Regresé hace poco de Saltillo a Torreón, una vez más. Pocos días luego, salí de Gómez Palacio a Durango, donde participo en el sexto Encuentro de Escritores convocado en esta capital. En ambos casos, salir y entrar de/a la comarca lagunera es testimoniar que mucho hablamos de nuestro supuesto progreso industrial, comercial, deportivo y hasta cultural, pero no dejamos de ser, sin metáfora, unos marranos, pues la basura comienza a manifestarse, precisamente, en las entradas y salidas de nuestra zona conurbada, eso hasta convertirse en una realidad ubicua en casi todas las arterias de las ciudades laguneras.
Gran parte de la culpa por la mugrienta condición que tiene nuestro entorno podemos atribuirlo a las autoridades y a sus sistemas, campañas, métodos de limpieza pública, pero a fuerza de ser objetivos no se ha inculcado en la comunidad una cultura de respeto al medio ambiente. La basura es asunto de otros, nunca nuestro, esa es la divisa que parece regir el comportamiento de la comunidad. Se ignora que, como en cualquier país aseado, todos tenemos responsabilidad en este problema, y sólo la participación plural puede transformar los chiqueros en espacios libres de contaminación.
De veras, el asunto es casi desastroso: entrar a Torreón desde la carretera de Matamoros nos enfrenta al más apabullante desorden. Tiraderos de escombro, basurales, fealdad absoluta, todo eso es lo que nos recibe mientras entramos a Torreón. ¿Y las autoridades? ¿No sancionan acaso a quienes arrojan escombros y otra basura miscelánea? ¿Nunca habrá un plan oficial por remozar y dar algo de encanto a esa entrada de la ciudad?
Hace unos días el ambientalista Iván Restrepo publicó en La Jornada un artículo que mueve a depresión. Trata sobre la polución de nuestras playas; señala que “En febrero de 2002, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) informó que por lo menos 16 zonas costeras del país registraban tan elevada contaminación que eran peligrosas para la salud pública. Destacaban playas preferidas por el turismo nacional y extranjero (…) La Profepa confirmó así los datos que diversos centros de investigación ofrecían desde hace muchos años sobre esa situación y mencionó las enfermedades que podían afectar a la población: desde las gastrointestinales hasta infecciones en oídos, ojos, el sistema respiratorio y la piel. El señor Fox prometió resolver el problema, no en cinco minutos, pero sí en su sexenio”. Nosotros no tenemos playas, pero sucede casi lo mismo en la indefensa estepa: prácticamente no hay rincón de la comarca que no acuse un alto grado de contaminación. Lo peor es que, parece, no hacemos nada para combatirla.