miércoles, mayo 12, 2010

Dolina en vivo



Escribo porque me gusta y porque de/por algo hay que vivir. No lo digo por la literatura, actividad que es una necesidad personal y sólo deja esporádicas satisfacciones espirituales. El otro flanco de mi escribir, el periodismo, esta columna, me ha permitido entablar diálogos inimaginables con lectores que no espero, y eso es una satisfacción que a veces linda con el orgullo. Es un orgullo modesto, casi íntimo, pero orgullo al fin. También es esporádico y no menos intenso que el literario, como lo comprobé el martes 11 de mayo a las dos de la madrugada. Cuento.
Guiado por Fabián Vique, fui por primera vez al programa de radio que Alejandro Dolina hace en vivo para Radio Nacional, esto en la calle Maipú 555, de Buenos Aires. A Dolina lo escucho y lo leo desde 2004, cuando lo descubrí en mis errancias por la web. Le he dedicado, creo, dos o tres columnas, una de ellas para reseñar Bar del infierno, libro que compré en mi viaje de 2007 a la Argentina. No oculté, no oculto, y supongo que no ocultaré mi admiración por este estuche de monerías llamado Dolina. Su catapulta, y su producto más popular, es el programa de radio La venganza será terrible, y además hace teatro, canta y escribe demasiado bien. Es, por todo eso, un personaje de arrastre en la cultura argentina, y eso se vio claro en la Feria del Libro: su presentación abarrotó una de las más grandes salas de la Rural y acaso provocó el tumulto más grande en todas las jornadas feriales. Es posible hablar, por ello, del fenómeno Dolina, un fenómeno basado en su versatilidad, en su inteligencia y en la soltura de su humor.
La venganza será terrible es trasmitida de las doce de la medianoche a las dos de la madrugada de lunes a viernes. Dolina trabaja en vivo, frente a un público que ingresa gratis al auditorio de Radio Nacional. El programa está dividido en cuatro secciones, cada una de casi media hora. El Negro Dolina oficia en el centro y es flanqueado por dos coprotagonistas que rebotan sus ideas. El diálogo establecido entre los tres está siempre salpicado de ocurrencias, de ironías, de delirantes paradojas y certeros puyazos. Todo se basa en la facilidad del conductor para mantener el ritmo del programa, en su risueña y endemoniada lucidez.
El público con el que coincidí, mayoritariamente juvenil, más de cien personas, le celebraba todo, se divertía gratis. Una de las secciones, la última, consiste en leer los comentarios escritos en papel y dejados en una cajita ubicada al borde del escenario. Son muchos, así que hacen una criba. Yo dejé uno, donde escribí que era mexicano; tuve la suerte de que lo seleccionaran. Allí confesé que admiraba al ya mítico Negro Dolina, y los conductores me pidieron levantar la mano, para ubicarme entre las butacas del auditorio. Luego, en la sección de canciones donde Dolina improvisa los temas que le piden, dijo que para celebrar la presencia de un mexicano cantaría (mal, dijo) una ranchera; se aventó “La que se fue”, de José Alfredo. Luego cantó otras, tangos, milongas, una especie de guarachita.
Al final, como era previsible, el tumulto de jóvenes se arrimó al Negro, le pidió fotos. Un grueso contingente de estudiantes rosarinos se acomodó en grupo y sonrió a las camaritas Sony. Dolina se deja querer, aunque se le ve cansado. No es para menos: hacer durante tantos años un programa de 12 a 2 no ha de ser fácil, y si a eso le sumamos otras presentaciones, entrevistas, teatro, parece una locura, una locura que sólo pueden asumir con solvencia algunos adictos al trabajo.
Lo impresionante se dio allí. Cuando Dolina bajó del escenario, lo abordé para saludarlo, como cualquiera. Le dije que era el mexicano del público. Añadí que alguna vez su hijo me escribió para agradecer la reseña sobre Bar del infierno. Dolina abrió ampliamente los ojos, y preguntó: “Ah, ¿sos vos?”. Sí, soy yo, le dije. Me agradeció de nuevo y preguntó por la duración de mi estancia en Buenos Aires. Quería tomar un café conmigo, platicar. Me dio su teléfono; tal vez pueda darse esa conversación, no sé en este momento. Pero no importa mucho si lo veo o no. Lo que importa es el amable agradecimiento de Dolina por algo que escribí movido por el solo interés de celebrar su humor, su inteligencia. Precisamente lo mismo que celebro aquí, de nuevo.