sábado, mayo 03, 2008

Orgía de un crack



Esa noche se iba a desquitar. En secreto, pero se iba a desquitar. ¿A poco nada más su tocayo del Manchester United podía hacerlo? Ese cochino portuguesillo de nombre Cristiano Messias había usurpado también el nombre Ronaldo, como si no fuera suficiente con Rolandinho, el muchachito cara de caballo que juega para el Barça. El lusitano cobraba fama no sólo por su buen futbol, sino por lujosos escándalos sexuales. Y es que no cualquiera hace lo que hizo Cristiano Messias: celebrar una victoria con cinco prostitutas de las más caras en una mansión inglesa. Para hacer más ruido, el muchachito invitó a dos compañeros del Manchester, a Nani y a Anderson, lo que no dejaría duda sobre su poder.
Ronaldo, como buen futbolista brasileño, se sabía superior a cualquier europeo comemierda. Ese joven Cristiano Messias era bueno, sí, pero le faltaban muchos años para alcanzar la nombradía de su tocayo sudamericano. Además, no tendría nunca el equipo que se necesita para salir campeón en un mundial, así que estaba condenado a cierta fama pasajera y nada más: nunca un campeonato de goleo en el máximo torneo del planeta, nunca la copa FIFA en sus manos. Pero estaba en la cúspide de su fama, anotaba buenos goles en Inglaterra y adrede hacía correr la noticia de que podía pagarse saturnales con las mejores rameras de la Gran Bretaña. Las notas lo decían: “… los cracks les pagaron menos y las hicieron sentir pésimo: ‘Me hicieron sentir barata. Estuve con 200 clientes y nunca había sido tratada con tan poco respeto. No les importaban nuestros sentimientos, ni siquiera hablaban. Sólo movían nuestros cuerpos en la posición correcta’, afirmó la chica de la agencia de escorts McKenzie en Leeds, a poca distancia de Manchester, donde festejaban los jugadores del United su primera victoria”. Hubo de todo entre los tres jugadores y las cinco chicas. Ronaldo el brasileño lo sintió como una ofensa personal, y algún día se iba a desquitar.
Ese día llegó, por fin, la madrugada del lunes 28 de abril de 2008. Ronaldo convalece de una lesión en la rodilla. Pasa unos días en Río de Janeiro, toma el coche más austero que consigue, se coloca los lentes semioscuros y una gorra de pelotero para no llamar la atención. Entra al primer hotelucho que topa en su camino. En la recepción le cobra un hombre aburrido y desvelado que no alberga ni puta idea de que el cliente es nada menos que la actual estrella del Milán, uno de los más grandes ídolos del futbol brasileño (ya se podría decir) de todos los tiempos.
Ronaldo entra a la habitación y de inmediato llama a los teléfonos que poco antes había encontrado en el periódico y luego anotó en un papelito. La chica, del otro lado de la línea, toma nota y dice que no está lejos, que en quince minutos aparecerá en la habitación. El jugador enciende el televisor; una película muy fuerte le sugiere algunas ideas de lo que hará dentro de un rato: un hombre les da para sus adentros a tres hembras golosas. Pasa un rato y tocan a la puerta. La chica no es muy bella, pero tiene sus curvas. Ronaldo pregunta el nombre: “Andrea”, dice ella con voz un tanto ronca. El joven atleta le explica entonces que desea tener acción con otras dos preciosidades, para que sean tres contra uno. De inmediato, ella hace un par de llamadas y localiza al personal requerido por el cliente. Las otras llegan más pronto de lo imaginado, y apenas entran a la habitación cuando comienzan un escarceo de besos y manoseos que pone al futbolista como burro en cierta época del año. Hasta ese momento no había caído toda la ropa de los comensales, así que cuando el crack ve el armamento genital de Andrea no tiene más remedio que recular, que insultarlas (¿o insultarlos?). Saca entonces lo que trae en el bolsillo, como 600 dólares, y sale como centro delantero, eludiendo rivales, de la habitación. Lo que ocurrirá después será muy confuso. Se hablará de drogas y chantajes. Falso, pero escandaloso. Y todo por tratar de superar a Cristiano Messias, ese palurdo del Manchester.