Buena parte del periodismo mexicano está celebrando como si fuera suyo, acaso porque en verdad lo es, el primer aniversario del “triunfo” calderonista y la “derrota” del populismo personificado por el apestado Peje. En su jubilosa visión retrospectiva todo fue acierto, prudencia, repunte, categoría, estatura, lucidez de Calderón y, en contraste, el Peje fue, es, será, barbarie, desmesura, falta de escrúpulos, patraña, mesianismo, error, declive, ridiculez. El escepticismo, la duda metódica que mostraron y muestran por regla cuando hablan del Peje no cabe en el análisis a Calderón: como candidato, como residente de Los Pinos, el michoacano es la infalibilidad hecha político, el hombre que nos vino a salvar de la izquierda vandálica que el 2 de julio de 2006 pretendió hacerse del poder para hundir a México.
Ciro Gómez Leyva, radical antilopezobradorista, ha dicho esta semana que el Peje tiró al tambo de las inmundicias el año que corrió de julio a julio. Me parece que es un exceso, que en su afán por desdeñar todo lo que provenga de AMLO no hay ni una migaja de reconocimiento a este enemigo. El mismo Ciro, recuerdo, escribió hace algunas semanas un texto que quise comentar en su momento, pero que mañosamente dejé para hoy; se refería a las recientes elecciones francesas en las que llegaron a la final Nicolás Sarkozy y Segolene Royal. Comentó el columnista que poco después de que se dio a conocer el triunfo de la derecha francesa, de inmediato y civilizadamente la izquierdista Royal llamó a Sarkozy para felicitarlo. En unas horas, pues, las cúpulas que competían estaban por completo de acuerdo con el resultado de la elección. ¿Si así fuera en todos lados?, se preguntó Ciro. Lo único que se me ocurrió ante esa opinión fue pensar que en México fuimos más civilizados que los franceses, pues luego de las elecciones del 2 de julio, aunque la izquierda no reconoció el triunfo del considerado espurio, jamás hubo disturbios como los que se desataron en Francia tras el triunfo del “manodura” Sarkozy. Con una movilización ejemplar, masiva y pacífica, nuestros inconformes bloquearon avenidas, tomaron el zócalo, sí, pero en ningún momento rompieron un aparador o incendiaron un coche, que era lo que más deseaba Fox para certificar la naturaleza violenta de los quejumbrosos y justificar así la imposición de su sucesor.
En el colmo del cinismo, sin morderse la viperina lengua que dios le dio, Manuel Espino ha declarado ahora que “la provocación, la agresión verbal y a ratos hasta física, en ciertos lugares del país, corrió a cargo del competidor más cercano [AMLO] y sus colaboradores. Pero eso ya es historia. Lo importante es que hoy los mexicanos se sienten, en su gran mayoría, satisfechos de lo que hace el gobierno del presidente Calderón”. Dueño de una memoria de floppy, el yunquista (¿por qué los yunquistas nunca aceptan que lo son?) y depravado Espino atribuye a sus oponentes lo que el PAN perpetró frente a todo el país. Llámesele como se le llame, la “guerra sucia” (¿quién hizo los espots en los que AMLO era un peligro para México?) sólo tuvo un origen, pero en el año celebratorio ni siquiera son capaces de reconocer tantitito la campaña escatológica que diseñaron.
No sólo no creo en lo que dice el embustero Espino, sino que a mi juicio la izquierda o lo que queda de ella hizo más de lo que agrupación política alguna haya hecho en el México reciente. Fue brutalmente atacada por el Estado, tuvo en contra al faccioso poder empresarial, recibió una severa paliza de los medios y después su total indiferencia, le birlaron el triunfo electoral y pese a todo eso se manifestó siempre pacífica, y organiza hoy a tirones, en medio del cansancio político de sus simpatizantes, un movimiento que avanza con dificultades y errores, es cierto, pero que no está muerto. A un año del 2 de julio, el fraude sigue vivito y robando. Nomás por eso algunos nunca le diremos presidente a Calderón. Ahí se resume todo.