El poeta coahuilense Marco Antonio Jiménez ha descrito en una pincelada la sustancia de Días inciertos, poemario de Adriana Luévano: “La poética de Adriana, a ratos portentosa, recuerda al oráculo de Delfos, que al decir de un filósofo no declara ni oculta, sino que da señales. Así es la metáfora de Adriana: danza, serpentea, se despeña en signos e imágenes que restituyen el sentido mágico de la palabra sin ocultamiento ni declaración”. En efecto, si algo define a Días inciertos es su poder insinuativo, la capacidad que ostenta para construir mundos a partir del susurro.
Adriana Luévano, poeta nacida en Aguascalientes y avecindada en Torreón desde hace 33 años, tiene estudios de ingeniería química y ha participado en numerosos talleres literarios. Junto con Carmen Valdés publicó el libro Filos de luz, y ha sido integrada a los colectivos de poesía Polvo ardiente y Voces del tranvía. Además, es promotora de culturas populares, donde se ha vinculado sobre todo al desarrollo de la música urbana.
En Días inciertos (Universidad Autónoma de Coahuila, 2007), los lectores asistimos a una poesía enunciada en voz baja, sin aspavientos, como autocontenida. La escritora otea, palpa, oye los ecos del exterior y con ese magma de estímulos construye formas literarias donde la palabra tiende al silencio, al guiño. Dividido en dos grandes estancias que a su vez están subdivididas en tres y dos recintos bien delimitados, Días inciertos deambula por el mundo con los sentidos atentos al ritmo de la vida: Adriana Luévano le toma el pulso al lado generalmente desapercibido de la realidad, a los objetos nimios. En ese afán advierte que nada hay más asombroso que lo inmediato, que lo cotidiano. Es la poeta, pues, vocera de lo sutil, y su canto es un canto que se corresponde con los motivos de su escritura, es decir, asordinado, como dicho quedamente, como ajeno a los estruendos del desgarramiento y la vocinglería.
La poesía de Adriana Luévano se ciñe, en suma, a los preceptos rectores del minimalismo: la sutuosidad está en el detalle, la belleza radica en despojamiento de la ornamentación: el mejor acto de comunicar se funda en el poder de las insinuaciones.