sábado, junio 19, 2021

López Velarde vs Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña

 







Saúl Rosales me ha permitido compartir este comentario suyo sobre el recordado poeta de Jerez, Zacatecas:

López Velarde vs. Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña

Saúl Rosales

El dilema de publicar o no publicar su poesía, agravado por las consecuencias de lo ya dado a la luz, consecuencias no siempre amargas, dicta a Ramón López Velarde el poema “Mi corazón se amerita” (Zozobra, 1919). Forma el título con algunas palabras del primer verso que completo dice: “Mi corazón leal, se amerita en la sombra”.

Al suponer enigmático ese verso y al pretender esclarecerlo, uno podría aventurar que mediante su articulación López Velarde mira cómo sus sentimientos, que acostumbramos ubicar en el corazón, se relamen cierto dolor en el oscuro íntimo decoro. El corazón se gratifica a sí mismo recluido en donde no luce, ni menos resplandece. ¿Y por qué merecería ser lucido su corazón? Porque, se sabe al continuar la lectura del poema, el corazón es la poesía, la exquisita partitura lopezvelardeana que canta en sus diástoles y sístoles.

Una vez convenido que el corazón es la poesía se ilumina la primera estrofa que parecía un enigma encantador, hipnotizador, por sus palabras conocidas y sin embargo necesitadas de exégesis a causa de los insólitos lugares que ocupan en la estructura de cada verso; eso, más la ondulante cadencia del conjunto y el dulce repique de una rima alterna. Transcribo dicha primera estrofa después de insistir en que, en este poema, para López Velarde el corazón es la poesía, pero en su caso, la poesía contenida, retenida, cancelada en la penumbra íntima:

 

Mi corazón leal, se amerita en la sombra.

Yo lo sacara al día, como lengua de fuego

que se saca de un ínfimo purgatorio a la luz;

y al oírlo batir su cárcel, yo me anego

y me hundo en la ternura remordida de un padre

que siente, entre sus brazos, latir un hijo ciego.

 

Como se ve en los versos segundo y tercero, Ramón López Velarde considera, con un implícito condicional “Yo lo sacara”, considera, digo, que podría exhibir su poesía, sacarla de la sombra a la luz, si, y sólo si… Y su poesía quemaría ciertas sensibilidades con el fuego que arde dentro de él, en su purgatorio ínfimo e íntimo. La poesía que yace en la sombra de lo inédito, su poesía, lo perturba.

Ahora, ¿a qué se debe el desasosiego de que su poesía palpite y se amerite en la sombra? Se debe a que López Velarde esgrimió su pluma contra el portentoso Alfonso Reyes y sufrió el silencio crítico de Pedro Henríquez Ureña, quien es considerado por José Luis Martínez como el fundador de la cultura mexicana contemporánea. La pugna estaba cantada.

Así, el poeta de Jerez Zacatecas, en su poema “Mi corazón se amerita”, a causa de la contención de su poesía en la sombra de lo inédito, dice en la segunda estrofa que todo lo agravia, pero a la vez lo estimula para seguir su carrera. Por ello, en la tercera estrofa, después de definir su poesía, dice, sólo en tiempo potencial, cómo la exhibiría y la llevaría a conocer la vida en la luz viviente desde el alba hasta el ocaso. Si se me perdona la digresión, a este periodo crepuscular del día lo nombra en un verso que parece calcado de Agustín Lara en tanto éste canta “un listón azul de amanecer”, y nuestro poeta jerezano dice “el cíngulo morado de los atardeceres”. De ese modo el cíngulo de López Velarde pasa a ser listón; el morado se convierte en azul y los atardeceres en amanecer. Todo paralelismo entre los dos versos es sólo señal de que Agustín Lara leía buenos poemas.

Tras esa digresión vuelvo a la rivalidad literaria entre Alfonso Reyes  y López Velarde y al silencio de Henríquez Ureña porque en la última estrofa de “Mi corazón se amerita”, el poeta de la “Suave Patria”, decidido, amenaza con liberar su corazón (su poesía) de la sombra y lanzarlo a la hoguera pública para, a su vez, liberarse de la pasión contenida. Resuelto, el poeta que contemplaba su íntima pasión, transformado y altivo, heroico, irreverente y belicoso, se enfrentará a la disputa y al silencio, a la incomprensión y el ninguneo:

 

asistiré con una sonrisa depravada

a las ineptitudes de la inepta cultura.

 

Los últimos versos de la cuarta estrofa y del poema, pareados, cantan el triunfo ardiente, luminoso y armónico de su poesía:

 

y habrá en mi corazón la llama que le preste

el incendio sinfónico de la esfera celeste.

 

A los cien años de la muerte de Ramón López Velarde, ocurrida el 19 de junio de 1921, su corazón (su poesía) se amerita en la más viva, extensa y extensiva luz del reconocimiento de quienes lo frecuentamos.