sábado, marzo 29, 2014

Mirar con ojos de suegra

















El libro me hizo recordar cuatro casos recientes de carrilla antimexicana. La primera fue la desatada por el cantante Tiziano Ferro, quien se refirió a nuestras mujeres como “bigotonas”; por supuesto, le sobraron chulas mentadas de madre y un montón de fans abandonó el barco de su admiración a ese sujeto. Por las mismas fechas, un programa de radio de la BBC hizo burla de los mexicanos, lo que generó un comunicado de la embajada azteca en Londres. Por otro lado, la franquicia Burger King lanzó en España una hamburguesa llamada Texican Whopper en la que aparecían un texano y un luchador con la bandera de México, lo que motivó una queja de la nuestra diplomacia. Por último, y muy recientemente, un tiroteo tuitero en el que los argentinos, con un tag racista, nos ponía como lo peor del universo y puntos circunvecinos.
Esos vituperios internacionales no son infrecuentes. Resultan, más bien, tan comunes que incluso pasan del estereotipo a la malditez, como sucede en el caso de los chistes mexicanos contra los gallegos, gracejadas que por supuesto se basan en la nada. Tan en la nada, o a lo mucho en algún tonto prejuicio, como lo hizo George F. Ruxton, viajero inglés que en el siglo XIX atravesó México desde el puerto de Veracruz hasta Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez), y en 1847 publicó el libro Aventuras en México (El Caballito, México, 1974), obra en la que nuestra ilustre raza queda, valga el lugar común, como lazo de cochino.
Ruxton comienza su relato desde que parte de Southampton, atraviesa el Atlántico, llega a las Antillas y de Cuba enrumba a Veracruz. Desde el principio se nota que, para él, fuera de Londres todo es Cuautitlán. Antes de llegar a México tiene unas cuantas palabras de elogio a las realidades que observa, por ejemplo cuando se le van los ojos ante la calidad de la melcocha femenina de La Habana; fuera de eso, todo o casi todo le parece pinchurriento.
Ya en nuestro país, al despectivo inglés no le faltan frases ingratas sobre “los perezosos mexicanos”. Obviamente tiene pinceladas de elogio al paisaje, a veces a ciertos climas, a algunas edificaciones. Tiene también opiniones interesantes sobre la política interna, como cuando afirma esto que quizá sigue vigente: “en este país los gobernantes derrotados son tratados bien, ya que pueden resurgir y administrar un trato similar a sus adversarios”.
En efecto, los ambientes cautivan sus sentidos, más cuando ve el Valle de México. Le gana, sin embargo, la mirada puntillosa y hiperbolizante de los defectos: “México es un cuartel de la suciedad. Las calles están sucias, las casas son sucias, los hombres son sucios y las mujeres aún más sucias, y todo lo que uno coma o beba está sucio”.
Ruxton se siente hecho a mano nada más por ser europeo, así que en todo momento ve a los mexicanos como dios mira a las liendres, según el juego de palabras de Gilberto Prado: “Para un inglés montado no hay nada más ridículo que un mexicano montado sobre su caballo”.
El viajero pasó parte de sus Aventuras en México por el rumbo de La Laguna, como “Perdizenia” (Pedriceña) y Mapimí, e incluso menciona de pasada nuestro río Nazas. Todo el recorrido fue difícil, ingrato para sus ojos de hombre refinado. Durango es para él “la Ultima Tule de la zona civilizada de México”, así que no le faltan oportunidades para atizarnos comentarios que hoy parecen cruzados a la mandíbula.
Campea en todo el libro la actitud de superioridad, como si la circunstancia de estas tierras fuera la misma que la vivida por su milenaria Europa. A mediados del siglo XIX, lo sabemos, la recién nacida República hacía esfuerzos descomunales para organizarse y alcanzar estadios de progreso que muy lentamente se han ido dando. No como quisiéramos, pero tampoco para pensar que “los perezosos mexicanos” no habíamos logrado algo en esos entonces y no logramos algo décadas luego. Basta citar nuestra pintura, nuestra arquitectura, nuestra música para saber que, patrioterismo aparte, no somos lo que algunos dicen que somos. Ni éramos.