Calderón mostró el lunes su risilla entre confiada y nerviosa cuando declaró que los dichos de Ye Gon son un “cuento chino”. Primero hizo un breve preámbulo y luego, con burdo manejo del suspenso, preparó el remate como si fuera a expresar algo muy original, inédito: “Es un cuento chino”. Así, con esa frase repetida cientos de veces en todos los medios durante dos semanas, despachó el asunto que golpea su imagen y la escasa credibilidad construida desde su llegada a la presidencia.
Muy cuento chino muy cuento chino, pero alrededor del mar de dólares encontrados en el domicilio de Ye Gon no hay nada claro todavía. Lejos de eso, el affaire del chino se reboruja cada día más y parece que ya se está instalando entre los grandes misterios que quedarán sin resolver en la política nuestra. Entonces, si el PRI y el PRD han exigido que se investigue a fondo, no sé de qué se quejan quienes juzgan como disparatada tal postura. Bien o mal, la oposición sólo representa su papel: exigir que prenda la investigación en torno a los muchos dólares presuntamente relacionados con la campaña electoral panista de 2006.
Por esa razón, no es para tomar a broma el caso, y menos por quien dice portar la investidura presidencial. En vez de eso, debería dar una explicación de estadista sobre los acontecimientos que rodean al supuesto cuento chino, cuento que dejará de ser “supuesto” hasta que se demuestre lo contrario. Uno de esos detallitos tiene que ver con el paradero real del dinero. Hasta el momento, si no entiendo mal, no se conocen exactamente ni el monto total ni el destino actual del dinero, y eso es razón suficiente para no creer en la pureza de las investigaciones. Si no se sabe dónde está un bien incautado por los representantes de la seguridad nacional, ¿qué confianza se puede tener en los dichos al aire de un hombre que, con todo y su rol de presidente, sin demostrar nada todavía, señala a priori que es un cuento chino?
El tema rebasa pues con holgura a la descalificación, pues la suspicacia ha llegado a convertir unos bombazos de la guerrilla eperreísta en una también supuesta cortina de humo. Sea lo que fuere (que para saberlo se les paga a los servicios de inteligencia nacionales), está demasiado laxa la situación como para pensar que en verdad fue un grupo político armado el que atacó las instalaciones de Pemex. En otros países, recordamos los casos de Colombia o de España, hay una movilización militar notoria ante atentados de menor impacto que los del EPR, pero aquí ya casi se desvanecieron a una semana de haber sido perpetrados. En suma: todo es confusión, opacidad. No viene al caso, por ello, decir que es cuento chino.