sábado, mayo 10, 2008

El mejor



No lo digo yo, lo dice por sí misma, y muy elocuentemente, su trayectoria como periodista: José Antonio Jáquez Enríquez (San Juan de Guadalupe, Durango, 26 de julio de 1952) ha sido hasta hoy el mejor reportero formado en la historia de la comarca lagunera. Espero no repetir lo que Mario Gálvez apuntó ayer con harto tino. Como muchos, como tantos actores del periodismo, la literatura y/o la política desarrollados en La Laguna, tuve contacto alguna vez con Toño Jáquez, quien ayer a las 12:37 del mediodía murió en el hospital Medical Sur de la Ciudad de México. Mi relación con él fue breve, pero quiero suponer que significativa, pues desde que lo conocí supe que estaba ante un periodista de corte inusual en nuestra región: inquisitivo, memorioso, agudo, culto, irónico siempre, Jáquez estaba muchos metros adelante de todos en materia de reporteo. Nadie como él para trazar verdaderos reportajes de investigación, textos perfectamente escritos y, lo más importante, profundamente punzantes, llenos de esos datos y esa jiribilla que sólo pueden ofrecer los genuinos profesionales del oficio. En un ambiente que privilegiaba la nota informativa a veces no manejada con toda la calidad requerida, Jáquez solía bucear en las profundidades del hecho noticioso: indagaba, preguntaba, leía, hundía su mirada de periodista moderno hasta tocar el meollo de realidades políticas y económicas descompuestas, ideales para los reportajes de gran calado, trabajos que hacían crujir estructuras de poder por lo general amenazantes para otros, no para un reportero como Antonio Jáquez.
Tuve la fortuna, como digo, de convivir con Jáquez en el mismo espacio laboral durante, al menos, un par de años. Por lo regular era serio y conversé poco con él, pero las veces que pudimos trabar alguna charla fue siempre sobre literatura. Además del periodismo, su vocación, era un lector voraz de novelas, cuentos y poesía. Su pasión por el cine y por la música, igual, no tuvo coto. Era un tipo culto en extremo y eso lo pude constatar en varias ocasiones, cuando a propósito de cualquier asunto no escaseaban en su plática citas de Paz o de Borges o de Sabines o de Monsiváis (quien fue su amigo, vale decir). En cierta ocasión, luego de dialogar sobre nuevos narradores mexicanos, mencionó que tenía interés en leer algo del joven (en aquel momento joven) novelista Enrique Serna. Le dije que yo tenía, de él, Uno soñaba que era rey, y se lo ofrecí a préstamo. Aceptó. Poco después, en reciprocidad, me regaló un lote de seis o siete libros distintos. Cuando los revisé, vi que uno de ellos tenía entre sus páginas una credencial, ya caduca, que acreditaba a Jáquez como reportero de La Opinión. Quise devolverla, pero por esos ajetreos de la vida el tiempo se fue yendo, Jáquez emigró a Monterrey para ser corresponsal de Proceso, luego al DF, donde merced a su talento alcanzó casi las puertas de la dirección en aquella revista. Su reportaje más logrado (él llegó a considerarlo así) fue el que inmortalizó a Raúl Salinas como “el hermano incómodo”.
Hijo de Martha Enríquez y Antonio Jáquez Medina, Antonio Jáquez pasó su infancia en Simón Bolívar, Durango, donde hizo la primaria en la escuela Elpidio G. Velázquez. La secundaria y la preparatoria las cursó en la Pereyra, de Torreón; estudió la carrera de contador público en la antigua ECA de la UAdeC. Tras egresar, trabajó en el Fideicomiso de la zona industrial de Torreón, luego en la Secretaría de Programación y Presupuesto. De ahí pasó a la lid periodística en La Opinión, lid que en adelante ya no abandonó. Pasó por el Taller Literario de La Laguna, coordinado por José de Jesús Sampedro, y se enorgullecía de haber recibido clases de la maestra Blanca Trueba, cuya enorme y muy selecta biblioteca heredó. Creo que no exagero si reitero que de todos nuestros reporteros ha sido, por sus méritos, el mejor.