Lo canijo no es que todo cambie para que todo siga igual; lo canijo es que todo cambie para que todo siga peor, como en México. Esa es la lección que deja, si lo miramos con mínimo detenimiento, el proceso de cambios que hemos visto en nuestro país: van y vienen y lamentablemente nada sigue igual, sino peor, tan peor que ya vamos para 25 años de vertiginosos cambios y ninguna fórmula funciona en este país condenado a la maldición de Lampedusa en versión tragicómica.
Como lo resume Rodrigo Borja en su Diccionario de la política (FCE, 1998), “gatopardismo” deriva de la palabra “gatopardo”, título de la novela de Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa. El gatopardo narra “la decadencia de la nobleza siciliana en la época de la unificación italiana y relata el matrimonio del sobrino de un viejo príncipe con la hija de un comerciante plebeyo de la región. Frente al inevitable ascenso de la burguesía, el añoso noble decide promover este matrimonio con el propósito de introducir a su clase social en decadencia entre sus enemigos mortales, convertidos en la nueva fuerza política dominante”. Desde entonces, añade Borja, “se usa la expresión gatopardismo para señalar la actitud de ‘cambiar todo’ para que las cosas sigan iguales, tal como lo proclama reiteradamente el personaje de la novela, en el marco del pacto con el enemigo político tradicional”.
Desde el aquietamiento de las agitadas aguas revolucionarias (¿Calles, Cárdenas?) hasta el salinismo, el sistema político mexicano mostró, creo, un gatopardismo discreto: cambiaba al presidente sin necesidad de enfatizar cambios radicales de otra índole. El régimen se sentía seguro con un discurso monolítico y unidireccional, e imponía su ley a la usanza de las dictaduras: verticalmente, sin dejar posibilidades a la réplica. Eso se mantuvo así, firme, inconmovible, hasta el crack político del 88; ese año la arteriosclerosis ya no dio para más al cuerpo de la república, y eso quedó evidenciado tras el éxodo de priístas que detestaron el dedazo de De la Madrid y se largaron a otra parte. Tras la imposición de Salinas en el más grande fraude (el otro es el de 2006) que recuerde la historia de México, el discurso del cambio ha sido la constante. Cambia el discurso, cambia el modelo económico, cambia el comportamiento de los partidos, cambia la apertura mediática, cambia todo, pero se puede ver con asombro que todas esas mutaciones no se dan para que todo siga igual (ya quisiéramos), sino para que el sistema no se derrumbe y siga manteniendo el estatus de privilegios que antes sólo detentaba la “gran familia revolucionaria” y ahora comparte la “familia feliz” de corte empresarial, católica de falda hasta el huesito y si se puede algo españolizada; es decir, todo cambia para que todo siga peor.
El introductor del gatopardismo que podemos denominar “plus” (que todo cambie para que todo siga peor) fue Salinas, el mismo que ahora vuelve a las andadas con La década perdida, obra donde delata a los verdaderos hampones del país, libro que, aunque lo niegue, no deja de ser autobiográfico a fuerza de ser autoexculpatorio. Es, en una frase, el cinismo en todo su majestuoso esplendor.
Hoy en el Icocult Laguna
Hoy a las 20:00 horas el poeta y narrador Carlos Reyes dictará una conferencia sobre Walt Whitman y su poema “Canto a mí mismo”. En palabras de Reyes, “Se trata de un poema visionario cantado ‘desde y para’ el alma humana. Es probable que Whitman haya sido el inventor del verso libre, así que todo poeta contemporáneo le debe mucho a este hombre que no escribió sólo un libro, sino que cantó al alma desde la dimensión de las más altas cumbres”. Nos vemos en la conferencia.
Como lo resume Rodrigo Borja en su Diccionario de la política (FCE, 1998), “gatopardismo” deriva de la palabra “gatopardo”, título de la novela de Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa. El gatopardo narra “la decadencia de la nobleza siciliana en la época de la unificación italiana y relata el matrimonio del sobrino de un viejo príncipe con la hija de un comerciante plebeyo de la región. Frente al inevitable ascenso de la burguesía, el añoso noble decide promover este matrimonio con el propósito de introducir a su clase social en decadencia entre sus enemigos mortales, convertidos en la nueva fuerza política dominante”. Desde entonces, añade Borja, “se usa la expresión gatopardismo para señalar la actitud de ‘cambiar todo’ para que las cosas sigan iguales, tal como lo proclama reiteradamente el personaje de la novela, en el marco del pacto con el enemigo político tradicional”.
Desde el aquietamiento de las agitadas aguas revolucionarias (¿Calles, Cárdenas?) hasta el salinismo, el sistema político mexicano mostró, creo, un gatopardismo discreto: cambiaba al presidente sin necesidad de enfatizar cambios radicales de otra índole. El régimen se sentía seguro con un discurso monolítico y unidireccional, e imponía su ley a la usanza de las dictaduras: verticalmente, sin dejar posibilidades a la réplica. Eso se mantuvo así, firme, inconmovible, hasta el crack político del 88; ese año la arteriosclerosis ya no dio para más al cuerpo de la república, y eso quedó evidenciado tras el éxodo de priístas que detestaron el dedazo de De la Madrid y se largaron a otra parte. Tras la imposición de Salinas en el más grande fraude (el otro es el de 2006) que recuerde la historia de México, el discurso del cambio ha sido la constante. Cambia el discurso, cambia el modelo económico, cambia el comportamiento de los partidos, cambia la apertura mediática, cambia todo, pero se puede ver con asombro que todas esas mutaciones no se dan para que todo siga igual (ya quisiéramos), sino para que el sistema no se derrumbe y siga manteniendo el estatus de privilegios que antes sólo detentaba la “gran familia revolucionaria” y ahora comparte la “familia feliz” de corte empresarial, católica de falda hasta el huesito y si se puede algo españolizada; es decir, todo cambia para que todo siga peor.
El introductor del gatopardismo que podemos denominar “plus” (que todo cambie para que todo siga peor) fue Salinas, el mismo que ahora vuelve a las andadas con La década perdida, obra donde delata a los verdaderos hampones del país, libro que, aunque lo niegue, no deja de ser autobiográfico a fuerza de ser autoexculpatorio. Es, en una frase, el cinismo en todo su majestuoso esplendor.
Hoy en el Icocult Laguna
Hoy a las 20:00 horas el poeta y narrador Carlos Reyes dictará una conferencia sobre Walt Whitman y su poema “Canto a mí mismo”. En palabras de Reyes, “Se trata de un poema visionario cantado ‘desde y para’ el alma humana. Es probable que Whitman haya sido el inventor del verso libre, así que todo poeta contemporáneo le debe mucho a este hombre que no escribió sólo un libro, sino que cantó al alma desde la dimensión de las más altas cumbres”. Nos vemos en la conferencia.