jueves, mayo 08, 2008

Está pelón adivinar



¿Quién tiene voz en este país? Voz, reflectores, vitrinas, plataformas de difusión. No el indígena trique de anónima figura andante en medio de la selva, no el obrero de Naucalpan que cruza la capital para llegar a su torno, no la prostituta de Ciudad del Carmen que apenas es conocida en la zona de las putas, no el campesino lagunero que se sienta a mirar la vida mientras sus hijos luchan quién sabe dónde en Estados Unidos. Ellos no tienen voz. La tienen quienes de alguna manera destacan, son conocidos y amasan poder. Ese poder es el que veo en Carlos Salinas de Gortari tras el despliegue de una cobertura que ya quieran las estrellas de Hollywood.
Muchas veces se ha dicho que los hilos de Salinas siguen moviendo títeres en la política mexicana. Muchas veces, también, se ha desmentido eso que parece una exageración. ¿A poco crees de veras que Salinas está detrás de eso?, me dijo alguna vez un amigo politólogo al que aprecio y admiro. Sí, creo que Salinas está detrás de eso, le respondí. De una manera esquinada, Salinas opera, trenza, organiza, amaga y repliega a sus huestes. Ningún otro ex presidente vivo tiene y ha tenido tal tenebra en sus manos. ¿La prueba? La prueba es lo que hemos visto en estos días: si La década perdida hubiera sido un libro de Echeverría, De la Madrid, Zedillo o Fox, no hubiera pasado de ser un mero ejercicio de escritura para el desahogo, y la cobertura mediática sería la acostumbrada en tales casos: el ex presidente fulano publicó un libro y ya, asunto olvidado. Hay ejemplos, como el más reciente de Fox, quien apenas alcanzó algunas nota periodísticas de octava plana cuando quiso hacer ruido con La revolución de la esperanza (The revolution of hope), una autobiografía cuyo título fue plagiado a Erich Fromm. Los libros de ex presidentes son tradicionalmente tenidos en México como desahogos y justificaciones: dado que todo les salió mal, se valen del objeto sagrado “libro” para que la historia los absuelva, de ahí que la circulación de esas obras pase generalmente desapercibida hasta para la familia de los ex mandatarios. En una palabra, no los lee ni el editor, pues siempre hay confianza en que a ningún lector en sus cabales le interesará perder tiempo en esos mamarrachos de “no ficción” plagados de ficción.
¿Por qué entonces el libro de Salinas ha despertado tanto interés en los medios nacionales? ¿Acaso le hará la competencia a la nueva novela en puerta de García Márquez o busca desbancar a Carlos Cuauhtémoc Sánchez del top ten bibliográfico mexicano? Nada de eso. La década perdida es un libro que nadie con el seso ecuánime leerá de pe a pa, pues es un tabique de más de 500 páginas, pero su autor sigue siendo tan poderoso e influyente (actuante) en la política nuestra de cada día que aprovecha el lanzamiento de su libro para, por medio de la prensa, elaborar apretadas síntesis que servirán para desparramar su contenido. Lo mismo que dice en el mamotreto pudo haberlo declarado a la prensa, pero eso no muestra, claro, la misma autoridad sagrada de un libro que tiene grosor de Biblia, de ahí que la inversión editorial sea ineludible, lo que de todos modos es (por supuesto que sólo metafóricamente) como quitarle un pelo a su autor.
En sus declaraciones (o sea, en los resúmenes que hace de su libro) Salinas arremete con especial énfasis contra un fantasma que sigue recorriendo al país: AMLO. Va contra López Obrador porque es el último reducto del PRD más o menos opuesto a la línea económica trazada por el salinismo. Zedillo y Fox son peccata minuta, apenas una excusa para aplastar al verdadero enemigo. No es extraño ese proceder. El PRD, el partido que nació para pelear contra Salinas, ha sido el más atacado en nuestra historia reciente. Es fácil ahora, tras una larga descomposición inducida desde el poder político y empresarial, decir pestes contra la piltrafa que queda de PRD. Nomás no hay que olvidar algo: eso empezó con los muchos militantes perredistas asesinados en el sexenio atínenle de quién. ¿Está pelón adivinar?