El
martes pasado ofrecimos en Durango una tandita de narrativa torreonense; la despachamos Daniel Herrera, Daniel Lomas y el de la voz. Nos fue bien, creo, o por lo menos quedé muy agradado con el notable material cuentístico de los Danieles. Lomas
se aventó un cuento largo con sabrosa temática trailero-perversona, y Herrera
uno también largo donde afloró su exploración de la clase media estresada por
estupideces. Ambos fueron muy aplaudidos y al final felicitados por la
concurrencia.
Luego
de lo nuestro siguió la presentación del poemario Fiat lux, de la escritora Paula Abramo, especialista
en traducciones del portugués al español. Todo muy bien allí, tanto ella como
Stephane Alcántar, su presentadora.
Al final de ambas sesiones literarias con fuereños se armó lo que suele armarse al
terminar las sesiones literarias con fuereños: nos invitaron a cenar y allí
configuramos una mesa muy animada: Jesús Alvarado, Norma Huízar, Ismael Lares,
Alejandro Merlín, Atenea Cruz, de Durango; Paula Abramo, del DF; y Daniel Lomas, Daniel
Herrera, mi hija y yo, de Torreón.
No
es necesario decir que todos hablamos de no recuerdo qué, con Alejandro Merlín
y Daniel Herrera en cerrado duelo por apoderarse de la palabra. Merlín, no le
he dicho, es un joven, muy joven escritor duranguense; estudió letras francesas
en la UNAM y a sus escasos 24 años es traductor de franchute al español; además,
por si fuera poco, es un cuentista, a mi parecer, con un futuro espectacular.
Anécdotas,
chascarrillos, calambures y demás fueron y vinieron, como la maravillosa historia
del recadito con mentada de madre que contó Lomas. Me asombró, siempre me
asombra, el accidentado rumbo de esas conversaciones plurales y jocosas, cómo
forman vericuetos a propósito de cualquier palabra detonadora de nuevos temas.
Hablamos
de los premios literarios, del dinero que allí se gana a veces, y Merlín, muy
animado por la cerveza, nos narró su extraña relación con la plata: dijo que
siempre trabajaba no para ganarla, sino para pagar sus permanentes deudas. Fue
muy divertido, la verdad, escuchar sus andanzas como incansable gastador del
dinero que todavía no había ganado.
Mientras
Merlín hablaba, comenzaron a revolotear en mi interior los versos de la “Milonga
de Manuel Flores”, de Borges. Muy pronto supe por qué: el apellido “Merlín” me
llevaba derecho a la estrofa aquella, imborrable para mí, sencilla y
apabullante, donde Borges menciona al mago medieval.
Se
lo dije a Merlín, el de Durango, y de inmediato comenzamos el elogio a Para las seis cuerdas
(1965). Me asombró que el joven Merlín, un erudito precoz, tuviera tanta
información sobre ese libro que es no sólo uno de los que más me gustan de Borges,
sino uno de los que más me gustan a secas. Conté que aprecio tanto ese
libro que compré su primera edición, que me costó mil pesos y que me la trajo
un amigo desde Buenos Aires.
Allí
mismo, en el celular, busqué el poema en internet y pedí permiso para leerlo.
Vi que Lomas, buen poeta, aprobaba gustoso cada estrofa:
Manuel Flores va a
morir,
eso es moneda corriente;
morir es una costumbre
que sabe tener la gente.
Y sin embargo me duele
decirle adiós a la vida,
esa cosa tan de siempre,
tan dulce y tan conocida.
Miro en el alba mis manos,
miro en las manos las venas;
con extrañeza las miro
como si fueran ajenas.
Vendrán los cuatro balazos
y con los cuatro el olvido;
lo dijo el sabio Merlín:
morir es haber nacido.
¡Cuánto cosa en su camino
estos ojos habrán visto!
Quién sabe lo que verán
después que me juzgue Cristo.
Manuel Flores va a morir,
eso es moneda corriente:
morir es una costumbre
que sabe tener la gente.
eso es moneda corriente;
morir es una costumbre
que sabe tener la gente.
Y sin embargo me duele
decirle adiós a la vida,
esa cosa tan de siempre,
tan dulce y tan conocida.
Miro en el alba mis manos,
miro en las manos las venas;
con extrañeza las miro
como si fueran ajenas.
Vendrán los cuatro balazos
y con los cuatro el olvido;
lo dijo el sabio Merlín:
morir es haber nacido.
¡Cuánto cosa en su camino
estos ojos habrán visto!
Quién sabe lo que verán
después que me juzgue Cristo.
Manuel Flores va a morir,
eso es moneda corriente:
morir es una costumbre
que sabe tener la gente.
Luego
de leer, levanté la cara y sólo añadí: “‘morir es haber nacido’, así nomás”.
Creo que el gusto por el poema fue unánime, tanto como el que tuvimos por las
numerosas digresiones, por la cena y por la convivencia en sí, plena de
puntadas y, a veces, de literatura y otras querencias anexas, como suele ocurrir cuando terminan las sesiones literarias con fuereños.