sábado, marzo 29, 2014

Mirar con ojos de suegra

















El libro me hizo recordar cuatro casos recientes de carrilla antimexicana. La primera fue la desatada por el cantante Tiziano Ferro, quien se refirió a nuestras mujeres como “bigotonas”; por supuesto, le sobraron chulas mentadas de madre y un montón de fans abandonó el barco de su admiración a ese sujeto. Por las mismas fechas, un programa de radio de la BBC hizo burla de los mexicanos, lo que generó un comunicado de la embajada azteca en Londres. Por otro lado, la franquicia Burger King lanzó en España una hamburguesa llamada Texican Whopper en la que aparecían un texano y un luchador con la bandera de México, lo que motivó una queja de la nuestra diplomacia. Por último, y muy recientemente, un tiroteo tuitero en el que los argentinos, con un tag racista, nos ponía como lo peor del universo y puntos circunvecinos.
Esos vituperios internacionales no son infrecuentes. Resultan, más bien, tan comunes que incluso pasan del estereotipo a la malditez, como sucede en el caso de los chistes mexicanos contra los gallegos, gracejadas que por supuesto se basan en la nada. Tan en la nada, o a lo mucho en algún tonto prejuicio, como lo hizo George F. Ruxton, viajero inglés que en el siglo XIX atravesó México desde el puerto de Veracruz hasta Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez), y en 1847 publicó el libro Aventuras en México (El Caballito, México, 1974), obra en la que nuestra ilustre raza queda, valga el lugar común, como lazo de cochino.
Ruxton comienza su relato desde que parte de Southampton, atraviesa el Atlántico, llega a las Antillas y de Cuba enrumba a Veracruz. Desde el principio se nota que, para él, fuera de Londres todo es Cuautitlán. Antes de llegar a México tiene unas cuantas palabras de elogio a las realidades que observa, por ejemplo cuando se le van los ojos ante la calidad de la melcocha femenina de La Habana; fuera de eso, todo o casi todo le parece pinchurriento.
Ya en nuestro país, al despectivo inglés no le faltan frases ingratas sobre “los perezosos mexicanos”. Obviamente tiene pinceladas de elogio al paisaje, a veces a ciertos climas, a algunas edificaciones. Tiene también opiniones interesantes sobre la política interna, como cuando afirma esto que quizá sigue vigente: “en este país los gobernantes derrotados son tratados bien, ya que pueden resurgir y administrar un trato similar a sus adversarios”.
En efecto, los ambientes cautivan sus sentidos, más cuando ve el Valle de México. Le gana, sin embargo, la mirada puntillosa y hiperbolizante de los defectos: “México es un cuartel de la suciedad. Las calles están sucias, las casas son sucias, los hombres son sucios y las mujeres aún más sucias, y todo lo que uno coma o beba está sucio”.
Ruxton se siente hecho a mano nada más por ser europeo, así que en todo momento ve a los mexicanos como dios mira a las liendres, según el juego de palabras de Gilberto Prado: “Para un inglés montado no hay nada más ridículo que un mexicano montado sobre su caballo”.
El viajero pasó parte de sus Aventuras en México por el rumbo de La Laguna, como “Perdizenia” (Pedriceña) y Mapimí, e incluso menciona de pasada nuestro río Nazas. Todo el recorrido fue difícil, ingrato para sus ojos de hombre refinado. Durango es para él “la Ultima Tule de la zona civilizada de México”, así que no le faltan oportunidades para atizarnos comentarios que hoy parecen cruzados a la mandíbula.
Campea en todo el libro la actitud de superioridad, como si la circunstancia de estas tierras fuera la misma que la vivida por su milenaria Europa. A mediados del siglo XIX, lo sabemos, la recién nacida República hacía esfuerzos descomunales para organizarse y alcanzar estadios de progreso que muy lentamente se han ido dando. No como quisiéramos, pero tampoco para pensar que “los perezosos mexicanos” no habíamos logrado algo en esos entonces y no logramos algo décadas luego. Basta citar nuestra pintura, nuestra arquitectura, nuestra música para saber que, patrioterismo aparte, no somos lo que algunos dicen que somos. Ni éramos.

miércoles, marzo 26, 2014

Arte de titular

























Titular un libro (o un artículo, una película, un disco, una obra de teatro, un programa de televisión, lo que sea) no es enchilar tacos. Tiene su chiste, como todo, y para hacerlo bien es necesaria cierta jiribilla. Es tan difícil que si no hay tiempo para pensar en esto, como pasa comúnmente en el vertiginoso periodismo, ocurre con frecuencia que se cuelan títulos atroces por kilométricos, sosos, obvios y demás. Por ejemplo, titular en periodismo “Análisis de la política económica seguida por el gobierno de Peña Nieto en su primer año de gobierno” es casi escribir el artículo en el título, o sea, no titular nada. Unos sosos serían “El sistema político” o “La inflación”, y así, fallidotes. Pero se entiende que en la prisa del periodismo los títulos no se dejan hallar así nomás, tanto que a veces es lo más difícil de encontrar.
En literatura se supone que no es lo mismo, pues en ella hay tiempo para barajar posibles nombres antes de llegar a la pila bautismal. De todos modos hay desaguisados, titulamientos que ni fu ni fa. No hay regla en esto, vale decir desde ya. El poeta Gerardo Deniz, por ejemplo, tiene títulos extraordinarios de una sola palabra, ideales para libros de índole poética: Adrede, Gatuperio, Mansalva; tiene otro un poco más largo, genial, para un libro con guiños autobiográficos: Paños menores. También cortos, algunos de Lezama Lima son hermosos: La fijeza, Aventuras sigilosas, y este bárbaro: Enemigo rumor.
Los mejores dos de Borges, a mi juicio, llevan la palabra “historia”: Historia universal de la infamia e Historia de la eternidad; hay otro inmejorable: El tamaño de mi esperanza. Él admiraba a los ingleses Burton y De Quincey, autores de dos libros con títulos apabullantes: Anatomía de la melancolía y El asesinato considerado como una de las bellas artes, respectivamente. Vargas Llosa tuvo la manía de usar la conjunción “y” en varios de los suyos: La ciudad y los perros, La tía Julia y el escribidor, Pantaleón y las visitadoras, Kathie y el hipopótamo. Octavio Paz logró títulos poderosos; los dos mejores son, a mi parecer, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe y La llama doble.
Los títulos de García Márquez han sido claves de su éxito. Son poéticos, de una sonoridad perfecta: El coronel no tiene quien le escriba, Cien años de soledad, El amor en los tiempos del cólera, Del amor y otros demonios, Memoria de mis putas tristes; pero su título más famoso es, sin duda, Crónica de una muerte anunciada, que ha sido parafraseado hasta el asco, tanto que ya suena mal decir, por ejemplo, “Crónica de un fraude anunciado”.
Muchos escritores de más reciente producción han despoetizado sus títulos, casi casi a la manera de Bukowski y su Música de cañerías. Fadanelli tiene libros deliberadamente bautizados a la malagueña salerosa: Terlenka, Lodo, como Melamina o Six pack, de nuestros Daniel Herrera y Carlos Reyes. Fernando Nachón, también mexicano, llevó al extremo esta posibilidad y publicó libros con títulos escalofriantes: Cachetadas en las nalgas, De a perrito, Diario de un pendejo.
Titular, como podemos ver, no es tan sencillo. Hay sutilezas que deben ser tomadas en cuenta, no nombrar a lo burro. Eso es lo que veo en el título que me gusta más entre todos los que me gustan, uno que siempre envidiaré: Todo verdor perecerá, novela del argentino Eduardo Mallea.

domingo, marzo 23, 2014

La tarde-noche de aquel 23














Faltaban dos o tres años para que internet comenzara la invasión de los hogares, así que en marzo de 1994 todavía nos informábamos sólo con los periódicos y las revistas, la radio y la televisión. Se suponía que los medios electrónicos eran los más veloces, y lejos estábamos de imaginar que cerca de veinte años después las redes sociales permitirían diseminar una noticia por todo el mundo a sólo unos segundos de haberse dado.
Llegué aquel miércoles 23 de marzo a casa luego de ofrecer un par de clases en la universidad. Me faltaban exactamente dos meses para cumplir treinta años, era soltero y tenía un cuartito independiente en casa de mis padres. Mi biblioteca, la cama, una mesa de trabajo y la maravillosa máquina de escribir Olympia color guinda estaban allí. Creo recordar que también contaba para entonces con la tele Hitachi en blanco y negro que agarraba la señal con un gancho de ropa en calidad de antena. El caso es que llegué como a las siete o poco más, encendí la tele y al primero que vi y oí fue a Javier Alatorre, ya para entonces el lector de noticias estelar en TV Azteca.
Al principio me desconcertó que estuviera fuera de su horario. Algo había pasado. Luego lo dijo claramente, pero todavía sin datos precisos: habían atentado en Tijuana contra el candidato del PRI a la presidencia. Al parecer dos o tres balazos. Hacía enlaces un tanto torpes, no se sabía mucho en Tijuana y menos en el DF. Lo único verdaderamente cierto en ese momento era que el candidato había sido llevado con urgencia a un hospital, grave.
Poco después, casi a las nueve, en cadena nacional, el vocero de la campaña del PRI, Liébano Sáenz, dio la noticia: el candidato estaba muerto.
Lo que ocurrió después ya lo sabemos. Jamás se supo bien a bien qué pasó. Muchas pistas fueron borradas, quizá hasta cambiaron al asesino material, fiscales especiales fueron y vinieron, el país se puso más tenso que de costumbre, corrió un río de tinta, pero con claridad no se supo nada de nada.
Siempre he creído que la orden salió del lugar del que se sospechaba más, pero no podía decirse. Ni entonces ni ahora, pues de alguna forma ese poder sigue vigente y es muy grande, grandísimo, inmenso, el mayor del país desde 1988 o poco antes.

sábado, marzo 22, 2014

Nadie te espera
















Hay una afirmación de Ricardo Garibay en Oficio de leer (Océano, 1996) que me deslumbra: “Un paradero literario es una frase donde hay que detenerse”. Esta frase es pues, también, un “paradero”. La siento justa porque siempre que leo, y también cuando escucho, hay puñados de palabras que logran decir más que otros, como si fueran sentencias o aforismos o axiomas involuntarios. Esas frases pueden salir de la pluma de Voltaire o de la boca del compita que nos cambia la Firestone en una vulka, todo depende del misterioso encanto que contenga la pizca de palabras.
Recuerdo una. Oriundo del interior argentino, un padrote fracasado (ignoro si esto es un pleonasmo) recuerda su llegada a Buenos Aires. Aparece en el cuento “El precio del amor”, de Ricardo Piglia, y su imagen se me quedó adherida a la memoria. Cuando el personaje narrador describe su llegada a la capital, dice: “En esta ciudad de mierda, ¿te das cuenta? Uno llega, piensa que lo están esperando. Cuando quiere acordarse, está perdido, triturado”. Toda su tragedia ulterior estuvo cifrada entonces en ese comienzo: “Uno llega, piensa que lo están esperando”, pero en realidad no hay una sola persona que de veras tenga los brazos abiertos, la mano tendida para ayudar.
Cuando el hombre es joven y por necesidad debe dejar su primer espacio —el pueblo-útero que lo arropó en los años de primera formación—, es frecuente su tendencia a pensar que alguien, quien sea, estará esperando del otro lado de los cerros o del agua. La realidad es otra, por eso al personaje de Piglia le va como le va: es triturado. Ocurre casi lo mismo —no sé por qué siempre lo he pensado así— con el escritor muy joven acosado por el ansia de publicar. Hoy existe la válvula despresurizadora de las redes sociales y los blogs para compartir lo primero que va saliendo de la impetuosa vena, pero el libro sigue firme como fetiche ideal para paliar las urgencias de quien desea darse a conocer como “escritor” y tal vez, por qué no, alcanzar el estrellato.
Por experiencia vivida y leída sé que es muy difícil resistir la punzada de publicar recién agrietado el cascarón. Cuando alguien descubre que escribir es “lo suyo”, no falta que antes de articular algo decoroso, lo que sea, ya se imagine firmando libros y estremeciendo a la humanidad con párrafos y estrofas más bien calisténicos, de mero calentamiento. En esta etapa no cabe por lo general ni un átomo de escepticismo. Eso viene luego, después de publicar dos o tres libros y darse cuenta de que la gente recibe esas creaturas como quien recibe el martes. En tal momento se demuestra la verdadera vocación: si uno es triturado por la indiferencia y de todos modos sigue dándole al teclado, allí está clara.
Ser Rimbaud es un tanto complicado, así que es muy común que los primeros y apresurados libros sólo tengan un valor curricular. Quizá, si el escritor avanza y cuaja, la crítica los ubicará como embriones de lo que luego llegó, rastreará en ellos las preocupaciones que después se convirtieron en el hueso y la carne de la obra madura. Pienso por ejemplo en ¡Écue-Yamba-O!, Fervor de Buenos Aires y Los jefes, libros de los que sus autores (Carpentier, Borges y Vargas Llosa, respectivamente) hablaron siempre como quien confiesa sus pecados juveniles.
No veo mal, sin embargo, que el joven escritor (o a veces no tan joven) quiera publicar con la premura de una ambulancia. Lo que debe saber, aunque duela, es que nadie estará esperando y quizá nadie, jamás, vaya a hacerlo. Si prosigue pese a esto, muy bien. Si no, también.

miércoles, marzo 19, 2014

Eco, narrador confeso




















Entre los narradores hay una subespecie no abundante: la de los teóricos, quienes se caracterizan por escribir relatos y reflexionar cada que pueden sobre las estrategias que otros escritores y ellos mismos han usado para construir ficciones, para inventar personajes, tramas y atmósferas. A esta categoría pertenecen, entre otros pocos, Ricardo Piglia y Mario Vargas Llosa, escritores que en numerosos ensayos y conferencias han escudriñado en la producción propia y ajena con el único fin de destacar los pliegues y resortes ocultos en las historias que por convencionalismo llamamos “ficciones” aunque partan de la realidad y a veces intenten retratarla con detalle. No es un trabajo sencillo, pues las posibilidades de la creación narrativa y su concreción (en un cuento o una novela, por ejemplo) demandan observaciones que en algunos casos rozan incluso la filosofía.
Por eso nomás, por lo difícil que es pensar en el arte de la ficción y sus entresijos, uno no puede menos que alegrarse con la presencia de Umberto Eco y sus Confesiones de un joven novelista (Lumen, 2011, 221 pp.), libro que amablemente nos pavimenta el camino hacia el entendimiento, sobre todo, del corpus narrativo armado por el piamontés, aunque con inevitables derivaciones hacia todos los derroteros del afán ficcionalizador.
Eco, lo sabemos, arrancó ya ruco su carrera de novelista. Tenía 38 años y una sólida reputación como ensayista especializado en semiótica cuando publicó El nombre de la rosa (1980), libro que de golpe lo instaló, ayudado además por la versión fílmica (1986), en los más visibles escaparates de la literatura mundial. Ocho años después apareció El péndulo de Foucault, y de allí no ha parado hasta arracimar seis novelotas (como Baudolino, que es un libro descomunal) sin dejar de publicar, claro, cada dos o tres días, algún ensayo sobre sus temas recurrentes: estética, medios de comunicación, cultura medieval y demás.
Entre esos libros apareció Confesiones de un joven novelista, ciclo de conferencias que Eco ofreció en EU, reflexiones cuyo interés radica principalmente en ver el despliegue de datos que el italiano pone sobre la mesa para que, con el conejillo de Indias de sus propias ficciones, nos adentremos de su mano hacia las profundidades de la creación.
Cierto que algunos pasajes son inevitablemente densos, pero el tono accesible (y “socarrón”, como dicen los editores) se sostiene en la mayor parte de las conferencias. Es una rara mixtura la que se da en el Eco de estas páginas: por un lado leemos al erudito que parece saberlo todo, al anatomista del pensamiento que ve significados donde no parece haber nada; y por otro, al hombre de carne y hueso que nos lleva a la cocina de sus libros narrativos, a sus manías de investigador detectivesco, esas obsesiones que lo obligan a contar el tiempo que demora en recorrer un pasillo de abadía para ajustar a tal distancia un diálogo de sus personajes.
Para los fans de Eco, y para los no fans de Eco pero sí interesados en pasear por los sótanos de cualquier relato, Confesiones de un joven novelista es un libro muy útil. Con este Eco hay que parar oreja.

sábado, marzo 15, 2014

Letras y patas de hule















“A esta altura de mi vida en una gran ciudad, lo mejor que le encuentro a un automóvil es que no sea mío. Desgraciadamente ellos no parecen compartir este rechazo, y me basta salir a la calle para ingresar en un sistema y un código en los que sólo la vigilancia más atenta puede evitar el rápido paso de la integridad a la papilla”, dice Cortázar en “Monólogo del peatón”, uno de los muchos textos integrados a Papeles inesperados (Punto de lectura, México, 2009, 486 pp.), el librote misceláneo que hace cinco años llegó a engrosar el ya de por sí gordo expediente cortazareano.
No sé si me equivoco pero en general los escritores, por su misma naturaleza encerradiza, tienen una mala relación con el coche y demás objetos atropelladores no identificados. De Cortázar no me sorprenden las palabras citadas, pues la neurosis automovilística le saltó en otros momentos, entre ellos el que lo llevó a escribir “Autopista del sur”, uno de los relatos infalibles en cualquier antología del argentino. Tuvo al final de su vida, como sabemos y él mismo lo declara, un fugaz reencuentro amoroso con el coche, pero hizo trampa: viajó con la hermosa Carol Dunlop, su pareja, de París a Marsella, y se tomó casi un mes para hacer un viaje que por lo común demanda diez horas. Usó en este caso el menos aventurero de los vehículos, una Combi roja que a cada parada se demoró en pausas de exploración y fotografía que quedaron impresas en Los autonautas de la cosmopista, libro que casi casi apareció póstumamente.
Un rastreo veloz por la biografía de muchos escritores nos permitiría ver que conducir (manejar, decimos en mi rancho) está lejos de ser un goce del gremio. No imagino a Rulfo, a Borges, a Neruda, a Paz, a Carpentier, a Benedetti, a Vargas Llosa (bueno, a Vargas Llosa sí) en plan de Fittipaldis, con el codo salido por la ventanilla y silbando un sabroso bolerito, muy acá. Más bien los imagino dependientes siempre de otros, o de sus pies, que para caminar fueron  hechos. Creo que esta malquerencia del volante no se da por esnobismo, sino por algo que en efecto caracteriza al escritor: su distracción. Distracción, claro, de lo cotidiano, de lo inmediato, no de lo que se supone está escribiendo permanentemente dentro la cabeza.
Mis amigos escritores manejan con decoro, aunque muchos llegaron tarde al arte de macalacachimbas, unos incluso más allá de los treinta años (yo conduje mi primera nave casi en la ancianidad, según mis coétaneos: a los 23). Otros se van vírgenes de patas de hule, y los admiro de veras. El caso de esta índole que mejor recuerdo es el de Arreola, quien al parecer no fluctuó como Cortázar del odio a la parcial aceptación vehicular, sino que abrazó una pureza absoluta como caminante del Mayab y puntos circunvecinos. Tan lejos se colocó de la pasión automovilística que en alguna de las muchas entregas para una columna que publicó en El Sol de México durante casi dos años, del 75 al 76, se confesó “peatón original” frente a la barbarie de esas máquinas siempre listas para el apachurramiento y demás accidentes perpetrados “en estas calles de Dios”.
¿Y dónde me coloco yo? Con la mano en el pecho les aseguro que si me dan a escoger, prefiero siempre, como Julio, que alguien me supla en los volantes o si eso no es posible, conducir lo menos posible y caminar, caminar cuando se pueda o ascender al “jet de la pradera”, cómo le decían mis amigos al Torreón-Gómez-Lerdo en el que llegábamos a la secundaria. Sólo así veo algo que me interesa ver, tocar, sentir: la ciudad.

miércoles, marzo 12, 2014

Cien chilenas




















Cierta noche de 2011 casi me perdí una cita, hoy inolvidable, con amigas y amigos escritores de Chile. Un día antes me habían organizado una mesa de lectura en Letras de Chile, asociación que agrupa a destacados escritores de aquel país. Todo salió bien, les comenté algo sobre literatura mexicana y leí un cuento de mi cuño y letra. Al día siguiente me esperaban para una cena. Recibí la dirección y las indicaciones para llegar en metro. Lamentablemente, al salir de la estación ya no supe dónde quedé y sólo contaba con el número de celular de quien me recogería en una intersección ya determinada. Creí que me sería fácil dar con el punto, pero era una zona algo confusa. Esperé en una gasolinera a ver qué se me ocurría, pues ya iba llegando la hora de la cita. Vi que por allí estaba un tipo y me acerqué a preguntarle el rumbo de unas calles. Notó mi acento y se armó una breve plática. Dijo que por motivos de trabajo había estado alguna vez en Monterrey, y luego de agregar otros detalles preguntó por mi problema. Le dije que buscaba una calle, nomás, y añadí que sólo contaba con el número de celular de una persona. Cordial, me lo pidió, marcó desde su aparato y me lo pasó. Dije que estaba en la gasolinera de la calle tal y hasta allí llegó mi enlace, la escritora Gabriela Aguilera.
Poco después me encontraba sentado en la casa de la escritora Susana Sánchez Bravo (quien alguna vez estuvo en Torreón, me contó) junto a cerca de diez colegas suyos. Pensé que era una cena de ellos, pero no: la habían organizado para mí, con todo, incluido el entusiasmo. Probé deliciosos platillos y conversamos muy amablemente sobre nuestras literaturas y nuestras situaciones políticas. Noté que en el grupo eran más aguerridas las mujeres que los hombres, y que ante cualquier tema ofrecían una opinión informada, frontal y llena de sabrosas maldiciones. Fueron suficientes dos horas para que yo idealizara a la mujer chilena. Pensé: si todas o la mayoría son así de simpáticas y entronas, ya entiendo la fascinación de Neruda.
Así terminó la cena y llegó la hora de las fotos y la momentánea despedida, pues poco después íbamos a vernos en Mendoza, Argentina. Y así fue. Viajé en bus de Santiago de Chile a Mendoza y no olvido que mientras atravesaba la cordillera andina tuve tiempo para pensar en la hospitalidad de los chilenos. Los y las reencontré en el encuentro literario celebrado en la Universidad Nacional de Cuyo, donde algunas compañeras del contingente chileno me hicieron dos regalos: un juego de libritos en formato volante, elaborados con una endiablada y perfecta malicia de dobleces, pues cada uno era una hoja tamaño carta, sin grapas ni pegamento. También, el libro ¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género (Asterión, Santiago de Chile, 2011, 115 pp.). Recuerdo que en ese momento estaba de moda en toda América Latina la activista Camila Vallejo, así que las chilenas se estaban convirtiendo para mí en modelo redondo de combatividad.
El libro me deslumbró por lo que tiene de hecho consumado pero más por lo que tiene de idea. Imaginé a las chilenas en la solicitud del material: era necesario convocar a cien compañeras escritoras para que cada una apoquinara una microficción sobre el tema. Supuse que en otras latitudes no sería fácil concluir tal emprendimiento, pues aquí y allá, en muchas partes, el trabajo colectivo y solidario se ha tornado muy difícil ante las inercias dominantes de la ganancia y el individualismo. Vi que en Chile eso no pasa, o al menos no pasa con mis amigas Lilian Elphick, Pía Barros, Gabriela Aguilera, Silvia Guajardo, Susana Sánchez y demás, quienes cierran filas y cristalizan proyectos con una solidaridad que me pasmó, envidiable.

sábado, marzo 08, 2014

Leer con los ojos abiertos




















En una de las ilustrativas páginas que habitan el libro Un lector se hace, no nace (Ariel, 2000, 140 pp.), Felipe Garrido nos comparte esta anécdota: “Un día de febrero de 1961, cuando había ya llegado a la Facultad de filosofía y letras de la UNAM, una mujer pequeñita de cuerpo y gigantesca en su magisterio, María del Carmen Millán, nos pidió a sus alumnos de introducción a las investigaciones literarias, en el primer año de la carrera, que leyéramos ‘Talpa’. El cuento de Rulfo nos deslumbró (…), pero nadie estaba preparado para la pregunta que hizo la maestra: ‘¿Por qué ese par de amantes, cuando consiguen matar a Tanilo Santos —esposo de ella, hermano de él— tienen que separarse?’ Nos miramos, desconcertados, unos a otros. Todos habíamos leído el cuento, pero nadie lo había interrogado; nadie se había interrogado sobre el carácter ni los motivos de los personajes; nadie había examinado las palabras ni los sabios silencios de Rulfo; nadie había reconocido ni mucho menos explorado el alarde de técnica que es la estructura de ese cuento. ‘Niños —nos dijo la maestra—, hay que leer con los ojos abiertos.’ Ese comentario bastó para cambiar la vida de muchos de nosotros”.
Las sencillas palabras de la maestra Millán son, quizá precisamente porque son sencillas y golpean la cabeza del clavo, sabias como los silencios de Rulfo, y qué bueno que las cita Garrido y ahora puedo recordarlas en estos renglones. Me alarman un tanto, sin embargo, pues si en 1961 ya se leía sin leer, hoy el panorama en este sentido es dos milímetros menos que pavoroso.
A muchas razones es atribuible que pasemos ahora por las páginas de un libro —o de un periódico o de una revista o de cualquier texto en internet— sin llegar a la verdadera lectura, ésa que en efecto observa con detenimiento las tripas de cada párrafo, casi con la atención del cirujano que se juega la vida o la muerte del paciente en cada movimiento. Una de las razones, creo, está en la vertiginosidad con la que ahora nos caen sobre la cabeza miles de textos. Por esto, la primera virtud del lector no es leer mucho o tener la disposición de leer mucho, sino saber discriminar, separar, elegir, pues nadie dispone del tiempo necesario siquiera para leer los cuarenta o sesenta links que llegan durante cinco minutos a una miserable cuenta de tuiter.
Luego de saber qué vamos a leer, es necesario instalar los cinco sentidos en el texto de manera que no pasemos por sus renglones como quien hace zapping en la tele. Aunque hay diferentes niveles de compresión y libros que imponen grados de dificultad muy distintos, de poco sirve en realidad sobrevolarlos o avanzar a paso veloz si en el camino no llegamos a la comprensión. Eso sí que es una pérdida de tiempo, como leer con los ojos cerrados, semileer.
Más vale entonces resignase a un ritmo de lectura (el que tenga cada quien, así sea lento) y tratar de comprender lo más posible. Esto podemos hacerlo mejor —les comparto un truco— si cada tanto, no sólo al final, le hacemos una preguntita al libro: ¿por qué este personaje dijo esto o esto otro? ¿Por qué aquí guardó silencio o comenzó a gritar como loco?, y así. El caso es que leer es casi casi como conversar con alguien querido en el café; allí debemos, a riesgo de que nos consideren descorteses, estar atentos a la charla, hacer preguntas con interés aclaratorio, afirmar de vez en vez, negar también y escuchar siempre, en resumen, con los ojos bien abiertos, como dijo la maestra María del Carmen Millán a Felipe Garrido y sus compañeros de la Facultad.

miércoles, marzo 05, 2014

En la lengua de Drácula













Hace dos años, poco más o menos, mi amigo Rogelio Guedea me escribió desde Nueva Zelanda, donde trabaja, para convidarme a participar en un libro colectivo armado con textos breves. El libro apareció en 2013, y su título es El canto de la salamandra. Por razones atribuibles a mi negligencia todavía no lo tengo, pero sé de buena fuente que ha corrido con fortuna.
La página donde lo vende la editorial Arlequín dice lo siguiente:

La literatura brevísima es un animal elástico y anfibio que cambia de hábitat a la menor provocación: de ahí su capacidad de rozar otros géneros (cuento, poesía, ensayo, aforismo) de manera inverosímil (como la salamandra y sus metamorfosis) y construir una sinfonía en corto que no deja de sonar y asombrar a cada lectura.
Siguiendo esta descripción, y bajo la premisa de Baltasar Gracián, «lo bueno, si breve…», Rogelio Guedea antologa a escritores mexicanos de comienzos del siglo xx hasta las voces actuales que ejercitan el género con plena conciencia. El censo de autores abarca desde los canónicos nombres de Dufoo, Reyes, Arreola, Tario, Monterroso, o contemporáneos como Alberto Chimal, Cecilia Eudave, Édgar Omar Avilés, entre otros. Su método para decantar esa enorme producción de brevedades es la selección minuciosa de una decena de textos por autor.
Autores seleccionados: Genaro Estrada, Mariano Silva y Aceves, Carlos Díaz Dufoo, Alfonso Reyes, Julio Torri, Max Aub, Nelly Campobello, Francisco Tario, Juan José Arreola, Augusto Monterroso, Otto-Raúl González, Salvador Elizondo, René Avilés Fabila, Felipe Garrido, Guillermo Samperio, Óscar de la Borbolla, Mónica Lavín, Marcial Fernández, Jaime Muñoz Vargas, Cecilia Eudave, Alberto Chimal, Rogelio Guedea, Édgar Omar Avilés y Hugo López Araiza Bravo.

Hasta aquí, todo en entendible orden. La sorpresa que ayer me envió Guedea por mail fue que en una revista rumana comentaron brevemente el libro y de paso, claro, tradujeron algunas piezas. Una de ellas es de mi cosecha, así que ya puedo presumir que he sido traducido a la lengua de Drácula; mi felicidad creció porque quitaron un año al anotar mi fecha de nacimiento.
Al abrir el link no supe a cuál microrrelato de mi cuño le habían puesto palabras transilvánicas. Pero pronto lo reconocí; es, claro, “Microrrelato total”, que en rumano dice así:

Schiţă totală
Într-un sat de prin La Mancha al cărui nume n-am cum să-l ţin minte, şi spre-amiaza vieţii noastre muritoare ajuns, într-o pădurentunecoasă mă rătăcii, pierzînd dreapta cărare, cînd în faţa plutonului de execuţie colonelul José Aureliano Buendía avea să-şi amintească de după-amiaza îndepărtată cînd tatăl său l-a dus să facă cunoştinţă cu gheaţa şi cînd el dorea doar să spună că a venit la Comala pentru că i-au spus că aici a trăit tatăl său, un oarecare Pedro Páramo, declaraţie exprimată în dimineaţa fierbinte de februarie cînd a murit Beatriz Viterbo, numai cu puţin înainte ca Gregor Samsa să se trezească în patul lui, după o noapte de vise zbuciumate, metamorfozat întro gînganie înspăimîntătoare, ţipînd ca un nebun, şi întrebînd cu o durere extraordinară: Cînd se-alesese praful de Peru? 

En buen romance (aunque el rumano también es buen romance, pero ustedes me entienden), lo escribí como sigue:

Microrrelato total
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme y en medio del camino de la vida, errante me encontré en una selva oscura cuando frente al pelotón de fusilamiento el coronel José Aureliano Buendía recordó aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo a él, que sólo deseaba confesar que vino a Comala porque le dijeron que acá vivía su padre, un tal Pedro Páramo, declaración expresada la candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, apenas poco después de que Gregorio Samsa despertó convertido en un escarabajo, preguntando como loco, a gritos y con una pena extraordinaria, ¿en qué momento se jodió el Perú?

Gracias a Rogelio Guedea por el detallazo. Le debo varios.

Saccomanno 77: para entendernos un poco















He acomodado en diez años la lectura de una asombrosa trilogía armada por Guillermo Saccomanno (Buenos Aires, 1948). Por suerte pude proceder en orden: La lengua del malón (2003), El amor argentino (2004) y 77 (Planeta, 2008, 273 pp.). La más reciente es la que conservo, por lógica, más fresca, pues la acabo de despachar hace apenas tres semanas. Su extraño título alude al año más cruento de la dictadura argentina, esa dictadura eufemísticamente llamada Proceso de Reorganización Nacional que en esencia fue, lo sabemos todos, un régimen que sólo reorganizó una carnicería. En efecto, hacia 1977 toda la Argentina vivía el azote de los milicos que sin pudor alguno secuestraban y desaparecían/mataban a todo aquel sospechoso de subversivo, lo que no es de poco temer cuando de facto ha sido borrado cualquier vestigio de Estado de derecho.
La novela, es decir 77, pone en escena, como en las otras piezas de la trilogía, al profesor Gómez, hombrecillo solitario, gris homosexual que da clases en una secundaria, apasionado de las letras inglesas, “cabecita negra” y difuso simpatizante del peronismo. Junto con él asistimos a la reiterada visión (justamente obsesiva en la conciencia argentina) del bombardeo a la Plaza de Mayo del 55 y toda la ristra de conflictos que derivaron en un desastre: la llegada de los Videlas y los Masseras y los Agostis y los Bussis y los Menéndez al poder que luego usarían como instrumento de aniquilación.
Me detengo brevemente en la expresión de uso colectivo “cabecita negra”. Cargada de un fuerte componente racista y por lo mismo clasista, es la etiqueta usada por el argentino blanco contra los hombres que, llegados del interior a la capital para mejorar su condición del vida en el trabajo industrial, luego serían identificados por los blancos antiperonistas simplemente como “cabecitas”.
El profesor Gómez es pues un cabecita, y además carga el agravante de una homosexualidad no confesa, de clóset, y la culpa de estar a medio camino entre la simpatía con los rebeldes y el pavor. Junto a él, frente a sus ojos, pasa el espectáculo de la persecución contra todo lo que huela a montonero, el movimiento radical peronista que después fue despiadadamente perseguido por la dictadura de igual forma que lo fue, entre otros, al mismo tiempo, la guerrilla marxista del PRT encabezada por Mario Roberto Santucho.
Sé que en México el nombre de Guillermo Saccomanno suena a nada pese a que, como me lo comentó, alguna vez estuvo en Saltillo, y sé asimismo que la dinámica montonera y el acoso militar nos suenan a historia lejanísima, pero tras hincar el ojo a 77 siento que muchas de sus páginas sólo requieren algunos cambios —básicamente de nombres propios— para adaptarse de manera congruente a la realidad que vivimos hace poco en sitios como La Laguna. Igual que aquí, el miedo en la novela está instalado, atornillado a la vida cotidiana: “Un atardecer, cuando volvía del colegio sentí que me seguían. No era una simple sensación. Era físico ese miedo. En todo el cuerpo lo sentía. Me paraba frente a una vidriera y miraba hacia atrás como al descuido. Dos tipos que venían detrás de mí parecieron canas [policías]. Crucé la calle. Los tipos siguieron de largo. Respiré. Pero la paranoia volvió a la carga. La realidad entera era cana”.
Y así todo el tiempo, como ocurrió aquí, insisto, donde por algunos años, calculo que del 2007 al 2012, el infausto calderonato, nada que se moviera afuera de nuestras casas era de fiar.
En muchos pasajes de 77 no vi pues una novela argentina: vi una novela nuestra, asombrosa, mexicana y reciente.

martes, marzo 04, 2014

La cumbia del yo no fui, fue Teté




















Facebook es un laboratorio de comunicación. Quienes estudian esta carrera (y quienes no, también), tienen allí, a merced, gratis, diariamente, un buffet servido con todos los platillos disponibles para el análisis: chismes, rumores, verdades a medias, recomendaciones, flirteos, injurias, dobleces, grandilocuencias, buenas intenciones embusteras, buenas intenciones nobles, ingenuidades, berrinches, gritos en el desierto, mesianismos, comentarios bien apuntalados, ñoñerías, todo, absolutamente todo lo que el ser humano ha inventado para intercambiar mensajes.
Así pues, quiero detenerme a examinar aquí un caso reciente que ejemplifica de una manera más que extraordinaria cómo se construye un infundio múltiple sin que nadie repare en lo elemental: el documento, la evidencia, la prueba. Debo decir que, aunque me pierda del laboratorio, no tengo por ahora Facebook, y que los mensajes de esta red social aquí citados me llegaron por la vía del mail, copiados y pegados. De antemano rechazo toda acusación simplista, y más que nada absurda, en el sentido de que me interesa callar la voz del socorrido “feis”. Lo único que me interesa es mostrar cómo se maneja en ciertos casos, no más.

Una aproximación a “las lenguas feisbuqueras”
El primer mensaje, llamémosle “detonador”, es el siguiente (lo copio y lo pego tal cual):

Dicen por ahí que Renata Chapa también convertirá a la Camerata de Coahuila en un orquestón que se agregue a La Komún, que sólo publicará a los mejores autores torreonenses de libro vaquero y autoayuda, que hará de las bibliotecas salones para jugar bingo y lotería, que se apropiará de Taller El Chanate y lo convertirá en un taller de sellos de goma para maestras de primaria, que los museos pronto serán sucursales de Salsipuedes y los teatros auditorios para mítines políticos y centros loncheros; dicen también que a diario darán rico menudo en las escuelas y enseñarán a los niños a cantar que llorá corazón llorá que tu lagunero no vuelve más (todos con su respectiva máscara de luchador), que todo el centro "histórico" se pintará de colores pastel para que parezca San Miguel de Allende o Tlacotalpan y tengamos más turismo de gringos ricos jubilados; dicen que el Bvrd. Revolución ahora será la Calz. Carmelita Salinas y que Torreón será renombrado como Ciudad Reliquia; pero, sobre todo, lo que más andan diciendo es que Renata convertirá el edificio de la DMC (¿IMCE? ¡Bah!) en un puesto de atoles donde jamás se logra hablar directo con la "dueña". Y dicen que todo eso será para mantener bien viva la cultura lagunera que tanto queremos, y para que Torreón sea reconocida como la ciudad más lectora del universo.
Cómo son gachos, ¿por qué andan diciendo todas esas cosas? ¿No ven que así se hacen los chismes? Renata Chapa no va a a hacer todas esas cosas; ella sólo quiere convertir la Escuela de Danza Contemporánea, que avaló el INBA, que costó más de 7 mdp y que recién se inauguró, en una Escuela de Cumbia. No exageren. Mejor "no critiquen y coolaboren con la cultura torreonense llevándole sus proyectos a Renata". No importa que vengan nuevos funcionarios con su ego y sed protagónica a deshacer lo poco que logró la administración anterior, a adueñarse de los espacios que ya están construidos. Ustedes son unos inútiles rijosos que nada han hecho por la cultura lagunera. Reniegan porque el alcalde no les manda su arconsote en navidad.
Este mensaje sarcástico fue patrocinado por Soriana, Peñoles, Lala, Cimaco, Zapaterías B Hermanos, PRI Torreón, Cáritas, Galerías Laguna, El Siglo de Torreón, Grupo Modelo y el Club Santos Laguna, todos pilares fundamentales de la cultura torreonense.

Escuela Municipal de Danza Contemporánea de Torreón / Mezquite
Instituto Municipal de Cultura y Educación
Cemac Laguna Impulso Interno Escénica Contemporánea Diplomado en Teatro de la UA de C Sin Sonrisa Teatro Literatura Torreón Teatro Salvador Novo Estepa del Nazas Revista Acequias La Acequia Teatro

El asunto me interesó para desarrollar un pequeño estudio de caso (éste que vamos leyendo) o para sumarme a la crítica si en efecto confirmaba el propósito oficial de convertir una escuela de danza contemporánea en otra de cumbia. Lo que necesitaba para empezar era lo obvio: la evidencia incontrovertible de que el Instituto Municipal de Cultura y Educación de Torreón había planteado lo que sin titubeos satirizó Tafoya y apoyaron sus comentaristas. Nada mejor, pues, que preguntar directamente al implacable crítico, y así lo hice con el siguiente mail (copio y pego):

Jacobo:

Espero que estés bien.
Ya no tengo Facebook, pero alguien me hizo llegar un comentario reciente que al parecer es tuyo. Yo también estoy muy molesto, por eso me gustaría saber si tienes una fuente documental (video, periódico, grabación de radio o lo que sea) donde el IMCE haya anunciado lo de la Escuela de Cumbia o como se llame. Agradeceré mucho que me ayudes a conseguir ese documento.
Ojalá y esta siga siendo tu cuenta de correo electrónico.

Saludo cordial:

Jaime Muñoz Vargas

Muy rápidamente, Tafoya respondió lo siguiente:

Qué tal, Jaime. No, no tengo fuente documental. Me basé planamente en las lenguas feisbuqueras y en el rumor que lanza el agente 007 en sus verdades y rumores; por lo mismo, no le di a mi comentario otro tono más que el irónico. Eso sobre lo de la escuela. Lo que sí baso en varios testimonios es que es dificilísimo que Renata te atienda en persona y que es un tanto déspota; pero, nuevamente, no tengo experiencia personal. 
Verdades y rumores:

Igual, de inmediato, le respondí con este mail:

Jacobo:

Me da gusto que esta sea tu cuenta.
Bueno, lástima que no tengas un documento que visibilice incontrovertiblemente el propósito del IMCE para crear la Escuela de Cumbia en donde está la de Danza. En fin, buscaré por otro lado.
Pero una última duda: ¿esto es parte de tu comentario?:
"Este mensaje sarcástico fue patrocinado por Soriana, Peñoles, Lala, Cimaco, Zapaterías B Hermanos, PRI Torreón, Cáritas, Galerías Laguna, El Siglo de Torreón, Grupo Modelo y el Club Santos Laguna, todos pilares fundamentales de la cultura torreonense".
¿O le corresponde a otro interlocutor? Lo que pasa es que me lo mandaron copiado y no puedo distinguir si lo escribiste tú u otra persona.

Saludo; te agradezco la ayuda

Jaime Muñoz Vargas

Otra vez de inmediato, sin dudarlo, Tafoya me confirmó esto:

Sí, fue la parte final del comentario, para acentuar más el tono burlón. 
Saludos.

Y concluí:

Jacobo:

Muy bien, gracias. Valoro mucho tu ayuda. Ahora sí ya me quedó todo claro.

Saludo cordial:

Jaime Muñoz Vargas

Tenía pues un primer intento fallido por localizar el documento clave. No quise darme por vencido y busqué otra posibilidad. Vi que mi amigo Prometeo Murillo, secretario particular de la secretaria de Cultura de Coahuila, Ana Sofía García Camil, había dado “Me gusta” al comentario de esa polémica, e imaginé que él podía tener el dato que yo buscaba. A las 7:18 am del 27 de febrero le mandé un mail donde le describí un asunto pendiente y de paso le pregunté lo mismo que indagué, sin éxito, con Tafoya. Esto le dije a Prometeo:

Estimado Prome: (…)

Por otro lado, este asunto. No tengo Facebook, pero ayer me copiaron una andanada de comentarios contra Renata en los que al parecer apoyaste con "likes". El tema criticado es la creación de una Escuela de Cumbia en donde hoy está la Escuela de Danza. Yo también me siento muy molesto por eso, de ahí que busco saber si tienes una fuente documental incontrovertible (video, periódico, grabación de radio o lo que sea) donde el IMCE haya anunciado lo de la Escuela de Cumbia o como se llame. Agradeceré mucho que me ayudes a conseguir ese documento, pues supongo que tienes algo, lo que sea, dado que por tu trabajo estás ubicado en una posición en la que fluye todo esa info. Ojalá puedas ayudarme.

Abrazo cordial:

Jaime Muñoz Vargas

La respuesta de Prometeo llegó 24 horas después, y es ésta (antes comentó el otro asunto que tratamos, una cita pendiente con la secretaria García Camil):

Nota aclaratoria: yo le doy like a notas de Facebook como una manera de marcarlas para poder rastrearlas después, de otra manera puede resultar imposible encontrarlas en la "marecunde" cibernética. Voy a buscar en mis notas a ver si tengo una declaración semejante de parte del IMCE.
Estaré en contacto
PM

Le respondí:

Estimado Prometeo:

Si alguna vez vuelvo a tener Facebook, usaré tu método para no perder las notas aunque parezca que me sumo favorablemente a una granizada. Puede ser difícil que a uno le crean el argumento de la mera precaución para archivar debates, eso sí, pues el click no deja de ser un “Me gusta” y mucha gente suele interpretar mal las cosas.
Ojalá y encuentres pronto lo que te pido. No requiero un documento “semejante” o aproximado, sino exacto, es decir, una evidencia donde el IMCE haya declarado que sacará a la Escuela de Danza por meter en su local una de Cumbia.
Agradeceré mucho la ayuda que me puedas prestar.

Mi abrazo cordial de siempre:

Jaime Muñoz Vargas

Junto con el intento por encontrar ayuda en Prometeo Murillo, y luego de que revisé otra vez los comentarios al planteo de Tafoya, vi que el más firme en su certidumbre cáustica era mi amigo Alonso Licerio. Lo cito con las mayúsculas y otras peculiaridades de su redacción original:

Y MARGARITA ,LA REINA DE LA CUMBIA ,,REALIZARA UNA INVESTIGACION ETNOGRAFICOSOCIOLOGICA DE LA DANZA Y SUS INFLUENCIAS EN EL SIGLO X1X,EN LA COMARCA ,

Reparé entonces en que no tenía su mail, pero sí su número telefónico, así que le transmití mi inquietud por medio de mensajitos (que conservo) de celular. Este fue el primero:

Estimado Alonso: no tengo Facebook, pero me copiaron y me mandaron una especie de tiroteo reciente. Vi por allí tu nombre. Un favor: ¿tienes algún documento (video, audio, oficio, nota periodística) donde el IMCE haya propuesto lo de la Escuela de Cumbia? Me gustaría tenerlo para sumarme a la crítica, pues eso dañaría a la Escuela de Danza y no debemos permitirlo. Gracias de antemano por facilitarme lo que te pido. Saludo cordial. Jaime Muñoz Vargas.

Pasaron como cinco horas y no obtuve respuesta. Confirmé el número con un amigo común y reiteré así mi solicitud:

Estimado Alonso: pregunté tu número de celular para confirmar que fuera el correcto. Te encargo el favor que te pido en el mensajito anterior, pues hasta el momento nadie me ha podido dar un solo documento al respecto. Te agradeceré mucho ese favor. Abrazote. Jaime Muñoz.

Ahora sí, el maestro Licerio me respondió, y estas son sus palabras:

Estimado Jaime, en el siglo, en la columna de agente 007 en el último bloque alude a la escuela de danza y la otra propuesta, Adriana Vargas tiene más informesz, te busco la nota, tel de casa xxxxxxxxx [aquí omito su número telefónico] un abraz. 

No era lo que yo buscaba, así que precisé:

Eso ya lo vi. Lo que quiero tener no es el rumor, sino el documento (de video, audio, mail, lo que sea) en el que alguien del IMCE haya declarado que tiene esa intención. Mándame tu mail, por favor. Mientras busco por otro lado. Saludo cordial.

Y respondió:

alonso.licerio@xxxxxx.com [aquí omito su dirección electrónica] Jacobo me informo primero saludos

A lo que contesté para finalizar:

Muchas gracias, maestro.

Vi que en su primera respuesta el maestro Licerio me orientaba hacia Adriana Vargas, quien asimismo se mostraba preocupada en Facebook y decidí contactarla también por la vía del mail. Le escribí esto:

Estimada Adriana:

Espero que estés bien.
Ya no tengo Facebook, pero alguien me hizo llegar (como copia) una serie reciente de mensajes en la que vi tu nombre. No tengo datos precisos, por eso me gustaría saber si tienes una fuente documental (video, periódico, grabación de radio o lo que sea) donde el IMCE haya anunciado eso de instalar una Escuela de Cumbia (o como se llame) en donde está la Escuela de Danza. Agradeceré mucho que me ayudes a conseguir ese documento.

Saludo cordial:

Jaime

Dos horas después, me respondió:

hola Jaime: lo que detonó los comentarios es una columna en Verdades y Rumores de El Siglo. Te la anexo, del 22 de febrero:

http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/965401.verdades-y-rumores-.html

El tema en cuestión se menciona en el último párrafo. Te lo copio:
Uno de los males de la política mexicana es el querer siempre destruir todos los proyectos que realizaron las administraciones anteriores, el clásico borrón y cuenta nueva. Pues bien, esta parece ser la premisa de la directora del Instituto Municipal de Cultural y Educación de Torreón, Renata Chapa, quien se presentó ante la Comisión de Cultura del Cabildo para decirles que la Escuela de Danza Contemporánea como está no tiene razón de ser, por lo que el proyecto que costó más de siete millones de pesos y fue inaugurado al final de la administración de Eduardo Olmos, con el aval del INBA, debe ser desechado para en ese espacio abrir una Escuela de Cumbia, baile tan arraigado entre los laguneros, dicen. Con esta “grilla”, Renata abre un nuevo frente y parece que va a amalgamar a todos en contra. Quizá a doña Renata le convenga regresar a un curso de aritmética básica, donde le enseñen que sumar y multiplicar también existen, no sólo restas y divisiones y es que al parecer a la zarina de la Cultura no se le da mucho eso de la aritmética. Ahí están los grupos de música norteña y los tríos que ya están denunciando exclusión de la Plaza del Mariachi, amén de que Torreón no es Jalisco para tener tan arraigada la cultura de dicha música vernácula. Por cierto ¿dónde están los cardencheros? Además, antiguos colaboradores de lo que antes era la Dirección de Cultura están denunciando malos tratos y exclusión porque doña Renata importó a muchos de sus colaboradores de Gómez Palacio y a su mano derecha de Chihuahua. Así que tanto los trabajadores de confianza como los del sindicato ya están velando armas para llevarle sus quejas al alcalde Miguel Riquelme porque la directora no tiene con ellos ni siquiera la atención de darles los “buenos días”.
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Como sabes Jaime, he pertenecido a Mezquite, he trabajado con Jaime y he visto nacer el proyecto de la escuela desde sus inicios. Esto me sorprendió, no fui la primera que lo comentó en facebook, pero mis comentarios si detonaron muchos mensajes. No sé que pienses, no he visto a Renata ni nada, sé que ella se mantiene muy apartada de la mayoría de los medios. Pero en fin, si es mentira, ojalá se dé una respuesta.
Te saludo con afecto:
Adriana

Y concluí:

Estimada Adriana:

No es el comentario del periódico lo que necesito (ya lo había visto), sino algún documento que testimonie contundente, incontrovertiblemente que el IMCE desea hacer lo que varios criticaron en Facebook con severidad, burlas y preocupaciones sólo basadas, según he podido comprobar, en un rumor. 
Lamento que no tengas a la mano alguna evidencia generada por el IMCE. Seguiré buscando. Confío en que no pasará nada a la Escuela de Danza, que todo seguirá marchando como allí lo tienen planeado desde hace muchos meses, lo que sin duda mitigará tu intranquilidad y afianzará tu confianza en “sumar”.

Mi saludo también afectuoso:

Jaime Muñoz Vargas

Aquí termina el cumbión
Luego de este recorrido infructuoso creí tener a la mano una tímida certeza: en Facebook suelen no importar las evidencias, los documentos tangibles, las pruebas, sólo la sentencia fulminante y presuntamente infalible de quien quiera sumarse a las granizadas en nombre de La Indefensa Sociedad. Tuve la sospecha sobre este facilismo aniñado desde la primera respuesta de Tafoya, un verdadero ejemplo de ligereza a la hora de escurrirse. A él le preocupa la Alta Cultura, la Elevación Espiritual ¡del Pueblo Unido que Jamás Será Vencido!, el Acceso de las Masas al Olimpo, pero no le interesa confirmar un modesto dato burocrático. Como Ciudadano Libre y Crítico, cree que es suficiente apoyar sus afirmaciones en lo que desparraman “las lenguas feisbuqueras” y “el rumor”, armas suficientes para Construir Ciudadanía y defender a La Sociedad En Su Conjunto. Su arrojo es tan grande que ni siquiera se preocupa cuando tira manotazos en el chapoteadero de la contradicción: en el último párrafo de su “mensaje sarcástico” incluye sin empacho una carcajada contra varias empresas, instituciones civiles y el periódico que de todos modos le sirvió para apuntalar sus dichos. Asombroso.
La respuesta de mi amigo Prometeo Murillo es la más optimista —y eso que tampoco tuvo nada a la mano pese a la posición de privilegio que le atribuí— sobre la posibilidad de hallar el documento que yo necesitaba. Tengo la esperanza de que lo encuentre. No deja de parecer extraño, por otro lado, el método que emplea para no perderse las polémicas interesantes de Facebook. Es como si yo viera que aplastan a su jefa (mi amiga Ana Sofía) y, con el fin de conservar a la mano el vapuleo, diera un click inocente al “Me gusta”. Raro, muy raro caso de accesibilidad a los debates y apoyo involuntario a causas difusas.
Mi también querido amigo Alonso Licerio tuvo una regresión, un rapto de infantilismo digno de estrellita en la frente. Apurado por descomprometerse, extendió la mano y apuntó con el dedo a dos personas, tal y como lo hacen ciertos niños antes de que los inculpen: casi dijo, señalando con el índice: “¡Fue Adriana!”, “¡Fue Jacobo!”. Pero eso, tirar la papa caliente que en realidad era sólo una pregunta, es lo de menos. Lo de más es su afán humorístico-colaboracionista que al final terminó en arrugamiento al estilo Poncio Pilatos: “Jacobo me informo primero”.
Por último busqué a Adriana Vargas, y a ella recurrí gracias sobre todo al expedito dedo índice del maestro Licerio. Hallé lo mismo, aunque con otras delicadas palabras: no tenía nada, sólo su amor al proyecto de la Escuela de Danza hipotéticamente amenazado por el terrible fantasma de la cumbia.
Y fin. El güiro deja por ahora de sonar.

Última nota
El domingo 2 de marzo, mientras Cuarón se agenciaba el Óscar, mandé este mail a mis interlocutores en la búsqueda:

Hola a todos:

He escrito y publicaré en mi blog un texto donde reflexiono sobre el caso de la Escuela de Danza que en teoría se iba a convertir en Escuela de Cumbia. Quise conseguir algo cierto sobre eso, cualquier documento que lo afirmara categóricamente, y no hallé nada, sólo comentarios de Facebook que ninguno de ustedes pudo sustentar en un solo documento expedido por la institución atacada. Eso modificó mi opinión y ahora modifica entonces mi objetivo: pensaba asomarme, para contradecirlo, al caso de la Escuela de Danza en hipotética vía de desmantelamiento, y lo que encontré, en suma, fue un notable caso de linchamiento facilista, sin pruebas.
Sé que les interesa mucho la cultura, sumar fuerzas y debatir públicamente, así que les planteo mi texto como una oportunidad para opinar sobre ciertas formas de la comunicación que nos ayuden a pensar sobre lo que decimos y cómo lo decimos. Creo que este ejercicio, aunque en ciertos momentos pueda tener un tono duro, nos ayudará a todos para que en lo venidero apoyemos mejor nuestras afirmaciones.
Esperaré hasta mañana lunes a las diez de la noche por si alguno de ustedes quiere añadir otro comentario al tema. Si no hay algo que se refiera estrictamente al asunto de la permuta Escuela de Danza / Escuela de Cumbia, pasaré a mi blog el texto como ya lo tengo y luego pasaré a su difusión en la redes sociales a mi alcance.

Los saludo:

Jaime Muñoz Vargas

Sólo me respondió Prometeo, pero no ofrecía algo nuevo sobre el tema.


Quedo abierto a cualquier opinión sobre este asunto en rutanortelaguna@yahoo.com.mx, mail que es, junto con el blog Ruta Norte Laguna, el único medio que tengo a la mano para hacer planteos amplios y no precipitados. Por motivos de trabajo, sólo puedo contestar luego de las diez de la noche o los fines de semana.
Asimismo, pienso ofrecer dentro de poco dos posts extensos sobre dos temas que juzgo inaplazables: una vislumbre sobre el quehacer cultural local y una correspondencia insólita y muy reciente, de diciembre a la fecha, mantenida con un personaje de nuestra vida cultural, acaso una de las mayores lacras que ha pisado los ámbitos del Nazas.