Supe de Jorge Valdés Díaz-Vélez hace al menos 25 años. La primera noticia que tuve sobre él la recibí gracias a dos páginas que Saúl Rosales Carrillo le dedicó en el suplemento cultural de La Opinión, ejemplar que todavía conservo. Aparecieron en aquel periódico varios poemas cortos, una breve ficha biográfica del autor y una foto en la que aparecía jovencito, delgado, con el bello fondo marítimo, creo, de La Habana, lugar donde por entonces ya se desempeñaba como funcionario de nuestro servicio exterior. Los años pasaron y por tenues referencias me fui enterando, en desorden, que Valdés Díaz-Vélez andaba en Costa Rica, en Cuba, en Argentina, en Estados Unidos, en España. Con harta infrecuencia, siempre de casualidad, sabía que había visitado La Laguna para convivir con su familia.
Nacido en Torreón hacia 1955, Jorge Valdés acumula ya, además de una amplia trayectoria como diplomático de carrera, una larga lista de méritos como poeta. Autor, entre otros, de los libros Voz temporal, Aguas territoriales, Cuerpo cierto, La puerta giratoria, Jardines sumergidos, Cámara negra Nostrum y Tiempo fuera (1988-2005), ha ganado también importantes premios como el Nacional de Poesía Aguascalientes (1998), considerado por todos como el más relevante del género en nuestro país, y, muy recientemente, en este 2007, el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana que se agenció con su libro Los alebrijes (Madrid, Hiperión, 2007).
Esta biografía resumida, apretadísima aquí, bastaría para que cualquier habitante de nuestros polvos sintiera el orgullo que sin chovinismo trato de alentar con estas palabras. No pido que nuestras autoridades algún día muevan un dedo para premiar a los verdaderos hijos distinguidos del terruño, primero porque un hombre como Valdés Díaz-Vélez no lo necesita y, segundo, porque nuestros políticos sólo se reconocen a sí mismos aunque sea nomás para cuidarse las espaldas. En fin.
Pero con o sin reconocimiento de La Laguna, Valdés Díaz-Vélez ha logrado granjearse el aplauso foráneo. Tras obtener el Miguel Hernández en España, y tras la inmediata publicación del libro ganador, una significativa cantidad de reseñas da también inmediato testimonio de su solvencia poética. Sobre Los alebrijes, el volumen premiado en Orihuela, el crítico español Raúl Rivero escribió (diario El Mundo, de Madrid): “Ese bar, ese libro con nombre de animal imaginario, es un homenaje a la imaginación y a la fantasía de un escritor que se adentra en una etapa de consagración después de muchos años de trabajos, sumisión y fervor a una obra poética que ha separado su nombre de la cuadrilla. De la bandada de ilusos que comienza unida un único camino, pero no abandona nunca la búsqueda de trillos individuales”. Más adelante, el mismo Rivero aumenta el volumen de su aplauso: “Jorge Valdés Díaz-Vélez encuentra el misterio en estos poemas. Lo ve enseguida porque no lo busca, no se propone hallar ni ocultar nada. El poeta cuenta la verdadera vida que debe ser la que uno sueña. De ninguna manera la real que todos tenemos que vivir. Él quita matorrales y despeja el humo para que veamos en Los alebrijes lo que queramos ver al margen de la escena que está escrita. Leemos poesía hecha por un hombre que sabe dibujar a mano cada palabra. Unos versos donde no sobra ni una sílaba, cadenciosos y perfectos pero con el recurso del sobresalto o del asombro”.
También celebrado en México con elogios de notables críticos como Marco Antonio Campos y Juan Domingo Argüelles, Los alebrijes es pues una culminación, la cima de un hacer poético indeclinable, riguroso y fiel a los resortes interiores que mueven la palabra de un torreonense que nos ha dado mucho y al que muy poco, o nada, le hemos devuelto en reciprocidad. Sean estas palabras una modesta pero muy sincera y coterránea vindicación.
Nacido en Torreón hacia 1955, Jorge Valdés acumula ya, además de una amplia trayectoria como diplomático de carrera, una larga lista de méritos como poeta. Autor, entre otros, de los libros Voz temporal, Aguas territoriales, Cuerpo cierto, La puerta giratoria, Jardines sumergidos, Cámara negra Nostrum y Tiempo fuera (1988-2005), ha ganado también importantes premios como el Nacional de Poesía Aguascalientes (1998), considerado por todos como el más relevante del género en nuestro país, y, muy recientemente, en este 2007, el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana que se agenció con su libro Los alebrijes (Madrid, Hiperión, 2007).
Esta biografía resumida, apretadísima aquí, bastaría para que cualquier habitante de nuestros polvos sintiera el orgullo que sin chovinismo trato de alentar con estas palabras. No pido que nuestras autoridades algún día muevan un dedo para premiar a los verdaderos hijos distinguidos del terruño, primero porque un hombre como Valdés Díaz-Vélez no lo necesita y, segundo, porque nuestros políticos sólo se reconocen a sí mismos aunque sea nomás para cuidarse las espaldas. En fin.
Pero con o sin reconocimiento de La Laguna, Valdés Díaz-Vélez ha logrado granjearse el aplauso foráneo. Tras obtener el Miguel Hernández en España, y tras la inmediata publicación del libro ganador, una significativa cantidad de reseñas da también inmediato testimonio de su solvencia poética. Sobre Los alebrijes, el volumen premiado en Orihuela, el crítico español Raúl Rivero escribió (diario El Mundo, de Madrid): “Ese bar, ese libro con nombre de animal imaginario, es un homenaje a la imaginación y a la fantasía de un escritor que se adentra en una etapa de consagración después de muchos años de trabajos, sumisión y fervor a una obra poética que ha separado su nombre de la cuadrilla. De la bandada de ilusos que comienza unida un único camino, pero no abandona nunca la búsqueda de trillos individuales”. Más adelante, el mismo Rivero aumenta el volumen de su aplauso: “Jorge Valdés Díaz-Vélez encuentra el misterio en estos poemas. Lo ve enseguida porque no lo busca, no se propone hallar ni ocultar nada. El poeta cuenta la verdadera vida que debe ser la que uno sueña. De ninguna manera la real que todos tenemos que vivir. Él quita matorrales y despeja el humo para que veamos en Los alebrijes lo que queramos ver al margen de la escena que está escrita. Leemos poesía hecha por un hombre que sabe dibujar a mano cada palabra. Unos versos donde no sobra ni una sílaba, cadenciosos y perfectos pero con el recurso del sobresalto o del asombro”.
También celebrado en México con elogios de notables críticos como Marco Antonio Campos y Juan Domingo Argüelles, Los alebrijes es pues una culminación, la cima de un hacer poético indeclinable, riguroso y fiel a los resortes interiores que mueven la palabra de un torreonense que nos ha dado mucho y al que muy poco, o nada, le hemos devuelto en reciprocidad. Sean estas palabras una modesta pero muy sincera y coterránea vindicación.