Si hay una embajadora internacional de la cultura lagunera, ella es sin duda Pilar Rioja. Durante décadas, su nombre de artista ha pasado por fronteras y fronteras siempre asociado al de su tierra, a Torreón. Por eso, hoy que el Teatro Martínez será sede de su gira de despedida no puede uno dejar de agradecer lo que Pilar, la inmensa Pilar Roja ha engarzado por el mundo para orgullo de quienes nacimos en la estapa del Nazas. Con qué fuerza, con qué talento, con qué disciplina ha dado Pilar su vida por la danza, y es justo entonces que en cada lagunero haya un gesto de agradecimiento al quehacer que sólo ella ha sido capaz de encumbrar a la altura del verdadero arte.
Nació Pilar Rioja del Olmo, como nos recuerda su web, en Torreón, Coahuila, hacia 1932. De padres españoles, desde muy pequeña sintió el llamado de los escenarios: “Mi padre era agricultor y mi madre ama de casa. A él le encantaba torear, le llamaban Belmonte porque era un gran admirador del torero Belmonte. Le gustaba mucho bailar y cantaba muy bien las jotas. Mi madre bailaba las jotas muy finamente y mi padre las hacía muy bruscas. Ambos me enseñaron a bailar las jotas, por eso yo mezclo los dos estilos al bailarlas, es en honor de mis padres que me apoyaron mucho en mis estudios de danza y en mis presentaciones. Mis padres me dieron cariño y libertad, les gustaba mucho que yo bailara”, ha comentado, y más: “Empecé a bailar en Torreón, en las romerías. Bailaba con los paisanos de mi padre. Bailaba muy bien la jota vasca, la castellana y la aragonesa. También veía las películas y tomaba pasos de ahí. Yo solita me ponía mis bailes, desde muy pequeña me gusta bailar. Me montaba mis propias coreografías, siempre me ha gustado eso de ejecutar lo que yo he inventado antes, ya sea en juegos, en sueños, o en la seriedad y la soledad de mí misma”.
Para perfeccionar sus capacidades innatas, Pilar viajó a México en 1950, y poco después a España, donde tomó cursos con los mejores maestros y maestras de la península. Sus estudios no cesaron, y al mismo tiempo sus presentaciones en los mejores foros del país y del extranjero. En 1970 comenzó a recibir los consejos de Manolo Vargas, maestro que a partir de allí logró definir lo que en adelante caracterizó a la danza de la lagunera: la fuerza expresiva y la riqueza de sus trazos.
El talento y el trabajo dan resultados de excelencia. Con el paso de los años es “galardonada con diferentes reconocimientos, a lo largo de todo el interior de la República Mexicana, así como de países de diversos continentes, tales como España, Viena, Bulgaria, Estados Unidos, Canadá, las distintas repúblicas de la ex Unión Soviética, Argentina, Costa Rica, Cuba, Nicaragua, Guatemala, Colombia, sólo por citar unos cuantos. Pilar ha sido musa de escultores como David Narudnisky, José Luis Padilla y Joaquín Arias, pintores como Héctor Javier, Antonio Peyri y Alfaro Siqueiros, así como de grandes poetas como Luis Rius, Juan Duch y Alfonso Simone. Su increíble trayectoria no sólo abarca presentaciones, sino que además incluye la impartición de una serie de cursos a bailarines y escuelas, conferencias, así como la creación de magníficas coreografías”.
El poeta Luis Rius, con quien contrajo matrimonio en 1968, escribió en su honor Canciones a Pilar Rioja (Finisterre, México, 1970), un libro que debe ser traído a la mesa cuando hablamos de la lagunera. Rius se rinde ante la inspiración que estalla en los movimientos de su musa: “En un soplo de gracia, en un momento / de decisión fugaz, de donosura, / ella desaparece al movimiento de sus alados pies y su cintura: su cuerpo es aire ya: mujer, el viento”. Por esto, por lo dicho y sobre todo por lo mucho que no puede caber en unos cuantos párrafos de elogio, gracias, Pilar, siempre gracias de parte La Laguna que hoy, otra vez, aplaudirá en tu nombre.
Nació Pilar Rioja del Olmo, como nos recuerda su web, en Torreón, Coahuila, hacia 1932. De padres españoles, desde muy pequeña sintió el llamado de los escenarios: “Mi padre era agricultor y mi madre ama de casa. A él le encantaba torear, le llamaban Belmonte porque era un gran admirador del torero Belmonte. Le gustaba mucho bailar y cantaba muy bien las jotas. Mi madre bailaba las jotas muy finamente y mi padre las hacía muy bruscas. Ambos me enseñaron a bailar las jotas, por eso yo mezclo los dos estilos al bailarlas, es en honor de mis padres que me apoyaron mucho en mis estudios de danza y en mis presentaciones. Mis padres me dieron cariño y libertad, les gustaba mucho que yo bailara”, ha comentado, y más: “Empecé a bailar en Torreón, en las romerías. Bailaba con los paisanos de mi padre. Bailaba muy bien la jota vasca, la castellana y la aragonesa. También veía las películas y tomaba pasos de ahí. Yo solita me ponía mis bailes, desde muy pequeña me gusta bailar. Me montaba mis propias coreografías, siempre me ha gustado eso de ejecutar lo que yo he inventado antes, ya sea en juegos, en sueños, o en la seriedad y la soledad de mí misma”.
Para perfeccionar sus capacidades innatas, Pilar viajó a México en 1950, y poco después a España, donde tomó cursos con los mejores maestros y maestras de la península. Sus estudios no cesaron, y al mismo tiempo sus presentaciones en los mejores foros del país y del extranjero. En 1970 comenzó a recibir los consejos de Manolo Vargas, maestro que a partir de allí logró definir lo que en adelante caracterizó a la danza de la lagunera: la fuerza expresiva y la riqueza de sus trazos.
El talento y el trabajo dan resultados de excelencia. Con el paso de los años es “galardonada con diferentes reconocimientos, a lo largo de todo el interior de la República Mexicana, así como de países de diversos continentes, tales como España, Viena, Bulgaria, Estados Unidos, Canadá, las distintas repúblicas de la ex Unión Soviética, Argentina, Costa Rica, Cuba, Nicaragua, Guatemala, Colombia, sólo por citar unos cuantos. Pilar ha sido musa de escultores como David Narudnisky, José Luis Padilla y Joaquín Arias, pintores como Héctor Javier, Antonio Peyri y Alfaro Siqueiros, así como de grandes poetas como Luis Rius, Juan Duch y Alfonso Simone. Su increíble trayectoria no sólo abarca presentaciones, sino que además incluye la impartición de una serie de cursos a bailarines y escuelas, conferencias, así como la creación de magníficas coreografías”.
El poeta Luis Rius, con quien contrajo matrimonio en 1968, escribió en su honor Canciones a Pilar Rioja (Finisterre, México, 1970), un libro que debe ser traído a la mesa cuando hablamos de la lagunera. Rius se rinde ante la inspiración que estalla en los movimientos de su musa: “En un soplo de gracia, en un momento / de decisión fugaz, de donosura, / ella desaparece al movimiento de sus alados pies y su cintura: su cuerpo es aire ya: mujer, el viento”. Por esto, por lo dicho y sobre todo por lo mucho que no puede caber en unos cuantos párrafos de elogio, gracias, Pilar, siempre gracias de parte La Laguna que hoy, otra vez, aplaudirá en tu nombre.