina y filosofía en la UBA, para luego estudiar Historia en la Universidad de Hamburgo, Alemania. Es historiador, escritor, periodista, guionista cinematográfico, traductor y fue profesor honorario, titular de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Trabajó como redactor en la revista Continente, en el diario Noticias Gráficas; fue jefe de redacción del diario Esquel, secretario de redacción del diario Clarín y director de la revista Imagen. Actualmente escribe notas para el diario Página 12. Fue traductor del alemán de Franz Kafka, Bertolt Brecht, Karl Jaspers, Thomas Mann y otros. Ha publicado La Patagonia rebelde (cuatro tomos); Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia; Los anarquistas expropiadores; Exilio (en colaboración con Juan Gelman); Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?; La masacre de Jacinto Aráuz; La Rosales, una tragedia argentina; Rebeldía y esperanza; Los cantos de la sed, entre muchos otros. En Alemania formó parte de diversos organismos de Derechos Humanos y en más de cien actos en Europa denunció los métodos de la dictadura militar. En 1997 recibió el premio “Veinte años de Madres de Plaza de Mayo”, el reconocimiento que más valora. Bayer fue declarado doctor honoris causa por las universidades patagónicas del Comahue y de la Patagonia Austral.
En camino al paraíso contiene un prólogo de Osvaldo Soriano; sospecho que fue el último o uno de los últimos textos que sobre Bayer escribió el autor de Triste, solitario y final, quien murió en 1997. Tal vez mejor que nadie, Soriano dibuja el contorno intelectual y moral de su prologado. No escasean los elogios, cierto, pero uno siente de inmediato que no son gratuitos, que Soriano opina sobre Bayer con cercanía y respeto, con la admiración de un argentino que probó la crítica y la amistad de un intelectual sin dobleces, de una sola pieza, como se dice de quienes no eluden poner el índice en las llagas. Dice: “Es verdad: Bayer es un hueso duro de roer. Sin él sería más fácil olvidar. Hacerse una historia a medida y cambiar de canal”. Luego, cita unas palabras que obtuvo al entrevistarlo: “Me he propuesto no tener piedad con los despiadados. Mi falta de piedad con los asesinos, con los verdugos que actúan desde el poder se reduce a descubrirlos, dejarlos desnudos ante la historia y la sociedad y reivindicar de alguna manera a los de abajo, a los humillados y ofendidos, a los que en todas las épocas salieron a la calle a dar sus gritos de protesta y fueron masacrados, tratados como delincuentes, torturados, robados, tirados en alguna fosa común”.
Los artículos de Bayer no contradicen las palabras grabadas por Soriano. Al contrario, son la prueba contundente de que en Argentina, en Alemania, en el mundo todo, la abominable sombra de la desigualdad y la injusticia es lo más común y exige permanentes críticos. Permanentes, sí, permanentes porque el mundo está metido y cada vez se mete más en el círculo de una imbecilidad asesina, la “imbecilidad” (así la llama Bayer una y otra veces) del consumo, del armamentismo, del coloniaje cultural, de tanto y tanto más. Bayer pelea, critica con furia indetenible, y en alguno de sus artículos nos recuerda que, en el actual estado de ignominia mundial, “La única norma es la ética”.