Nunca he sido afecto a los juegos de azar. A lo más que he llegado es a jugar lotería “de a peso” en mi infancia y a ingresar dos o tres veces, todas sin éxito, todas con aburrido humor, a dos de los nuevos casinos instalados en La Laguna. Tal vez por eso nunca he apetecido con ansia conocer Las Vegas, meca de las apuestas en este lado del mundo. Vista entonces desde lejos, la Ley de Juegos y Sorteos convalidada en su totalidad por la SCJN debería no importarme, pues cada quien sus ludopatías y cada quien sus negocios.
Pero el asunto es de enorme interés público, dado que les abre una enorme cancha a muchos grandes tracaleros del país que ya tienen los colmillos perfectamente listos para sacar toda la raja posible a tan jugosa ley. Creo que, en general, restringir ese tipo de negocios le viene bien, por varias razones, a un país atacado hasta los huesos por la corrupción. Aunque ninguna nación permisiva de juegos y sorteos se salva de abusos y malversaciones, tales actividades funcionan con un poco más de aseo en aquellos lugares en donde la vigilancia es extrema y la autoridad es, en general, severa ante la triquiñuela.
México, paraíso de la corrupción, permitirá a los grandes inversionistas de las apuestas cosechar no sólo la ganancia estándar que la casa siempre gana, sino todo lo que se pueda obtener con base en chanchullos y sobornos. El agravante, que lo habrá, a tales prácticas ya de por sí inmorales es la posibilidad nada abstracta de que copioso dinero ilícito salga de las sombras y sea lavado “legalmente” en los establecimientos del ramo.
Nuestro país, entonces, no está preparado para abrirse así a los juegos de azar. Tiene ya demasiados problemas de delincuencia y corrupción como para añadirle la posibilidad de que, amparado por la ley, el reino del hampa diversifique sus actividades y ponga en riesgo la salud económica y psicológica de más mexicanos. Tal vez, insisto, eso funcione de maravilla en Las Vegas y en Montecarlo, pero aquí no dejará de convertirse, a la larga o a la corta, en un problema de primer orden.
Cabe agregar que desde su mismo arranque hubo movimientos oscuros, lo cual sólo anticipa tiempos turbios. Recordemos la decisión de Creel de otorgar 200 permisos antes de ir por la precandidatura presidencial del PAN: “Esa decisión fue seriamente cuestionada (…) debido a que la empresa Apuestas Internacionales, filial de Televisa, había sido favorecida con 130 de esos permisos, lo cual generó sospechas sobre el apoyo que habría conseguido el blanquiazul de la televisora con miras a la elección presidencial de julio pasado” (La Jornada). Lo dicho: juegos y corrupción no hacen buen coctel.