Sólo es necesario que la confirmen, pero la noticia se presta para escribir un texto a la manera de Jairo, una de esas columnas que con inevitable ironía celebran las desgracias que le ocurren al país por culpa de unos pocos. Pero no, Jairo de seguro lo dirá a su modo y a mí me parece que la mala nueva sólo viene a confirmar lo de siempre: el pastel es grande, pero las rebanadas están muy mal repartidas.
Según, pues, la agencia Reuters, el empresario mexicano, de quien se ha dicho, no sin alguna base histórica, que sólo es el prestanombres de su tocayo Salinas (la coincidencia de iniciales, CS, es una casualidad), acaba de arrebatarle a Bill Gates la estafeta que lo acredita como el hombre más rico del mundo. Esto, remarco, sería digno de celebración si no fuera porque la fortuna del mexicano tiene su base no en Estados Unidos, país con importantes clubes de millonarios, con un reparto de la riqueza más equitativo, sino en México, nación que en los últimos sexenios, y en el que corre, ha confirmado, y ahondado, una terca estadística: el 60 por ciento de la población apenas sobrevive y carece de los servicios básicos, entre ellos el de telefonía.
Pese a eso, y gracias sobre todo a la monopolización del mercado (mil veces denunciada) y a los cobros excesivos y muchas veces poco claros, Slim puede presumir que no se codea con los más ricos, sino que los más ricos se codean con él, un mexicano que ha dejado infinitamente lejos la imagen del rancherito huevón y ensarapado junto a un cactus.
Estimada en casi 68 mil millones de dólares frente a los casi 60 de Gates, la hacienda de Slim reitera y echa chile a lo ofensivo que es la herida de los mexicanos pobres. Cierto que de varios años a la fecha se ha dedicado a la benefacción, pero como ha escrito Denise Dresser, las dádivas, por millonarias que sean, no dejan de verse mal frente a su “monopolio perfecto”, llamado así para parafrasear a Vargas Llosa en aquello de la “dictadura perfecta”.
La Dresser lo dejó claro hace meses: “Y como todo monopolista que quiere seguirlo siendo, Slim se ha posicionado bien. Se ha vendido bien. Hoy aparece como el billonario benevolente, como el tercer hombre más rico del mundo que sí —de veras— está preocupado por la gente”. Pero es, claro, altruismo escenográfico, pues ni un pelo le ha tocado la competencia y, lejos de eso, a lo largo de los años ha convalidado su posición monopólica en el país.
Y luego se enojan cuando, como lo hizo ver hace poco Renata Chapa en El Diario de Chihuahua, Telmex recibe señalamientos por lo alto y/o lo difuso de sus cobros. Todo es parte del mismo agravio: el de Slim a la pobreza del país.