lunes, septiembre 11, 2006

Ay, Gómez Palacio

Hace poco leí que era de elogiarse el avance hacia la modernización que alcanzó Gómez Palacio con la hechura de un paso de la muerte llamado Centenario. A reserva de reír en ocasión más propicia, esa obra se suma a todas las que, en un intento por dignificar y darle buen flujo al tránsito del libramiento gomezpalatino, han quedado en criminales remiendos a esa vialidad que parece diseñada por el mismísimo Satanás.
Independientemente de quién tenga responsabilidad en ese tramo (desde el puente del lecho seco hasta el puente de Soriana Hamburgo) es el municipio encabezado por Octaviano Rendón Arce el que hoy debe responder por darle mejor acabado a esa escoria de camino. La razón es simple: si es responsable la Federación, si lo es el estado, lo objetivamente cierto es que quienes más transitan esa zona son los ciudadanos de Gómez Palacio. Ellos, automovilistas y ciclistas que trabajan o viven en el rumbo, se juegan a diario el esqueleto por deambular o cruzar esa vía, de ahí que sea la autoridad del ayuntamiento la que deba velar no sólo por la estética (que sería mucho pedir) del libramiento, sino principalmente porque los márgenes de peligro se reduzcan al mínimo posible.
Por eso cabe la pregunta: ¿a quién se podrá responsabilizar de los accidentes provocados por el infame trazo y la peor señalética de esa arteria vital para el desarrollo de La Laguna? Puede ser que a la Federación, insisto, pero no deja de ser cierto que el gobierno municipal tiene en caso de percances graves una tremenda responsabilidad, ya que si no vela por la integridad física de sus gobernados inmediatos, ¿entonces qué se puede esperar de tal gobierno?
La cosa esa llamada Centenario, un amasijo de cemento echado al ahi se va sobre el libramiento, fue abierto a la circulación en condiciones más que deplorables. Su acabado, desde el punto de vista urbanístico, ya no lo discutimos, pues toda la obra civil construida en La Laguna es casi una porquería octavomundista, pero sí vale la tinta insistir en su funcionalidad. Cualquiera que ingrese a esa carretera y llegue a los pies de la loma sentirá que acaba de acceder a la dimensión desconocida, una dimensión horrible, polvosa y con un penoso aspecto de inacabamiento, además de ser sumamente peligrosa para cualquier conductor que no maneje tráiler ni tenga la pericia de Mario Andretti en un gran prix.
¿De qué enorgullecerse pues con esas obras? Más bien deberíamos avergonzarnos. Ya insistiremos sobre el rezago de Gómez Palacio y de La Laguna en pleno. La política nacional nos ha distraído demasiado (no es para menos), pero en nuestra casa hay espantosa tela para el corte y la confección.