miércoles, marzo 05, 2014

Saccomanno 77: para entendernos un poco















He acomodado en diez años la lectura de una asombrosa trilogía armada por Guillermo Saccomanno (Buenos Aires, 1948). Por suerte pude proceder en orden: La lengua del malón (2003), El amor argentino (2004) y 77 (Planeta, 2008, 273 pp.). La más reciente es la que conservo, por lógica, más fresca, pues la acabo de despachar hace apenas tres semanas. Su extraño título alude al año más cruento de la dictadura argentina, esa dictadura eufemísticamente llamada Proceso de Reorganización Nacional que en esencia fue, lo sabemos todos, un régimen que sólo reorganizó una carnicería. En efecto, hacia 1977 toda la Argentina vivía el azote de los milicos que sin pudor alguno secuestraban y desaparecían/mataban a todo aquel sospechoso de subversivo, lo que no es de poco temer cuando de facto ha sido borrado cualquier vestigio de Estado de derecho.
La novela, es decir 77, pone en escena, como en las otras piezas de la trilogía, al profesor Gómez, hombrecillo solitario, gris homosexual que da clases en una secundaria, apasionado de las letras inglesas, “cabecita negra” y difuso simpatizante del peronismo. Junto con él asistimos a la reiterada visión (justamente obsesiva en la conciencia argentina) del bombardeo a la Plaza de Mayo del 55 y toda la ristra de conflictos que derivaron en un desastre: la llegada de los Videlas y los Masseras y los Agostis y los Bussis y los Menéndez al poder que luego usarían como instrumento de aniquilación.
Me detengo brevemente en la expresión de uso colectivo “cabecita negra”. Cargada de un fuerte componente racista y por lo mismo clasista, es la etiqueta usada por el argentino blanco contra los hombres que, llegados del interior a la capital para mejorar su condición del vida en el trabajo industrial, luego serían identificados por los blancos antiperonistas simplemente como “cabecitas”.
El profesor Gómez es pues un cabecita, y además carga el agravante de una homosexualidad no confesa, de clóset, y la culpa de estar a medio camino entre la simpatía con los rebeldes y el pavor. Junto a él, frente a sus ojos, pasa el espectáculo de la persecución contra todo lo que huela a montonero, el movimiento radical peronista que después fue despiadadamente perseguido por la dictadura de igual forma que lo fue, entre otros, al mismo tiempo, la guerrilla marxista del PRT encabezada por Mario Roberto Santucho.
Sé que en México el nombre de Guillermo Saccomanno suena a nada pese a que, como me lo comentó, alguna vez estuvo en Saltillo, y sé asimismo que la dinámica montonera y el acoso militar nos suenan a historia lejanísima, pero tras hincar el ojo a 77 siento que muchas de sus páginas sólo requieren algunos cambios —básicamente de nombres propios— para adaptarse de manera congruente a la realidad que vivimos hace poco en sitios como La Laguna. Igual que aquí, el miedo en la novela está instalado, atornillado a la vida cotidiana: “Un atardecer, cuando volvía del colegio sentí que me seguían. No era una simple sensación. Era físico ese miedo. En todo el cuerpo lo sentía. Me paraba frente a una vidriera y miraba hacia atrás como al descuido. Dos tipos que venían detrás de mí parecieron canas [policías]. Crucé la calle. Los tipos siguieron de largo. Respiré. Pero la paranoia volvió a la carga. La realidad entera era cana”.
Y así todo el tiempo, como ocurrió aquí, insisto, donde por algunos años, calculo que del 2007 al 2012, el infausto calderonato, nada que se moviera afuera de nuestras casas era de fiar.
En muchos pasajes de 77 no vi pues una novela argentina: vi una novela nuestra, asombrosa, mexicana y reciente.