En su programa nocturno de TV Azteca, Federico Reyes Heroles dedicó un bloque de comentarios al tema de la reforma fiscal. Entre otras ideas, expresó que seguimos fatalmente atorados en una misma percepción generalizada: la gente, el contribuyente de a pie, cumple a medias, o no cumple, con sus obligaciones fiscales simplemente porque está muy arraigada en él la creencia de que los impuestos son usados de manera irresponsable por quienes deben administrarlos. Luego ayer, en La Opinión, “la de ocho” anunció el contenido de las páginas 6 y 7, tres notas y un cuadro con highlights escritos por el reportero Juan Antonio Martínez. Lo que se puede leer allí, así de simple, sintetiza de golpe la razón que mueve a evadir impuestos sin culpa visible.
¿Por qué sentir remordimiento, podemos preguntar, por el delito de evasión fiscal si a diario vemos noticias que nos muestran el uso inmisericorde que se le da al dinero público en las cúpulas del poder? Esto, como digo, no lo advertimos de vez en cuando, esporádicamente, sino todos los días, como si fuera, porque acaso lo es, una enfermedad de esas que no dejan vivir bien pero que tampoco matan. El despilfarro es ya, de tanto verlo en los llamados tres niveles de gobierno, un lugar común, el punto de inflexión que ayuda a mitigar, a abolir incluso, cualquier culpa por incumplimiento de deberes tributarios.
El caso de los legisladores es paradigmático, pero no el único. Independientemente de que no hagan nada o muy poco, y además de que son muchos y ganan un dineral, en las Cámaras tienen a merced un ejército de ujieres que abulta a grados inverosímiles el precio que el país paga por mantener sanas sus leyes. Es un escándalo, sin embargo, que ya no escandaliza. Es “el costumbre”, como dicen nuestros indígenas del sur. Saquear los recursos de la nación, apedrear a la pobreza con erogaciones sin orden ni cordura es tan ordinario que apenas provoca mínima alarma en el ciudadano, quien para contrarrestar la sangría real o simbólica sólo tiene como defensa, o desquite, su graciosa huida como contribuyente que no quiere saber nada de la hacienda pública.
Pero digo que el caso de los legisladores es sólo uno entre los innumerables que se pueden advertir en el periodismo y en la realidad. ¿Para qué apoquinarle al fisco si vamos a transitar por carreteras que de todos modos cobran cuota, o vamos a cruzar nuevos distribuidores viales en peligro de derrumbe, o vamos a ingresar a hospitales que no curan, o vamos a inscribir a nuestros hijos en escuelas que no instruyen? En fin, no aliento la evasión, pero soy uno de los miles de mexicanos que no ve austeridad por ningún lado.